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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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Juliette Benzoni<br />

señal <strong>de</strong> este. El Cojo llenó una taza y el <strong>de</strong>licioso aroma<br />

cosquilleó <strong>de</strong> forma alentadora las fosas nasales <strong>de</strong> Aldo, que<br />

acababa <strong>de</strong> tomar asiento en un raro asiento gótico tapizado en<br />

piel.<br />

—Unas gotas quizá —aceptó. Sin embargo, el tono<br />

pru<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> su voz no escapó a su anfitrión, que se echó a reír.<br />

—Aunque sea italiano, y por lo tanto exigente en esta<br />

materia, creo que pue<strong>de</strong> tomar este café sin exponerse a que le<br />

dé un síncope.<br />

Tenía razón: el café era bueno. Bebieron en silencio y<br />

Aronov fue el primero en <strong>de</strong>jar la taza.<br />

—Supongo, príncipe, que está impaciente por conocer el<br />

motivo <strong>de</strong> mi telegrama y <strong>de</strong> su presencia aquí.<br />

—Verlo ya representa suficiente satisfacción. Confieso que<br />

he llegado a preguntarme si no sería usted un mito, si existiría<br />

realmente. Y no soy el único. Muchos <strong>de</strong> mis colegas pagarían<br />

no poco por verlo <strong>de</strong> cerca.<br />

—Tardarán en recibir esa satisfacción. Pero no crea que al<br />

actuar <strong>de</strong> este modo me <strong>de</strong>jo llevar por un gusto fuera <strong>de</strong> lugar<br />

por el misterio barato o la publicidad fácil. Para mí se trata <strong>de</strong><br />

una simple cuestión <strong>de</strong> supervivencia. Soy un hombre que <strong>de</strong>be<br />

permanecer escondido si quiere tener una posibilidad <strong>de</strong> llevar<br />

a buen término la tarea que le correspon<strong>de</strong>.<br />

—Entonces, ¿por qué hace una excepción conmigo?<br />

—Porque lo necesito… A usted y a nadie más.<br />

Aronov se levantó y con su paso <strong>de</strong>sigual fue hasta la<br />

muralla don<strong>de</strong> se abría el panteón. Era uno <strong>de</strong> los dos únicos<br />

lugares <strong>de</strong> la vasta sala don<strong>de</strong> los libros <strong>de</strong>jaban un espacio<br />

libre; el otro lo ocupaba el encantador retrato <strong>de</strong> una niña <strong>de</strong><br />

mirada grave, con vestido <strong>de</strong> cuello <strong>de</strong> encaje, pintado por<br />

Cornelis <strong>de</strong> Vos, cuya factura Aldo reconoció. Pero por el<br />

momento su atención se centraba en las manos <strong>de</strong>l Cojo, que<br />

empujaban una piedra. Se oyó un clic y la tapa <strong>de</strong>l enorme<br />

arcón se levantó. Aronov sacó un gran estuche antiguo <strong>de</strong> piel,<br />

<strong>de</strong>scolorido por el uso, y se lo tendió a su visitante.<br />

—Ábralo —dijo.<br />

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