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común en las más difíciles, por la mayor profundidad,
extensión y constancia que requieren. Dios le hizo
para ayudar al hombre, y por consiguiente le formó
con relación a este fin, proporcionado para los asuntos
económicos y para seguir en todo la dirección de los
hombres. 4
Dicha polémica ocupó a los autores que reafirmaron
“las más antiguas tradiciones heredadas acerca
de las mujeres: que éstas eran inferiores a los hombres
en las facultades cruciales de la razón y la ética”; 5 entre
los más conocidos, los franceses
Juan Jacobo Rousseau, el barón
de Montesquieu, Voltaire, el escocés
David Hume y el inglés John
Locke; asimismo a quienes en
diversos niveles, cuestionaron e incluso
se opusieron del todo a esta
tradición (en su mayoría mujeres),
las francesas, Madame d´Epinay,
Madame d´Alembert y Olimpia de
Gouges, quien pagó con su vida el
atreverse a defender los derechos
de las mujeres durante los primeros años de la Revolución
francesa, y fue guillotinada en julio de 1793; también a Diderot,
Marie–Jean Antoine de Caritat (mejor conocido como
el marqués de Condorcet), Theodor von Hippel en Prusia,
la inglesa Mary Wollstonecraft y, de manera especial, por
haber tenido una influencia crucial en territorio novohispano,
los españoles Benito Jerónimo Feijoo y Josefa Amar y
Borbón.
Las francesas Madame
d’Epinay, Madame d’Alembert
y Olimpia de Gouges, se
opusieron a las más antiguas
tradiciones heredadas acerca
de las mujeres: que éstas eran
inferiores a los hombres en las
facultades cruciales de la razón.
Conviene puntualizar, sin embargo, que aun cuando
el modelo de mujer ilustrada más difundido en suelo
novohispano (más no el único) fue el promovido por los autores
antes mencionados (Feijoo, Amar y Borbón), quienes
abogaron a favor de la igualdad entre los sexos, el conjunto
de circunstancias socioeconómicas y culturales propias de
la realidad colonial que determinaron la instrumentación de
las ideas ilustradas mediante políticas y proyectos concretos,
produjo una compleja adaptación de dicho ideal de
lo femenino. En primer lugar porque, como veremos más
adelante, aun cuando en términos generales la legislación
virreinal (civil y religiosa) “conservó el sistema de privilegio
masculino heredado de sus dos
nutrientes [las culturas precolombina
y cristiana] y centró el papel
de la mujer en el matrimonio y la
maternidad”, 6 la ambigüedad legal
que favoreció a las mujeres en
la resolución de conflictos como la
bigamia, la patria potestad de los
hijos, o la herencia de propiedades,
títulos y negocios, estableció
también un margen de libertad que
las mujeres aprendieron a utilizar,
y al que no estaban dispuestas a renunciar.
En segundo porque, en el caso específico de la
educación, el interés primordial de las autoridades virreinales
fue, para el caso de las mujeres de las clases altas,
modelar su conducta para recluirlas en el matrimonio, o el
convento y, para el caso de las mestizas, mulatas, indígenas
y el resto de las castas no privilegiadas, su incorporación
a la fuerza de trabajo. Objetivo que, como revisaremos de
4 Manuel Rosell y Viciano, La educación conforme a los principios de la
Religión Christiana, leyes y costumbres de la nación española en tres libros
dirigidos a los Padres de familia, Madrid: Imprenta Real, 1786, p. 55.
5 Bonnie Anderson, op.cit. p. 586.
6 Julia Tuñón, Mujeres en México. Recordando una historia, México:
conaculta, 1998: p. 55.