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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

bor<strong>de</strong>adas <strong>de</strong> altos cipreses, don<strong>de</strong> todavía flotaba una ligera<br />

bruma. Alre<strong>de</strong>dor, tumbas señaladas con cruces blancas, todas<br />

iguales pero abundantemente floridas. De vez en cuando, una<br />

aristocrática capilla cuyos ocupantes estaban seguros <strong>de</strong> que los<br />

<strong>de</strong>jarían tranquilos. Porque los habitantes <strong>de</strong> las tumbas estaban<br />

allí <strong>de</strong> paso; por falta <strong>de</strong> espacio —pese a la extensión <strong>de</strong>l<br />

cementerio—, los restos humanos eran retirados al cabo <strong>de</strong> doce<br />

años para ser trasladados al osario.<br />

A Aldo le gustaba <strong>San</strong> Michele; no le parecía triste. Todas<br />

esas pequeñas cruces blancas emergiendo <strong>de</strong> una masa <strong>de</strong><br />

corolas <strong>de</strong> diferentes tonalida<strong>de</strong>s parecían un parterre sobre el<br />

que hubiera nevado.<br />

El cementerio estaba vacío; sólo se veía a una anciana <strong>de</strong><br />

luto riguroso inclinada sobre una <strong>de</strong> las sepulturas, con un<br />

rosario <strong>de</strong> boj entre las manos, absorta en su plegaria. Hasta que<br />

no llegó a la capilla familiar, no vio al sacerdote, o al hombre<br />

que por un instante creyó que lo era. El largo hábito negro, un<br />

poco flotante, y el tocado redondo podían pertenecer a varias<br />

Iglesias <strong>de</strong> Oriente, al igual que la barba unida a los largos<br />

cabellos, pero enseguida se dio cuenta <strong>de</strong> que ya había visto<br />

esas hermosas manos y el po<strong>de</strong>roso bastón <strong>de</strong> ébano en el que<br />

se apoyaban. De pie antela puerta <strong>de</strong> bronce, el visitante, con la<br />

cabeza inclinada, parecía concentrado en una profunda<br />

reflexión. Aldo esperó un momento; estaba seguro <strong>de</strong> que,<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las gafas <strong>de</strong> cristales ahumados que ocultaban la parte<br />

superior <strong>de</strong>l rostro, se refugiaba un ojo único <strong>de</strong> un azul tan<br />

profundo como el <strong>de</strong>l zafiro, y <strong>de</strong> que Simon Aronov se hallaba<br />

ante él.<br />

De pronto, este dijo, sin siquiera volverse:<br />

—Perdone mi silencio. Temo que lo haya preocupado, pero<br />

estaba bastante lejos. A<strong>de</strong>más, quería que esta vez nos<br />

encontráramos aquí, en Venecia, y ante esta tumba, a fin <strong>de</strong><br />

rendir homenaje a la que fue la última víctima <strong>de</strong> la piedra azul.<br />

Deseaba venir a arrodillarme sobre las cenizas <strong>de</strong> una gran<br />

dama y rezar. Ante el Todopo<strong>de</strong>roso —añadió, con la sombra<br />

<strong>de</strong> una sonrisa—, las oraciones, sea cual sea la lengua en que se<br />

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