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Reflexiones finales<br />
En el presente capítulo se buscó establecer cómo en las<br />
décadas de los años veinte a cincuenta las mexicanas se<br />
organizaron de una manera efectiva y trabajaron insistentemente<br />
para conseguir igualdad civil y derechos políticos; las<br />
reformas integradas al marco legal posrevolucionario dan<br />
fe de ello, al igual que las distintas formas de organización<br />
y la congregación de muchas feministas en movimientos y<br />
organización diversos, todos con miras a exigir a los gobiernos<br />
en turno cambios legales y morales para mejorar la<br />
situación social en que se encontraban las mexicanas.<br />
Las luchas del movimiento feminista en el México<br />
de este periodo lograron relevantes frutos, sin duda alguna.<br />
Sin embargo, una de sus debilidades fue la falta de continuidad<br />
de sus dirigentes, la discrepancia –a veces irreconciliable–<br />
de posturas ideológicas, así como la cooptación de<br />
diversos grupos de mujeres por parte del Estado al integrarlas<br />
al partido oficial. Cabe destacar que el mejor momento<br />
del feminismo mexicano se registra en la década de los<br />
treinta, ligada al socialismo del régimen cardenista, cuyo<br />
discurso sostenía su interés por alcanzar una sociedad más<br />
democrática. A pesar de que varias de las demandas no<br />
lograron convertirse en cambios inmediatos para beneficio<br />
de las mujeres, se sembraron las bases para que en años<br />
posteriores la lucha continuara.<br />
De otro lado, en los años subsiguientes a la Revolución,<br />
años de industrialización y modernización en México,<br />
se hizo posible que las mujeres tuvieran una mayor participación<br />
en la vida política, laboral y cultural. Las luchas<br />
políticas buscaban el reconocimiento de los derechos civiles<br />
del sexo femenino en sociedades en que su participación<br />
social era distinta y se hacía más necesaria. La fuerza que<br />
tomaban las mujeres como capital político fue utilizada<br />
por los gobiernos que terminaron por otorgar el sufragio<br />
femenino y absorber los movimientos sufragistas en su beneficio.<br />
No obstante, las mujeres ganaron terreno y obtuvieron<br />
mayor protección social, así como la oportunidad de desenvolverse<br />
con un poco más de libertad. A su vez, fueron<br />
ocupando plazas laborales y educativas (preferentemente<br />
aquellas consideradas femeninas y menos remuneradas)<br />
que les abrían canales de participación social, de desarrollo<br />
personal y cierta independencia económica, lo que las<br />
colocaba en una situación de subordinación más laxa frente<br />
a los jefes patriarcales.<br />
Por otro lado, la presencia femenina en la escena<br />
pública, que aumentaba de manera gradual e irreversible,<br />
no era aún un fenómeno altamente representativo. Existían,<br />
además, prejuicios morales y religiosos que sustentaban el<br />
discurso de la domesticidad natural del sexo femenino y<br />
su incapacidad para participar en espacios considerados<br />
masculinos. En un ámbito social y cultural más amplio, se<br />
crearon discursos que pretendían restringir la participación<br />
de las mexicanas en la escena pública y retenerlas en el<br />
hogar, al consolidarse en el imaginario la idea de la “mujer<br />
liberal” como una versión negativa de la mujer moderna, en<br />
tanto rechazaba los valores tradicionales designados para<br />
el sexo femenino.<br />
La fuerza que tomaban las mujeres<br />
como capital político fue utilizada<br />
por los gobiernos que terminaron<br />
por otorgar el sufragio femenino y<br />
absorber los movimientos sufragistas<br />
en su beneficio.