revista número 16 - ARTE, ARQUEOLOGÃA e HISTORIA
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«Auto de ejecución del tormento. Luego<br />
incontinente, entrando en la dicha cárcel por un<br />
portal que está delante de la cocina del alcaide<br />
de la cárcel y a la puerta por donde se entra al<br />
calabozo nuevo 7 , su merced mandó sacar el dicho<br />
potro de dar tormentos y se puso en el dicho<br />
sitio. Y su merced dijo que atento a que se le han<br />
notificado los autos proveídos por su merced al<br />
dicho Francisco de Silva y que se le ha requerido<br />
muchas veces a que diga la verdad y que no la<br />
quiere decir, le mandó desnudar sus carnes de la<br />
cintura arriba y descalzo de pies y piernas, y así<br />
desnudo en la forma referida le mandó a Juan de<br />
Narváez, ejecutor de la Justicia residente en esta<br />
Ciudad, que puso así en el dicho potro al dicho<br />
Francisco de Silva y que le afianzase, y el dicho<br />
ejecutor puso en el potro junto a la pared donde<br />
estaba puesta una aldabilla de hierro y en ella entró<br />
un cordel y se lo echó por los pechos y luego le<br />
echó otros dos cordeles por los dedos pulgares<br />
de los pies, y dichos cordeles los afianzó al dicho<br />
potro. Y estando en la forma referida, su merced<br />
el corregidor le dijo al dicho Francisco de Silva si<br />
sabía lo que pasaba en razón de haber corrompido<br />
a la dicha María muchacha, que dijese y declarase<br />
la verdad y le haría quitar del dicho potro. Y el dicho<br />
Silva respondió: “No debo nada como lo sabe Dios”,<br />
por mandado de su merced el dicho ejecutor tiró<br />
de los dichos cordeles que estaban así de los pies,<br />
y el dicho Francisco de Silba, dijo: “No debo nada,<br />
¡la Virgen del Rosario sea conmigo, que no debo<br />
nada!, y el dicho teniente decía: “Decid la verdad”,<br />
y el susodicho decía: “Que no debo nada”; y su<br />
merced decía: “Decid la verdad, Francisco, y os<br />
hare´quitar de ahí, y el susodicho respondió: “La<br />
verdad tengo dicha pues que en la tierra no hay<br />
justicia, ¡Válgamela Dios!, y su merced mandó al<br />
dicho ejecutor que apretase y tirase, y el dicho<br />
ejecutor lo hizo así, y Francisco de Silva respondía:<br />
“No debo nada, ya tengo dicho la verdad”.<br />
El hiperbólico afán del escribano en justificar<br />
verazmente cuanto presenciaba, le hizo repetir con<br />
holgura las exclamaciones expresadas por el sometido al<br />
duro escarmiento, de ¡Válgame, Dios, válgame la Virgen<br />
del Rosario! durante «grande rato».<br />
Y su merced, el vicecorregidor, mandó al ejecutor<br />
Narváez «que le ligase los brazos con un cordel, a lo<br />
cual aludió éste: “Se dice la mancuerda”; y lo hizo «con<br />
un cordel y lo afianzó al dicho potro por mandado de su<br />
merced». Y tras de diversas tandas proferidas de quejidos<br />
y clamores que reiteradamente expresó el sentido realista<br />
del escribano, mientras el juez «le dijo muchas veces que<br />
dijese la verdad» y respondía el reo: “Señor, decidme su<br />
merced la verdad a mí”, y «los susodichos [el corregidor<br />
y el ejecutor] se fueron y entraron en la dicha cocina del<br />
alcaide” sin haber conseguido lo que pretendían, ante<br />
el ultimátum del corregidor del Pino Valenzuela, quien<br />
Arte, Arqueología e Historia<br />
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susurró apremiante que «ahora empezaba el tormento»,<br />
el castigado dijo: “Señor, ya le he dicho ahora que hace<br />
cuatro meses un muchacho, hijo de Casabenito de allá la<br />
muchacha”, cortándole rápidamente del Pino: “Me queréis<br />
entretener con eso y no queréis decir la verdad”, en tanto<br />
llamó al ejecutor que le apretase el cordel, y en seguida,<br />
éste decía seguro de sí: “Ea, Francisco, dí la verdad, y<br />
vos la diréis”, y el corregidor: “Váyanse allá fuera, que ya<br />
quiere decirla”, hasta que en último trance el fastidiado<br />
preso a la vez que profería repitiendo a gritos: “¡Válgame,<br />
la Virgen, válgame, Dios”, y el mandatario ordenaba que<br />
le aflojasen los cordeles, por fin declaraba «que la dicha<br />
María niña se fue a casa de éste confesante y la entró en<br />
el aposento y tendió la capa y sobre ella se puso encima<br />
de ella y puso su natura en la de la dicha María, y se la<br />
entró junto y le hizo sangre, y la dicha María decía: “Que<br />
me lastimáis”, y le tapaba la boca con la mano porque<br />
no diese gritos y le puso tabaco en la sangre, y cumplió<br />
con ella entre las piernas de la dicha María, y que es<br />
verdad que la dicha muchacha la tenía sentada sobre<br />
sus piernas cuando él estaba sentado sobre una arquilla,<br />
y que entonces puso sus vergüenzas en las de la dicha<br />
muchacha, como dicho tiene».<br />
Y vista por su merced la declarada confesión, el<br />
corregidor mandó que le aflojasen las cuerdas y sogas<br />
del dicho tormento, y<br />
«que se ponga al dicho Francisco de Silva<br />
en dicha forma y apretada para que se ratifique<br />
a un tiempo y en este estado se quedó el dicho<br />
tormento, y no firmóse porque Francisco de Silva<br />
dijo no saber. Firmó su merced».<br />
«Diligencia y proceso. En Montilla a 23 del dicho<br />
mes de Marzo y año, por la mañana, y por mandado<br />
de su merced [...] con asistencia del presente<br />
escribano y alguacil mayor y otros ministros llevó al<br />
dicho Francisco por sus pies a casa de su merced<br />
el dicho teniente y se entró en un aposento que<br />
estaba en la cárcel y allí se le mandó una estera<br />
de anea y en ella el dicho Francisco de Silva con<br />
una mala ropilla que tenía, lo entregó en custodia<br />
y guarda a Juan de Guadix en la casa con quien<br />
confina la de su merced el licenciado y se llevó en<br />
depósito por una puerta que está en la audiencia<br />
y junto con el del dicho licenciado. Doy fe».<br />
«Auto. En la Ciudad de Montilla en 24 días del<br />
mes de Marzo de <strong>16</strong>47, su merced el licenciado don<br />
Alonso del Pino y Valenzuela, teniente de corregidor<br />
de esta Ciudad y estados, con el presente escrito<br />
entró en el dicho aposento contenido en estos<br />
autos donde había quedado encerrado por su<br />
mandado el dicho Francisco de Silva y mandó que<br />
le escribano le lea la declaración».<br />
Aunque al referido expediente procesal casualmente le<br />
faltan el folio o folios en que constase la sentencia, no deja