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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

—Estamos en una punta <strong>de</strong> la casa y puedo asegurarte que<br />

no hay nadie escondido entre mis plantas, pero po<strong>de</strong>mos tomar<br />

algunas precauciones suplementarias.<br />

La señora Sommières sacó <strong>de</strong> entre los pliegues <strong>de</strong> su<br />

vestido una campana traída tiempo atrás <strong>de</strong>l Tíbet, la agitó, y el<br />

sonido hizo acudir al mismo tiempo a Cyprien y a Marie-<br />

Angéline, que todavía <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> estar ocupados discutiendo. La<br />

marquesa frunció el entrecejo.<br />

—¿Des<strong>de</strong> cuándo respon<strong>de</strong> usted a la campana, Plan-<br />

Crépin? Vaya a rezar o a echarse las cartas, pero no quiero verla<br />

antes <strong>de</strong> la cena. Y tú, Cyprien, ocúpate <strong>de</strong> que nadie nos<br />

moleste. Llamaré cuando haya terminado. ¿Han preparado una<br />

habitación?<br />

—Sí, señora marquesa, y Eulalie está poniendo platos<br />

pequeños sobre los gran<strong>de</strong>s en honor <strong>de</strong> Su Excelencia.<br />

—Bien —aprobó la anciana—.Te escucho, hijo —añadió<br />

cuando la doble puerta estuvo cerrada.<br />

Durante la corta escena, Morosini, sabiendo bien a quién se<br />

dirigía, había tomado la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> abrirse por completo.<br />

Amélie <strong>de</strong> Sommières no sólo era una gran dama por su<br />

nacimiento, su apellido y sus maneras, sino que también tenía<br />

espíritu <strong>de</strong> gran dama; se <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong>sgarrar por la tortura antes<br />

que <strong>de</strong>svelar un secreto que le hubieran confiado. De modo que<br />

se lo contó todo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>scubrimientos en la habitación <strong>de</strong><br />

Isabelle en Venecia hasta sus encuentros con Anielka, para<br />

acabar con la breve visión en el vestíbulo <strong>de</strong> la estación: el gran<br />

zafiro en el cuello <strong>de</strong> la joven. No habló, por supuesto, <strong>de</strong><br />

Simon Aronov y <strong>de</strong>l pectoral. Ese secreto no le pertenecía.<br />

La señora Sommières lo escuchó sin interrumpirlo salvo<br />

con una breve exclamación <strong>de</strong> dolorosa sorpresa al enterarse<br />

<strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> su querida ahijada. Siguió su relato con interés<br />

y, cuando este acabó, dijo:<br />

—Creo que he entendido, pero ¿pue<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cirme qué te<br />

importa más, el zafiro o la chica?<br />

—¡El zafiro, no le quepa la menor duda! Quiero averiguar<br />

cómo lo ha conseguido. Ella afirma que era <strong>de</strong> su madre, pero<br />

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