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72<br />
ya mencionado de que su naturaleza le asignaba el hogar<br />
como lugar único de actividades y deberes.<br />
En opinión de Agustín Rivera, uno de los escritores<br />
más prolíficos de textos pedagógicos del siglo xix: “El primer<br />
deber de la mujer, es el de cuidar que la vida del hogar<br />
se deslice sin el menor contratiempo, que su esposo, sus<br />
hijos, sus padres, sus hermanos, hallen siempre agradable<br />
su casa”. 22<br />
En consecuencia con el planteamiento de Rivera,<br />
este sector de opinión reprobaba el ingreso de las mujeres<br />
a la educación superior y profesional, en tanto consideraba<br />
que una preparación intelectual más allá de lo requerido<br />
para cumplir con el papel de educadoras al interior de la<br />
familia, resultaba impropia e incluso contraproducente y<br />
ominosa para la sociedad entera. Tal como expresó el periódico<br />
El Tiempo, a un año de que terminara el siglo, y aun<br />
cuando ya para entonces cinco mujeres habían egresado<br />
de la escuela de Medicina y de Jurisprudencia:<br />
Ni ciencia ni educación ha producido ese laicismo,<br />
prostitución del espíritu, cáncer del corazón, eso<br />
nada más ha dado el sistema masónico implantado<br />
en las escuelas del Estado [...] que a la mujer se la<br />
instruya como conviene a la delicadeza, importancia y<br />
trascendencia de su misión salvadora [...] no solo en<br />
la maternidad, sino también en la categoría de virgen<br />
cristiana en el hogar y en la familia, en donde está toda<br />
una misión de paz, de dulzura y de virtudes heroicas<br />
[...]. A todo esto se opone la instrucción laica, la<br />
charlatanería del Normalismo, el enciclopedismo de los<br />
nuevos programas de enseñanza y todo lo que, nacido<br />
22 Agustín Rivera, “Pensamientos filosóficos sobre la educación de la<br />
mujer en México”, op. cit.<br />
de la secta liberal, hemos combatido y seguiremos<br />
combatiendo, porque esos factores darán si acaso<br />
marisabidillas, bachilleras y descocadas, pero nunca<br />
excelentes madres de familia ni mujeres virtuosas. 23<br />
Para finalizar con este primer sector de opinión,<br />
vale la pena comentar que, aun con diversos matices, a él<br />
se sumaron incluso personajes como Justo Sierra, Andrés<br />
Molina Enríquez y Horacio Barreda, quienes desde una<br />
perspectiva positivista coincidían con la visión biológico–<br />
esencialista del papel social de los sexos. Horizonte a partir<br />
del cual consideraban que las mujeres deberían estudiar<br />
solamente aquello que les permitiera ampliar y consolidar<br />
su función social como educadoras al interior de la familia.<br />
24<br />
El segundo grupo de opinión sobre la educación<br />
femenina reconocía la capacidad intelectual de la mujer<br />
para insertarse como un sujeto “útil” en el medio social y<br />
productivo de la nación, sin que ello se contrapusiera con<br />
la ya señalada “naturaleza femenina” ni representara una<br />
amenaza para el cumplimiento de su papel en la familia y<br />
el hogar. Se piensa sólo en una expansión de los espacios<br />
en que actúa como buena esposa, madre y mexicana. Esta<br />
posición presentaba diversos grados de radicalidad, aunque<br />
en general el acceso de la mujer a sectores laborales<br />
y de instrucción antes negados era considerado como un<br />
elemento más para ayudarla a cumplir con mayor eficiencia<br />
y “calidad” sus obligaciones como columna de la institución<br />
familiar (a la que se consideraba base de la sociedad y la<br />
civilización).<br />
23 “La instrucción laica y religiosa”, núm. 10, año I, t. I, abril 1899,<br />
tomado de El Tiempo (5–09–95).<br />
24 Un estudio detallado al respecto es el de Lourdes Alvarado (comp.), El<br />
siglo xix ante el feminismo. Una interpretación positivista, México: unam,<br />
1991.