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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

en aumento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que, para permitir bailar a doscientos<br />

invitados, había alquilado la Piazzetta, que fue cerrada para el<br />

vulgo mediante un cordón <strong>de</strong> criados suyos vestidos con<br />

taparrabos rojos y unidos entre sí con ca<strong>de</strong>nas doradas. Lo<br />

cierto era que no había excentricidad que no se le atribuyera.<br />

Incluso se <strong>de</strong>cía que en su mansión francesa <strong>de</strong> Vésinet, el<br />

encantador palacio Rosa que le había comprado a Robert <strong>de</strong><br />

Montesquiou, criaba serpientes. Cosa que, por lo <strong>de</strong>más, era<br />

rigurosamente cierto.<br />

Morosini, que no se sentía tentado por el famoso baile,<br />

respondió que no estaba libre. Las cejas <strong>de</strong> color azabache se<br />

alzaron ligeramente.<br />

—¿Se ha convertido en comerciante hasta el punto <strong>de</strong><br />

olvidar que no se rechaza vivir un instante <strong>de</strong> eternidad en mi<br />

casa?<br />

—Pues sí —dijo Morosini, a quien la repetición <strong>de</strong> la<br />

etiqueta ya empezaba a molestar—. El comercio tiene esta clase<br />

<strong>de</strong> exigencias. Esta noche me voy a Ginebra para cerrar una<br />

operación importante. Tendrá que disculparme.<br />

—¡Ni lo sueñe! No tiene más que telefonear diciendo que<br />

ha pillado la gripe y que irá más a<strong>de</strong>lante. A los suizos les<br />

horrorizan los microbios. ¡Vamos, <strong>de</strong>je <strong>de</strong> hacerse <strong>de</strong> rogar!<br />

Sobre todo si <strong>de</strong>sea oír noticias <strong>de</strong> una dama a la que quería<br />

mucho.<br />

Algo se estremeció en los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Aldo.<br />

—He querido a unas cuantas.<br />

—Pero a esta más que a las <strong>de</strong>más. Al menos todo Venecia<br />

estaba convencido <strong>de</strong> ello.<br />

Morosini, turbado, no sabía qué contestar. Fue la<br />

compañera <strong>de</strong> la marquesa, la criatura «resignada», quien lo<br />

sacó <strong>de</strong>l apuro avanzando hasta situarse en primer plano y<br />

diciendo con cierta impaciencia:<br />

—¿No cree, Luisa, que ya va siendo hora <strong>de</strong> que me<br />

presente al señor? No me gusta mucho que me <strong>de</strong>jen <strong>de</strong> lado.<br />

—Tiene razón, señora, es imperdonable —dijo Aldo<br />

sonriendo—. Soy el príncipe Morosini y le suplico que me<br />

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