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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

aburrirse prodigiosamente y un viajero belga, rollizo y solitario,<br />

que <strong>de</strong>voraba los periódicos bebiendo cerveza rompían un poco<br />

el encanto.<br />

Morosini, que fingía leer, intentaba adivinar observando a<br />

aquellas personas —había algunas mujeres bonitas que<br />

parecían hermanas más rubias <strong>de</strong> las que uno se encontraba en<br />

París, en el Ritz o en el Claridge— quién podía ser su visitante,<br />

cuando <strong>de</strong> repente sucedió algo: todas las cabezas se volvían<br />

hacia la gran escalera, por cuyos peldaños, cubiertos con una<br />

alfombra roja, una mujer <strong>de</strong>scendía lentamente. ¿Una mujer?<br />

Más bien una diosa a la que Aldo, trasladado muchos años<br />

atrás, i<strong>de</strong>ntificó al primer golpe <strong>de</strong> vista. El fabuloso abrigo <strong>de</strong><br />

chinchilla no era el mismo que el <strong>de</strong> la Navidad <strong>de</strong> 1913, pero el<br />

porte <strong>de</strong> reina, el rubio nacarado y los ojos <strong>de</strong> aguamarina eran<br />

exactamente igual que como los recordaba: quien se acercaba,<br />

<strong>de</strong>jando arrastrar tras <strong>de</strong> sí el largo vestido <strong>de</strong> terciopelo negro<br />

ribeteado <strong>de</strong> la misma piel, era ni más ni menos que Dianora.<br />

Al igual que antes en Venecia, no se apresuraba, sin duda<br />

para saborear el silencio provocado por su llegada y las miradas<br />

<strong>de</strong> admiración que se alzaban hacia su luminosa imagen. Se<br />

<strong>de</strong>tuvo a media escalera, con una mano apoyada en la<br />

barandilla <strong>de</strong> bronce, y examinó el vestíbulo como si buscara a<br />

alguien.<br />

Des<strong>de</strong> el bar, un joven con frac se precipitó hacia ella<br />

subiendo los escalones <strong>de</strong> dos en dos, con la prisa un poco torpe<br />

<strong>de</strong> un cachorro que ve llegar a su ama. Dianora lo recibió con<br />

una sonrisa, pero no se movió; seguía mirando hacia abajo, y<br />

Aldo, cuya mirada se cruzó con la suya, se dio cuenta <strong>de</strong> que<br />

era a él a quien observaba, con una ceja un poco levantada por<br />

la sorpresa y una sonrisa en los labios.<br />

Morosini dudó un instante sobre el comportamiento que<br />

<strong>de</strong>bía adoptar; luego cogió <strong>de</strong> nuevo el periódico con mano un<br />

tanto trémula pero con <strong>de</strong>terminación, totalmente <strong>de</strong>cidido a no<br />

<strong>de</strong>jar traslucir ni un ápice su emoción. Sin embargo, si esperaba<br />

escapar a su pasado, se equivocaba. Mientras acababa <strong>de</strong> bajar<br />

la escalera, la joven dijo unas palabras al chico <strong>de</strong>l frac, que<br />

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