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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

hundió en su asiento y se esforzó en seguir el camino que<br />

recorrían. Conocía bien París, y contaba asimismo con su<br />

memoria para situarse, pero en la oscuridad total en la que se<br />

encontraba perdió el hilo casi enseguida. El coche bajó primero<br />

por la avenida <strong>de</strong>l Bois, giró a la <strong>de</strong>recha, luego a la izquierda y<br />

otra vez a la <strong>de</strong>recha, a la <strong>de</strong>recha, a la izquierda… Al cabo <strong>de</strong><br />

un momento, Aldo se hizo un lío con los nombres <strong>de</strong> las calles,<br />

pese a que el chófer ocasional, a quien los sarcasmos <strong>de</strong> su<br />

prisionero habían vuelto pru<strong>de</strong>nte, circulaba a una velocidad<br />

mo<strong>de</strong>rada.<br />

El viaje duró una hora, tal como atestiguó el reloj <strong>de</strong> una<br />

iglesia, que sonó una vez poco antes <strong>de</strong> llegar. En cuanto a la<br />

naturaleza <strong>de</strong>l camino seguido, la suspensión excepcional <strong>de</strong>l<br />

Rolls no permitía apreciarla. No obstante, tras una ligera<br />

sacudida, el pasajero oyó crujir bajo las ruedas la grava <strong>de</strong> una<br />

alameda. Unos instantes más tar<strong>de</strong>, el coche se <strong>de</strong>tuvo.<br />

El chófer, que no había abierto la boca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la pequeña<br />

lección <strong>de</strong> Morosini, gruñó:<br />

—No te muevas. Voy a sacarte <strong>de</strong> aquí y <strong>de</strong>spués te<br />

ayudaré a andar.<br />

—Cuidado no se rompa su bonita jeta —dijo con ironía su<br />

compañero—, sería una verda<strong>de</strong>ra pena.<br />

Cuando bajó, Morosini notó que lo asían <strong>de</strong>l brazo, o más<br />

bien que lo izaban; el tipo <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un gorila.<br />

De este modo, que lo obligaba a levantar el otro brazo para que<br />

las esposas no le cortaran la piel, subió unos peldaños <strong>de</strong><br />

piedra. A su alre<strong>de</strong>dor olía a tierra, a árboles, a hierba mojada.<br />

Debía <strong>de</strong> ser una casa <strong>de</strong> las afueras <strong>de</strong> París. Después sintió<br />

que caminaba sobre un suelo <strong>de</strong> baldosas y oyó cerrarse una<br />

pesada puerta a su espalda. Por último, un entarimado crujió<br />

bajo sus pies, aunque una alfombra amortiguó enseguida los<br />

pasos.<br />

La mano que lo sujetaba lo soltó y se sintió <strong>de</strong>sestabilizado,<br />

como un ciego al que <strong>de</strong>jan sin apoyo en medio <strong>de</strong> un espacio<br />

vacío. Luego le quitaron la ajustada venda y Morosini,<br />

<strong>de</strong>slumbrado, trató <strong>de</strong> protegerse los ojos con las manos atadas.<br />

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