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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

—Es posible —admitió Aldo <strong>de</strong> mala gana—. Pero, puesto<br />

que conoce tan bien el lugar, <strong>de</strong>bería tratar <strong>de</strong> encontrar ayuda<br />

<strong>de</strong> alguna clase. Un médico, por ejemplo. Lady Ferrals —¡qué<br />

difícil se le hacía pronunciar ese nombre!— no tiene buen<br />

aspecto. Mientras tanto voy a hacer una cosa que tengo<br />

pendiente —añadió, masajeándose las doloridas muñecas.<br />

Sin más explicaciones, cogió una <strong>de</strong> las armas <strong>de</strong> sir Eric y<br />

salió al exterior: no quería <strong>de</strong>jar a nadie la tarea <strong>de</strong> capturar a<br />

Sigismond, que seguramente seguía en el coche. El puñetazo<br />

que le había propinado antes le sabía a poco y soñaba con<br />

completarlo con un firme correctivo, pero al llegar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />

casa tuvo que rendirse a la evi<strong>de</strong>ncia: allí no había nadie.<br />

Tampoco alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l edificio. El apuesto Sigismond se<br />

había ido con el Rolls, que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar suyo,<br />

abandonando a su hermana a su suerte. Y Aldo maldijo el<br />

excesivo talento <strong>de</strong> los fabricantes ingleses: durante el<br />

intercambio <strong>de</strong> disparos, el silencioso «sir Henry» se había<br />

convertido en cómplice <strong>de</strong>l miserable joven.<br />

Cuando Morosini regresó al salón vio que Ulrich, con un<br />

vendaje improvisado, y Gus estaban atados y que, en el canapé,<br />

Anielka estaba recobrando el conocimiento ante la mirada<br />

atenta <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong>l que quería huir y que le hablaba en voz<br />

baja, estrechándole las manos entre las suyas. A cierta distancia,<br />

Adalbert, <strong>de</strong> pie junto a la mesa, observaba los reflejos que<br />

surgían <strong>de</strong> las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l zafiro. El arqueólogo hizo a su<br />

amigo un guiño significativo y preguntó:<br />

—¿Ha encontrado lo que buscaba?<br />

—No. Ha huido, pero no se va a librar.<br />

—¿A quién se refiere?<br />

—Al joven Solmanski, ¿a quién si no? Es él el alma <strong>de</strong> esta<br />

trama. Tenía ganas <strong>de</strong> hacer dinero, supongo. En cualquier<br />

caso, acaba <strong>de</strong> irse con su coche, sir Eric.<br />

—No me gusta ese muchacho —observó este—. Y su padre<br />

no mucho más. Por cierto, ¿ese estaba <strong>de</strong> acuerdo?<br />

—Parece ser que no. En realidad…, me extrañaría —<br />

reconoció Morosini a regañadientes.<br />

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