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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

haberse quedado en la ciudad. Pensando que los jardines,<br />

bañados <strong>de</strong> nuevo por el sol, le <strong>de</strong>volverían el buen humor,<br />

<strong>de</strong>cidió salir a la terraza <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que se dominaba un brazo <strong>de</strong>l<br />

Vístula para admirar, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l agua, los árboles gigantes<br />

que según <strong>de</strong>cían había plantado Sobieski en persona. Fue<br />

entonces cuando vio a la chica.<br />

No <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber cumplido los veinte años, pero poseía<br />

una belleza sorpren<strong>de</strong>nte: alta y espigada, con cabellos <strong>de</strong> un<br />

rubio <strong>de</strong> oro puro, ojos claros y una boca arrebatadora, llevaba<br />

con una elegancia perfecta un abrigo <strong>de</strong> paño azul ribeteado <strong>de</strong><br />

piel <strong>de</strong> zorro blanco y un gorro a juego que le daba la apariencia<br />

<strong>de</strong> un personaje <strong>de</strong> An<strong>de</strong>rsen. Parecía presa <strong>de</strong> una viva<br />

emoción y hablaba exaltadamente con un muchacho moreno,<br />

Romántico y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta, que no tenía aspecto <strong>de</strong><br />

ser más feliz que ella pero en cuya presencia Aldo, acaparada<br />

su atención por la <strong>de</strong>sconocida, ni siquiera había reparado.<br />

Por lo que podía <strong>de</strong>ducir <strong>de</strong> la actitud <strong>de</strong> los dos jóvenes, se<br />

trataba <strong>de</strong> una escena <strong>de</strong> ruptura o algo similar. La chica<br />

parecía rogar, suplicar. Tenía lágrimas en los ojos, y el<br />

muchacho también, pero, aunque hablaban bastante fuerte,<br />

Morosini no entendía una palabra <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cían. Lo único<br />

que comprendió fue el nombre <strong>de</strong> los protagonistas. La bella<br />

joven se llamaba Anielka, y su compañero, Ladislas.<br />

Parapetado por discreción <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un tejo podado, siguió<br />

con interés el apasionado diálogo. Anielka imploraba sin parar<br />

a un Ladislas encastillado más firmemente que nunca en su<br />

dignidad. ¿Se trataría quizá <strong>de</strong> la clásica historia entre la<br />

muchacha rica y el chico pobre pero orgulloso, que quiere<br />

compartir su miseria pero no la fortuna <strong>de</strong> la amada? Con sus<br />

ropas negras y amplias, la imagen <strong>de</strong> Ladislas se acercaba<br />

bastante a la <strong>de</strong> un nihilista o un estudiante iluminado, y el<br />

espectador escondido no comprendía por qué aquella<br />

encantadora jovencita estaba tan interesada en él; sin duda era<br />

incapaz <strong>de</strong> ofrecerle un porvenir digno <strong>de</strong> ella, o simplemente<br />

un porvenir sin más. ¡Y ni siquiera era muy guapo!<br />

De pronto, el drama alcanzó su punto álgido. Ladislas<br />

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