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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

joven virilidad, fascinado como estaba por su fino perfil, sus<br />

líneas armoniosas, su cintura flexible, su forma <strong>de</strong> andar<br />

involuntariamente ondulante y la manera inimitable que tenía<br />

<strong>de</strong> cubrir <strong>de</strong> vez en cuando su hermosa mirada aterciopelada<br />

bajo unos graciosos impertinentes <strong>de</strong> oro cincelado, pues era<br />

ligeramente miope.<br />

Fuera consciente o no <strong>de</strong> ello, la belleza <strong>de</strong> la joven viuda<br />

era voluptuosa y el joven soñaba, noche tras noche, con soltar<br />

los magníficos cabellos negros que Adriana llevaba enroscados<br />

sobre la nuca en un pesado moño brillante. Adriana lo trataba<br />

como a un hermano pequeño, pero el día que, al besarla, él tuvo<br />

la osadía <strong>de</strong> <strong>de</strong>slizar la boca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mejilla hasta la comisura<br />

<strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> su prima, ella lo rechazó con tanta energía que<br />

se guardó mucho <strong>de</strong> volver a hacerlo. Y <strong>de</strong>spués el tiempo pasó.<br />

La compostura con la que Adriana siempre lo había tratado<br />

no hacía sino más sorpren<strong>de</strong>nte lo caluroso <strong>de</strong> su acogida, sobre<br />

todo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un sirviente. A<strong>de</strong>más, mirándola mejor, notó<br />

diferencias: el leve maquillaje que realzaba —apenas, eso sí— la<br />

tez marfileña, el vestido <strong>de</strong> terciopelo que ceñía más las tiernas<br />

curvas <strong>de</strong> un cuerpo llegado a ese momento <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sarrollo en<br />

que se intuye que a la rosa ampliamente abierta no van a tardar<br />

en caérsele los pétalos. Y el perfume: más cálido, más<br />

penetrante… Aspirándolo, Aldo, que durante su cautividad no<br />

había visto a ninguna mujer bonita, sintió renacer el antiguo<br />

<strong>de</strong>seo. Tal vez la con<strong>de</strong>sa adivinó lo que experimentaba, pues,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ofrecerle una copa <strong>de</strong> Marsala, se sentó bastante<br />

cerca <strong>de</strong> él.<br />

—De modo que sigues encontrándome guapa —dijo con<br />

una sonrisa en la que la ironía servía <strong>de</strong> máscara a una<br />

coquetería nueva—. ¿Tanto como en los tiempos, por <strong>de</strong>sgracia<br />

ya lejanos, en los que estabas enamorado <strong>de</strong> mí?<br />

—Siempre lo he estado un poco —dijo él.<br />

—Hubo una época en que lo estabas mucho —dijo Adriana<br />

riendo.<br />

Pero Aldo no le permitió continuar por ese resbaladizo<br />

camino. Pensó que, si hacía un gesto tierno, podría seguir otro,<br />

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