www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 12el técnico especializado. El diferendo entre técnicos e intelectuales, aunque incierto y cambiante,sería esencialmente irreductible: mientras que los primeros intervienen sólo en cuanto esténlegitimados por la normatividad de un campo específico, los segundos necesariamentecuestionarían la previa división del conocimiento, requisito mismo para la constitución de áreasparticulares. Si el técnico instrumentaliza un conocimiento específico para comprender un objetodado, el intelectual pensaría necesariamente la totalidad que hace posible la formación deobjetos particulares, o sea, el objeto de la reflexión intelectual sería el fundamento mismo,principio último, suelo no circunscrito sino por sí mismo. La labor de los intelectuales se entiendeentonces como labor coextensiva al locus asignado por Kant a la Facultad de Filosofía, lareflexión sobre las condiciones de posibilidad últimas del conocimiento. Con la ampliatecnificación del cuerpo social - llevada a cabo por las dictaduras como parte de la transiciónepocal del Estado al Mercado - la posibilidad de tal reflexión estaría hoy definitivamente disuelta.En la crítica a las teorías social-científicas del autoritarismo, tanto de José JoaquínBrunner como de Fernando Henrique Cardoso, se trata de señalar una instancia de cómo sehabría nublado la visibilidad del fundamento último. En estas descripciones - hegemónicas en elcampo social-científico y político-partidario - de la naturaleza de los recientes regímenes delCono Sur, la equivalencia entre dictadura y autoritarismo hace emerger una antítesisuniversalizada, absolutizada, que se encarnaría en la democracia liberal. En la obra de Brunner, laidentificación de antiguos elementos autoritarios en la cultura chilena supuestamente demostraríaque los valores liberales y democráticos “no habían sido continuos en el país”, en unanaturalización de la oposición que impedía, por ejemplo, cualquier investigación de una posiblecomplicidad entre los dos. Esta línea de análisis llevó a Brunner a asociar la pérdida de status delos intelectuales no a la transición epocal del Estado al Mercado - con la correlativa transición delintelectual al técnico - sino más bien, y sorprendentemente, a la democratización en cuanto tal.Operación análoga parece haber tenido lugar en la obra de Cardoso, la cual explica repetidasveces las dictaduras brasileña e hispanoamericanas como productos de núcleos burocráticosestatales, no reductibles al interés de clase capitalista y misteriosamente contradictorios con él.Puesto que una burocracia, a diferencia de una clase dominante, puede ser eliminada sin que setoque el modelo económico, la teoría de Cardoso - de que las dictaduras eran el resultado de unaburocratización aberrante - preparó el camino para una “transición a la democracia”hegemonizada por fuerzas neoliberales y conservadoras. En base a esta lectura de Brunner yCardoso, se adelanta la proposición de que la teoría social-científica del autoritarismo habría sidoen sí un síntoma de la tecnificación implementada por las dictaduras, un producto de la transiciónepocal, más que una teoría de tal transición.Esta generalizada inmanentización o destranscendentalización - el bloqueo de la visibilidaddel suelo último - se estudia, a continuación, en parte de la literatura alegórica escrita bajodictadura. En las grandiosas máquinas alegóricas diseñadas en A Hora dos Ruminantes, de J. J.Veiga, Casa de campo, de José Donoso, y El vuelo del tigre, de Daniel Moyano, se nota ladecadencia del contraste mágico-realista o fantástico entre lógicas opuestas. Mientras que elrealismo mágico movilizaba (y domesticaba) una cosmogonía premoderna a manos de lamaquinaria narrativa moderna - en un proceso que implicaba una demonización de la lógicaindígena o precapitalista - en estas fábulas alegóricas, por otro lado, todo el texto se subsumebajo la lógica propia a las tiranías retratadas. Al eliminarse toda coexistencia de modos de
www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 13producción (y sus lógicas respectivas), el fundamento de esas tiranías o catástrofes se haceinvisible a los personajes, narrador y lector, inimputable a la voluntad o la acción de cualquiersujeto. La rígida circunscripción espacio-temporal común a estos textos se analiza dentro de estemarco: despliegan, al fin y al cabo, la petrificación de la historia característica de la alegoría. Estainmanentización radical se vincularía, a mi modo de ver, con la experiencia de la derrota, cuyaréplica tropológica reside en el concepto de alegoría: derrota histórica, inmanentización de losfundamentos de la narrativa y alegorización de los mecanismos ficcionales de representación,serían teóricamente coextensivos, cooriginarios. Se demuestra así que la alegoría no tiene nadaque ver con una simple sobrecodificación de un contenido idéntico a sí mismo, que se camuflaríapara escapar a la censura. En contraste con esta visión instrumentalista, se sostiene que el girohacia la alegoría equivale a una transmutación epocal, paralela y coextensiva a la imposibililidadde representarse el fundamento último: derrota constitutiva de la productividad de lo literario,instalación, en fin, de su objeto de representación en cuanto objeto perdido.Estas grandiosas máquinas alegóricas, empero, traicionaban inconfesada nostalgia por latotalidad infisurada del símbolo: revelaban, a contrapelo, su naturaleza híbrida. Aunque suinmanentización del principio narrativo organizacional, su petrificación de temporalidad, surechazo de cualquier recolección trascendental de la facticidad diegética, manifestaban, sin duda,un abrazo del imaginario alegórico, si bien su tono melancólico y doliente los volvía másconsonantes con la alegoría que con el símbolo, aún así estos textos poseían esa redondezacabada característica de los modos simbólicos. Su petrificación de la historia se inscribíainvariablemente en ciclos totalizantes - invasión de la ciudad, destrucción y alejamiento en J. J.Veiga y Daniel Moyano; opresión, revolución y contrarrevolución en José Donoso -, los cualeshacían de la derrota nada más que un momento en una progresión teleológica más amplia, decarácter casi siempre apocalíptico o redentor. Por debajo de la alegorización de la historia - supetrificación, su coagulación como mónada - uno podia aún vislumbrar el grandioso flujo de undevenir que procedía cíclicamente. Esto equivale a decir que la aceptación de la derrota era, enestos textos, parcial y contradictoria: al mismo tiempo que hacían ineludible la experiencia de laderrota (al retratar, en toda su irreductibililidad, la desolación de la catástrofe), la acolchonabanbajo la grandiosa narrativa de ascensos y descensos propia al símbolo. De ahí la naturalezatransparente de estos textos, la tabla de equivalencias - obvia en algunos casos - que se dejabaestablecer entre ellos y las historias a las que aluden (Casa de campo, de José Donoso esparadigmática en este aspecto: casi todos los elementos de la novela podían ser interpretadosdesde la perspectiva de la caída de Allende y el consiguiente ascenso de la dictadura dePinochet). Esta transparencia había ya sido observada por varios críticos y, de un modo algoligero, adscrita unilateralmente por algunos a la alegoría. El análisis que se llevará a cabo aquítratará de demostrar que la facilidad con que algunos de esos textos se prestaban a ladecodificación, no se debía a una supuesta transparencia necesaria del procedimiento alegórico,sino más bien a la naturaleza híbrida de esos textos, es decir, los modos específicos mediante loscuales la petrificación alegórica de la historia se subsumía bajo la marcha grandiosa de unateleología simbólica.El marco general desarrollado en los dos primeros capítulos, a pesar de la aparentemezcla caótica de referencias - el boom, el papel del intelectual y la universidad, la teoría socialcientíficadel autoritarismo y la renovada relevancia de lo alegórico -, tiene un hilo unificante:
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