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liberales-liberadas-2da

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47<br />

Como ya se dijo, las tertulias persistieron por lo<br />

menos hasta los años sesenta del siglo xix, y en ellas era ya<br />

una costumbre la lectura de la obra escrita, o traducida por<br />

las organizadoras, en especial la de orden poético. 62 En<br />

este sentido, y en coincidencia con lo ocurrido en España,<br />

es claro que estas reuniones fueron un espacio de sociabilidad<br />

que las mujeres aprovecharon de diversas maneras,<br />

y fue propicio para su entrenamiento<br />

en prácticas que<br />

fortalecieron la configuración<br />

de una identidad de lo femenino<br />

que se afirmaba como<br />

individuo social; no sólo las<br />

vinculadas con la lectura<br />

personal o en grupos, sino de<br />

manera todavía más crucial,<br />

las de la escritura de diarios<br />

personales, y de intercambio<br />

de cartas, hábitos que en múltiples<br />

aspectos afirmarían su capacidad para expresar sus<br />

ideas no sólo entre sí mismas, sino también frente a otros,<br />

y en un ámbito en el que se adentrarían poco a poco: el<br />

espacio público.<br />

Algunos casos particulares enfatizan el papel de<br />

la palabra impresa como una expresión de la naciente modernidad<br />

política y, en dicho sentido, de la importancia que<br />

para las mujeres tuvo asimismo la escritura como una herramienta<br />

cultural que, gradualmente, les permitió posicionarse<br />

como sujetos públicos.<br />

Las tertulias representaron para las<br />

novohispanas un espacio de acceso<br />

tanto al conocimiento indirecto de<br />

autores y temas de discusión vigentes<br />

en la ciencia, la filosofía y la política,<br />

como a la oportunidad de acrecentar<br />

su relación con el mundo de las letras.<br />

El primer caso refiere la polémica suscitada en<br />

1831 entre Leona Vicario y el entonces ministro de Relaciones,<br />

Lucas Alamán, quien publicó un texto en el que acusó<br />

a Leona Vicario de aprovechar su vínculo matrimonial con<br />

el también conocido –y adversario político de Alamán– Andrés<br />

Quintana Roo, para adjudicarse la posesión de una<br />

serie de fincas que, en calidad de pensión, el gobierno<br />

le otorgaba en retribución<br />

a sus acciones en<br />

favor del movimiento<br />

insurgente. Acciones que<br />

Alamán no consideraba<br />

merecedoras de tal reconocimiento,<br />

puesto que<br />

su motivación fue en realidad<br />

“cierto heroísmo<br />

romanesco [sic] que el<br />

que sepa algo del influjo<br />

de las pasiones, sobre<br />

todo en el bello sexo, aunque no haya leído a Madame de<br />

Staël, podrá atribuir a otro principio menos patriótico”. 63<br />

La respuesta de la señora Vicario, publicada doce<br />

días después en el Federalista Mexicano, subrayó enfáticamente<br />

el error en que incurría el ministro Alamán, así como<br />

el agravio que le producía la suposición de que su apoyo al<br />

ejército insurgente fuera el resultado de sus afecciones sentimentales.<br />

Asimismo, y con un simbólico empleo en femenino<br />

de la primera persona del plural, nosotras, afirmó:<br />

62 Además de la obra de Prieto ya mencionada, véase Alicia Perales,<br />

Asociaciones Literarias Mexicanas, xix, México, unam, 2000 (edición corregida<br />

y aumentada). 63 Registro Oficial, lunes 14 de marzo de 1831.

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