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En cuanto al dictamen sobre la tutoría de los hijos<br />
en caso de divorcio, se propuso que el “cónyuge culpable”<br />
tuviera la posibilidad de observar la forma como el “cónyuge<br />
inocente” educaba a sus hijos. En donde se suscitó una<br />
amplia discusión fue en el punto referente al principio de<br />
selección en el matrimonio. Había un franco apoyo a que<br />
el hombre presentara un certificado médico que acreditara<br />
su buena salud antes del matrimonio, para que la mujer no<br />
cayera en manos de, por ejemplo, un sifilítico. Sin embargo,<br />
una de las congresistas señaló que el acuerdo sería deficiente<br />
si sólo se consideraba la selección desde el punto de vista<br />
del hombre: otros aspectos debían tomarse en cuenta: “Los<br />
jugadores y los briagos son peores que los sifilíticos porque<br />
arrastran a su familia al desastre”. 79 Entonces, si las mujeres<br />
estaban pugnando por ser iguales a los hombres, también<br />
padecían enfermedades y debían someterse a un examen al<br />
igual que los hombres.<br />
Las voces subieron de tono cuando algunas delegadas<br />
defendieron que la esposa era pura en el hogar y,<br />
por lo tanto, si enfermaba era culpa del hombre, mientras<br />
otras apoyaban la idea de que también la mujer presentara<br />
un certificado. Al no haber acuerdo entre ambas posiciones<br />
se concluyó que, finalmente, si las leyes no podían intervenir<br />
en los sentimientos de las parejas, siempre quedaba el<br />
remedio de la cuarentena, durante la cual los tratamientos<br />
médicos adecuados ayudarían a paliar los males. Hablar<br />
abiertamente sobre estos temas indicaba que el ala liberal<br />
consideraba la opción de intervenir en la selección de su<br />
pareja, y en la del divorcio en caso de contraer una enfermedad<br />
hereditaria, aunque aportaba como justificación<br />
principal a su descendencia.<br />
Toda esta discusión se debía a que desde finales<br />
del siglo xix, con las influencias extranjeras acerca de la degeneración<br />
en el desarrollo de las sociedades, y el auge del<br />
positivismo, se consideraba que las enfermedades mentales,<br />
por ejemplo, eran incurables y, por lo tanto, sólo podían<br />
controlarse por medio de normas preventivas; así, “las tendencias<br />
hacia la criminalidad y otros fenómenos relacionados<br />
con la marginalidad urbana (prostitución, alcoholismo y<br />
toxicomanías) fueron también vistos como efectos o causas<br />
de un proceso de degeneración con carácter hereditario”. 80<br />
“Es de estricta justicia que la mujer<br />
tenga el voto en las elecciones de<br />
las autoridades, porque si ella tiene<br />
obligaciones para con el grupo social,<br />
razonable es, que no carezca de<br />
derecho”, Hermila Galindo.<br />
De hecho, los gobiernos posrevolucionarios consideraron<br />
estas ideas posteriormente para poner en marcha un programa<br />
de eugenesia enfocado a controlar los males sociales de<br />
la época y, al hacer énfasis en las relaciones madre–hijo, la<br />
maternidad pasó a ser un asunto del Estado.<br />
El tema del sufragio también causó un revuelo<br />
formidable; las delegadas se dividieron y fijaron posturas<br />
encontradas. Las que estaban en contra del voto argumentaban<br />
que “todavía era temprano” para que la mujer votara,<br />
pues se necesitaban años, siglos, para estar preparadas.<br />
Una de las congresistas, Consuelo Andrade, replicaba que<br />
su rechazo al voto político se debía a que “nos amargaría<br />
79 Porfiria Ávila de Rosado, en La Voz de la Revolución, Mérida, 27/<br />
noviembre/1916, en Ibid., p. 144.<br />
80 Beatriz Urías Horcasitas, “Degeneracionismo e higiene mental en el<br />
México posrevolucionario (1929–1949)”, en Frenia, Revista de Historia de<br />
la psiquiatría, vol. IV, fascículo 2, España, 2004, p. 41.