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Descargar - Alcaldia Municipal de San Miguel

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La Estrella Azul<br />

<strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte Millerand tenía al ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> cañones.<br />

Al entrar en el vestíbulo, Aldo encontró la mirada<br />

interrogativa <strong>de</strong> Cyprien, que llevaba las copas a la cocina, y<br />

sonrió.<br />

—Tranquilo, por esta noche hemos terminado. Creo que<br />

voy a ir a acostarme, y usted se ha ganado hacer lo mismo. Que<br />

duerma bien, Cyprien.<br />

—Le <strong>de</strong>seo lo mismo al príncipe.<br />

¿Dormir? Aldo hubiera querido, pero no tenía ningunas<br />

ganas. Apagó la luz <strong>de</strong> su habitación, encendió un cigarrillo y<br />

salió al balcón. La necesidad <strong>de</strong> seguir oyendo los ruidos <strong>de</strong> la<br />

casa vecina lo empujaba afuera. El concierto <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber<br />

terminado. Tan sólo el rumor <strong>de</strong> las conversaciones, salpicadas<br />

<strong>de</strong> risas, llegaba hasta él, y envidió a su nuevo amigo porque<br />

iba a ver a Anielka, a hablar con Anielka, a cenar con Anielka…<br />

Se reprochó no haber hecho ninguna pregunta sobre la<br />

prometida. Sólo sabía <strong>de</strong> ella, en lo concerniente a esa noche,<br />

dos cosas: estaba encantadora —aunque eso no era una<br />

novedad— y llevaba el zafiro; pero ignoraba lo más importante:<br />

cómo iba vestida, peinada, y sobre todo si sonreía al hombre<br />

con el que la obligaban a casarse.<br />

Ante él se extendía el parque abandonado por los niños y<br />

<strong>de</strong>vuelto a su magia <strong>de</strong> obra <strong>de</strong> arte. La luna, medio tapada por<br />

una nube, bañaba en una luz tenue el césped y las arboledas, las<br />

estatuas <strong>de</strong> músicos y <strong>de</strong> escritores que parecían monumentos<br />

funerarios. Pero los globos <strong>de</strong> luz opalescente, que velaban<br />

sobre las espléndidas verjas negras y doradas forjadas por<br />

Gabriel Davioud, abiertas siempre hasta muy tar<strong>de</strong>, sólo<br />

iluminaban ya el baile misterioso <strong>de</strong> las sombras, un baile al<br />

que el insomne solitario le hubiera gustado llevar a un hada<br />

rubia, cuyo flexible talle doblaría sobre su brazo al ritmo<br />

solemne <strong>de</strong> un vals lento.<br />

El cigarrillo, olvidado, se vengó quemándole los <strong>de</strong>dos. Lo<br />

tiró para encen<strong>de</strong>r otro cuando, <strong>de</strong> pronto, un escalofrío le<br />

recorrió la espalda y empezó a estornudar. Trasladado<br />

bruscamente <strong>de</strong> las brumas <strong>de</strong> su sueño a la más <strong>de</strong>primente<br />

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