www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 56lenta y detallada de Recuerdo de la muerte para mostrar que nada en el subsiguiente desarrollode la acción, incluso los fracasos que se acumulan sobre los montoneros durante los setenta,cambia los términos de la elección con la que los personajes se confrontan: uno sigue igual o seconvierte en traidor. Una genuina mitología del macho que soporta la tortura y nunca traiciona lacausa sustituye cualquier examen más detenido de la derrota. Los ejemplos se acumulan en lanarrativa: “El individuo siempre puede traicionar. Lo que vale es el Partido. Nada, nada. Latraición se parece a la seducción. A la imagen de la mujer seducida” (135). Si la traición - palabraomnipresente en el texto, como si la política se hubiera reducido a la polaridad cristiana entretraición y fidelidad - gradualmente se feminiza, la experiencia de la derrota se silencia,compensada de forma imaginaria por la imagen del resuelto guerrero-macho. “El Pelado quisosaber la historia de Serafín, el melancólico desdentado que le había dado el primer cigarrillo. Seenteró con pena que ‘había hablado en la tortura’ y se sorprendió al descubrir que su ánimo seinclinaba al perdón” (269). Para los “débiles” que dejan escapar información bajo tortura, lo quequeda es el rótulo de traidor o, en el mejor de los casos, el perdón, la compasión, y la piedad.Con Nietzsche hemos aprendido, a propósito, de dónde proviene este lenguaje. Mientras laretórica reconfortante del cristianismo complementaba la retórica heroica y militarista de la“vanguardia armada”, la dictadura lograba una victoria fundamental: el lenguaje en que senarraban sus atrocidades era, en su esencia, el mismo lenguaje cultivado y promovido por ladictadura, el militarismo macho con un toque de catolicismo piadoso.Desde luego, no se trata de condenar el género testimonial en cuanto tal. No se debesubestimar el peso denunciatorio e incluso judicial de los textos testimoniales producidos bajocondiciones de opresión. El papel clave que el testimonio representó en la resistencia a losmilitares, especialmente en el caso chileno, es innegable. Es imperativo, sin embargo, cuestionar laretórica triunfante con la que se rodeó este fenómeno en los ochenta, especialmente en losEstados Unidos y en gran parte, creo, como una compensación imaginaria por la sucesión dederrotas sufridas por la izquierda en décadas recientes. En circunstancias de aislamiento políticoes demasiado tranquilizador imaginar que la redención está a la vuelta de la esquina, anunciadapor una voz subalterna que coincide transparentemente con su experiencia y provee al intelectualcrítico una oportunidad de oro de satisfacer su buena conciencia. Ninguna afirmación de que eltestimonio nos lleva a una “posliteratura” o de que ahora “el otro subalterno realmente habla”podrá eludir las aporías retóricas irresueltas en el testimonialismo conosureño. Se facilita, dehecho, el olvido postdictatorial, en la medida en que la narración de la atrocidad tiene lugar en unlenguaje que no se pregunta por su estatuto retórico y político. El tono insistentementeanunciatorio de la mayoría de los textos testimoniales en el subcontinente, casi siempre confiandoen que mañana triunfarían las fuerzas de la justicia, reforzarían aun más el efecto narcótico. Lareinvención de la memoria tras los militares exige una crítica del legado del testimonialismo, apesar de la importancia indudable, insisto, de defender la verdad factual de esos textos. Talverdad es irreductible, y el testimonialismo nos ha ofrecido un rico material al que referir siempreque se encuentren, como ha sido ya el caso, denegaciones de varios tipos. La verdad factual, sinembargo, no es aún la verdad de la derrota. La verdad de la derrota no puede surgir en unlenguaje que aún no haya incorporado la experiencia que narra en una reflexión sobre la derrota.La verdad de la derrota, que es la verdad de la experiencia latinoamericana en las pasadasdécadas - por no decir los últimos siglos - exige una narrativa que no se limite a invitar
www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 57solidaridad. “La solidaridad, que sigue siendo la convocatoria esencial del texto testimonial, y laque lo distingue de forma radical del texto literario, se encuentra en perpetuo peligro deconvertirse en una tropología retórica”. 110 La derrota, definámosla aquí provisionalmente, es esemomento de la experiencia en que toda solidaridad se convierte en un troponecesariamente ciego a la estructura retórica que lo hace posible. Esta ceguera solo seráexacerbada si la crítica literaria insiste en sustituir la reflexión sobre la derrota por un simplepanegírico triunfante de una supuesta transparencia subalterna del testimonio.4 - La alegoría como fin epocal de lo mágicoAdemás del retorno al naturalismo y los testimonios, la narrativa escrita bajo dictadura viouna proliferación de grandiosas máquinas alegóricas que intentaban elaborar mecanismos derepresentación de una catástrofe que parecía irrepresentable. Retratando países ficcionalesaterrorizados por tiranos sangrientos, pequeños pueblos imaginarios ocupados por invasoresinicuos o animales misteriosos y terroríficos, misas negras repletas de alusiones satánicas ycuerpos sacrificiales, entre otras variantes, esta literatura nos confronta a varias réplicas delYoknapatawa County faulkeneriano o del Macondo de García Márquez: Hualacato en El vuelodel tigre, del argentino Daniel Moyano; Marulanda en Casa de campo, del chileno José Donoso,Manarairema en A Hora dos Ruminantes, del brasileño José J. Veiga, por nombrar aquéllos queserán aquí objeto de un breve análisis. Estas novelas son microcosmos textuales de una totalidadque ahora sólo se podía evocar de forma alegórica: en general, retratan un cierto intervalo, unperíodo circunscrito en que la historia se suspende, y el tiempo secular, progresivo, da lugar aexperiencias que parecen eternalizadas, desprovistas de progresión, como si el orden reinante nofuera otro que el de la naturaleza. La alegoría sería ese “extraño entrecruzamiento[Verschränkung] de naturaleza e historia” en la que ésta se representa como “paisaje primordialpetrificado”, 111 es decir, como historia natural. “Naturaleza” aquí, sin embargo, no representa laexuberancia trascendente que hizo famosa el Romanticismo, sino más bien un proceso inmanentede putrefacción: “A los escritores barrocos ... la naturaleza no se les aparecía [erscheint] encapullo y floración, sino en la sobremaduración y decaimiento de sus creaciones. En la naturalezaveían lo eterno transitorio, y sólo aquí reconocía [erkannte] la historia la visión saturnina de estageneración”. 112“Lo eterno transitorio” es el oxímoron benjaminiano que apunta hacia ese interludio en110 Alberto Moreiras, “The Aura”, 9. Si es cierto que gran parte del anterior triunfalismosobre el testimonio - como en los días en que de hecho se decía que el testimonio representaba unaforma de “posliteratura” - se ha desplomado, los debates sobre su canonización en los currículosuniversitarios sólo ha comenzado. En este contexto, es crucial mantener claros los límites delgénero. George M. Gugelberger ha editado un excelente volumen, The “Real” Thing: TestimonialDiscourse and Latin America (Durham: Duke UP, 1996), que sirve como obra iniciadora en estesegundo ciclo de crítica del testimonio.111 Benjamin, Ursprung, 344, 343.112 Benjamin, Ursprung, 355.