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y de la sociedad, así como las condiciones educativas y<br />
laborales desiguales entre hombres y mujeres.<br />
Al iniciar el siglo xx se multiplicaron los artículos<br />
que fijaron posturas sobre la educación femenina. Enfrentados<br />
entre sí, <strong>liberales</strong> y positivistas exponían sus puntos<br />
de vista en la prensa. Para ilustrar lo anterior, La Voz de<br />
México, “diario político y religioso” de corte positivista,<br />
proponía, por ejemplo, que la educación debía orientarse<br />
a la “formación para el gobierno del<br />
hogar” y que las mujeres que ejercían la<br />
licenciatura, la medicina, la anatomía,<br />
etc. se degeneraban con su ilustración, 4<br />
de hecho se masculinizaban al ejercer<br />
actividades fuera del ámbito doméstico.<br />
En las mismas fechas El Popular, diario<br />
liberal, defendía la educación femenina<br />
como “medio por excelencia para redimir<br />
a la mujer, de substraerla de todas<br />
las funestas sugestiones del vicio […] de<br />
enseñarla a ser compañera del hombre”. 5<br />
Horacio Barreda, uno de los máximos representantes<br />
de la ideología positivista,<br />
agregaba que el sistema de enseñanza<br />
tendría que ser inferior al que recibiera<br />
el sexo masculino: “Una educación moral e intelectual que<br />
jamás pierde de vista aquellos objetos de eterno amor que<br />
han hecho latir con fuerza el corazón del hombre”. 6 Para<br />
Barreda, los enemigos de este tipo de educación eran precisamente<br />
los feministas y la mujer que pugnaba por una<br />
educación superior se estaba “virilizando”.<br />
4 Firma “La Provincia” de San Francisco del Rincón, en La voz de México,<br />
Año XXXVII, 22 junio de 1907, núm. 138, p. 1.<br />
5 Sin firma, “El adelanto y la educación de la mujer”, en El Popular, 30<br />
de junio de 1907, año IX, núm. 3804, p. 1.<br />
6 Horacio Barreda citado en María de Lourdes Alvarado Martínez Escobar,<br />
op. cit., p. 70.<br />
En la disputa por los<br />
puestos en el mercado<br />
laboral, el patriarcado<br />
utilizó su discurso<br />
de la separación<br />
de las esferas para<br />
afirmar que el trabajo<br />
remunerado de las<br />
mujeres constituía una<br />
amenaza al orden<br />
familiar.<br />
Los debates en torno a la educación femenina tuvieron<br />
lugar durante los años anteriores a la lucha armada; en<br />
el transcurso de la misma la educación en todos sus niveles<br />
y modalidades quedó en punto muerto y una vez terminada,<br />
todos los esfuerzos se concentraron en la castellanización<br />
y la alfabetización de la población en general. Las escuelas<br />
técnicas industriales y comerciales, así como las vocacionales<br />
que se fundaron a principios de siglo, siguieron<br />
siendo las mismas cuando se consolidó<br />
la Revolución. Sin embargo, la tarea<br />
educativa de los gobiernos posrevolucionarios<br />
ofreció la oportunidad a cientos<br />
de mexicanas de integrarse a nuevos<br />
espacios de trabajo y actividades en la<br />
esfera pública. Serán las organizaciones<br />
de mujeres surgidas de la Revolución, las<br />
que demanden con su activismo nuevos y<br />
mayores derechos por la educación.<br />
El desarrollo económico experimentado<br />
durante el Porfiriato, aunado a<br />
las precarias condiciones materiales de<br />
la mayoría de la población, incrementaron<br />
la incorporación de las mujeres a<br />
la fuerza de trabajo; la mayoría de ellas<br />
empleadas en los ramos textil y del tabaco. Ellas habían trabajado<br />
siempre, pero con el desarrollo del capitalismo los<br />
puestos en la industria cobraron otra dimensión; el salario<br />
y las condiciones laborales entraron en una dinámica de<br />
competencia dependiente de un mercado que, a principios<br />
de siglo, entraba en crisis. En la disputa por el espacio,<br />
el patriarcado utilizó su discurso de la separación de las<br />
esferas para afirmar que el trabajo remunerado de las mujeres<br />
constituía una amenaza al orden familiar: su incursión<br />
en el espacio público ponía en riesgo su papel dentro del<br />
hogar y, por ende, su moral. Por un lado, se reconocía la