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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

actitud discreta le había evitado numerosas humillaciones, pues<br />

se rumoreaba que el rumano había sido su amante y que ella<br />

había encontrado esa manera <strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> un marido molesto<br />

pero rico.<br />

La aparición tardía <strong>de</strong> la joven viuda, justo en el momento<br />

en que iban a pasar a la mesa, cortó en seco las conversaciones<br />

por su aspecto cautivador: la con<strong>de</strong>sa, que lucía una creación<br />

<strong>de</strong>l joven costurero Poiret realizada en una seda gris claro<br />

ligeramente azulado, totalmente cuajada <strong>de</strong> perlitas <strong>de</strong> cristal, y<br />

cuya línea fluida, ceñida bajo el pecho, acariciaba un cuerpo<br />

espigado que jamás había conocido el corsé, parecía una flor<br />

envuelta en escarcha. El vestido se estrechaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

unos tobillos dignos <strong>de</strong> una bailarina y <strong>de</strong> unas piernas<br />

estilizadas que el drapeado revelaba abriéndose antes <strong>de</strong><br />

terminar en una corta cola. La mangas, largas y estrechas, se<br />

a<strong>de</strong>ntraban en el dorso <strong>de</strong> la mano, cargada <strong>de</strong> diamantes, pero<br />

el profundo escote en punta mostraba unos hombros exquisitos<br />

y el nacimiento <strong>de</strong> unos pechos encantadores. Una dia<strong>de</strong>ma <strong>de</strong><br />

doscientos quilates, a juego con la gargantilla que ro<strong>de</strong>aba el<br />

largo y gracioso cuello, subrayando su fragilidad, coronaba la<br />

masa sedosa <strong>de</strong> los cabellos <strong>de</strong> lino peinados al estilo griego.<br />

Realmente era una reina la que acababa <strong>de</strong> hacer su entrada, y<br />

todos —especialmente todas— tuvieron plena conciencia <strong>de</strong><br />

ello, pero nadie tanto como el príncipe Morosini, que se sintió<br />

esclavo <strong>de</strong> esa mirada transparente. Dianora Vendramin era tan<br />

bella que incluso eclipsaba a la <strong>de</strong>slumbrante princesa Ruspoli,<br />

que esa noche llevaba unas perlas fabulosas que habían<br />

pertenecido a María Mancini.<br />

Loco <strong>de</strong> dicha al <strong>de</strong>scubrir que la sílfi<strong>de</strong> <strong>de</strong> las nieves era su<br />

vecina <strong>de</strong> mesa, Aldo apenas prestó atención a la conversación<br />

general. Se conformaba con mirarla, <strong>de</strong>slumbrado, incapaz <strong>de</strong><br />

recordar siquiera, una hora más tar<strong>de</strong>, las palabras que había<br />

intercambiado con la belleza. No escuchaba las palabras, sino<br />

sólo la música <strong>de</strong> aquella voz grave, un poco velada, que<br />

pasaba sobre sus nervios como el arco sobre las cuerdas <strong>de</strong> un<br />

violín.<br />

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