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Como ya se dijo, las tertulias persistieron por lo<br />
menos hasta los años sesenta del siglo xix, y en ellas era ya<br />
una costumbre la lectura de la obra escrita, o traducida por<br />
las organizadoras, en especial la de orden poético. 62 En<br />
este sentido, y en coincidencia con lo ocurrido en España,<br />
es claro que estas reuniones fueron un espacio de sociabilidad<br />
que las mujeres aprovecharon de diversas maneras,<br />
y fue propicio para su entrenamiento<br />
en prácticas que<br />
fortalecieron la configuración<br />
de una identidad de lo femenino<br />
que se afirmaba como<br />
individuo social; no sólo las<br />
vinculadas con la lectura<br />
personal o en grupos, sino de<br />
manera todavía más crucial,<br />
las de la escritura de diarios<br />
personales, y de intercambio<br />
de cartas, hábitos que en múltiples<br />
aspectos afirmarían su capacidad para expresar sus<br />
ideas no sólo entre sí mismas, sino también frente a otros,<br />
y en un ámbito en el que se adentrarían poco a poco: el<br />
espacio público.<br />
Algunos casos particulares enfatizan el papel de<br />
la palabra impresa como una expresión de la naciente modernidad<br />
política y, en dicho sentido, de la importancia que<br />
para las mujeres tuvo asimismo la escritura como una herramienta<br />
cultural que, gradualmente, les permitió posicionarse<br />
como sujetos públicos.<br />
Las tertulias representaron para las<br />
novohispanas un espacio de acceso<br />
tanto al conocimiento indirecto de<br />
autores y temas de discusión vigentes<br />
en la ciencia, la filosofía y la política,<br />
como a la oportunidad de acrecentar<br />
su relación con el mundo de las letras.<br />
El primer caso refiere la polémica suscitada en<br />
1831 entre Leona Vicario y el entonces ministro de Relaciones,<br />
Lucas Alamán, quien publicó un texto en el que acusó<br />
a Leona Vicario de aprovechar su vínculo matrimonial con<br />
el también conocido –y adversario político de Alamán– Andrés<br />
Quintana Roo, para adjudicarse la posesión de una<br />
serie de fincas que, en calidad de pensión, el gobierno<br />
le otorgaba en retribución<br />
a sus acciones en<br />
favor del movimiento<br />
insurgente. Acciones que<br />
Alamán no consideraba<br />
merecedoras de tal reconocimiento,<br />
puesto que<br />
su motivación fue en realidad<br />
“cierto heroísmo<br />
romanesco [sic] que el<br />
que sepa algo del influjo<br />
de las pasiones, sobre<br />
todo en el bello sexo, aunque no haya leído a Madame de<br />
Staël, podrá atribuir a otro principio menos patriótico”. 63<br />
La respuesta de la señora Vicario, publicada doce<br />
días después en el Federalista Mexicano, subrayó enfáticamente<br />
el error en que incurría el ministro Alamán, así como<br />
el agravio que le producía la suposición de que su apoyo al<br />
ejército insurgente fuera el resultado de sus afecciones sentimentales.<br />
Asimismo, y con un simbólico empleo en femenino<br />
de la primera persona del plural, nosotras, afirmó:<br />
62 Además de la obra de Prieto ya mencionada, véase Alicia Perales,<br />
Asociaciones Literarias Mexicanas, xix, México, unam, 2000 (edición corregida<br />
y aumentada). 63 Registro Oficial, lunes 14 de marzo de 1831.