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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

Algunas manos se agitaban todavía, y algunos pañuelos, pero<br />

en las miradas había esa especie <strong>de</strong> tristeza que tiñe las gran<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>spedidas. Ya no se hablaba casi —una palabra, una<br />

recomendación— y poco a poco se instauraba el silencio. El<br />

mismo que en el teatro cuando suena el tercer aviso.<br />

Se oyeron unos portazos, luego un estri<strong>de</strong>nte toque <strong>de</strong><br />

silbato, y el tren se estremeció, gimió como si le resultara<br />

doloroso separarse <strong>de</strong> la estación. Con una lentitud majestuosa,<br />

el convoy se <strong>de</strong>slizó sobre los raíles, su trepidación acompasada<br />

empezó a <strong>de</strong>jarse oír, se aceleró y, finalmente, al sonar un<br />

último toque <strong>de</strong> silbato, este triunfal, la locomotora se lanzó en<br />

medio <strong>de</strong> la noche en dirección oeste. Habían partido por fin.<br />

Con una sensación <strong>de</strong> alivio, Morosini se levantó, <strong>de</strong>jó<br />

sobre los cojines <strong>de</strong> terciopelo marrón la gorra y el abrigo,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> habérselos quitado, y se estiró bostezando. Pasarse<br />

el día sin hacer nada, aparte <strong>de</strong> ir <strong>de</strong> un lado para otro en la<br />

habitación <strong>de</strong> un hotel, lo había cansado más que si hubiera<br />

corrido varias horas al aire libre. La causa era el nerviosismo.<br />

No el miedo. Si había <strong>de</strong>cidido seguir las recomendaciones <strong>de</strong><br />

Simon Aronov era porque hubiese sido una insensatez no<br />

tomárselas en serio. La muerte <strong>de</strong> su hombre <strong>de</strong> confianza <strong>de</strong>bía<br />

<strong>de</strong> contrariar suficientemente al Cojo —tal vez incluso<br />

entristecerlo— para exponerse a hacerle per<strong>de</strong>r, unas horas más<br />

tar<strong>de</strong>, al emisario en el que tenía <strong>de</strong>positadas todas sus<br />

esperanzas. Así pues, había sido preciso quedarse allí, privarse<br />

<strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> salir a vagar por la Mazowiecka o incluso <strong>de</strong><br />

sentarse un rato en la taberna Fukier. Es cierto, que el tiempo,<br />

que había empeorado <strong>de</strong> nuevo, esta vez con abundantes<br />

chaparrones, no invitaba mucho a dar paseos, aunque fueran<br />

sentimentales.<br />

De modo que, para hacer creíble su papel, había dicho que<br />

no se encontraba bien. Le habían subido la comida y la prensa,<br />

pero ni los periódicos franceses ni los ingleses mencionaban la<br />

muerte <strong>de</strong>l hombrecillo <strong>de</strong> bombín. En lo que se refiere a los<br />

diarios polacos, que quizá podrían haberle aportado alguna<br />

información, Morosini era incapaz <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r una sola<br />

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