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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

encima <strong>de</strong>l hombro <strong>de</strong> Morosini. Un tercer personaje acababa<br />

<strong>de</strong> hacer su aparición. Aldo tuvo la certeza <strong>de</strong> que así era al oír<br />

el ruido <strong>de</strong> una respiración a su espalda. Se volvió. Un hombre<br />

tremendamente corpulento y vestido como un sirviente <strong>de</strong><br />

buena casa estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él, con su sombrero hongo en la<br />

mano. Sin siquiera dirigirle una mirada, pronunció unas<br />

palabras con voz gutural. Anielka bajó la cabeza y se apartó <strong>de</strong><br />

su compañero.<br />

—¡Qué <strong>de</strong>sagradable es no enten<strong>de</strong>r nada! —exclamó este<br />

—. ¿Qué ha dicho?<br />

—Que están buscándome por todas partes, que mi padre<br />

está muy preocupado… y que <strong>de</strong>bo volver a casa. Discúlpeme.<br />

—¿Quién es?<br />

—Un sirviente <strong>de</strong> mi padre. Déjeme pasar, por favor.<br />

—Me gustaría volver a verla.<br />

—Pues yo no tengo ningunas ganas, <strong>de</strong> modo que no hay<br />

más que hablar. No le perdonaré nunca que se haya interpuesto<br />

en mi camino. De no ser por usted, a estas horas estaría<br />

tranquila… Ya voy, Bogdan.<br />

Durante el breve diálogo, el hombre no se había movido,<br />

limitándose a ten<strong>de</strong>r a la joven el gorro <strong>de</strong> piel que había<br />

perdido mientras corría. Ella lo cogió, pero no se lo puso.<br />

Echándose hacia atrás con gesto cansado los largos y sedosos<br />

mechones <strong>de</strong> su cabellera suelta, al tiempo que con la otra mano<br />

se ajustaba el abrigo, se dirigió sin volverse hacia la verja <strong>de</strong>l<br />

castillo.<br />

Morosini, impresionado, se dio cuenta <strong>de</strong> que el día se<br />

había vuelto gris, oscurecido por la bruma que subía <strong>de</strong>l río.<br />

Ninguna mujer lo había tratado nunca con esa mezcla <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sprecio y <strong>de</strong>scaro, y había tenido que hacerlo precisamente la<br />

única que le había gustado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su ruptura con Dianora. Ni<br />

siquiera sabía su apellido; sólo su encantador nombre <strong>de</strong> pila.<br />

Claro que ella no se había molestado en averiguar el suyo. Aldo<br />

se sintió todavía más intrigado que humillado.<br />

Las dos siluetas empezaban a <strong>de</strong>saparecer en la gran<br />

alameda cuando se <strong>de</strong>cidió por fin a ir tras ellas. Echó a correr<br />

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