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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 75pobres.” 138 El análisis de Josefina Ludmer hace visible cómo Martín Fierro, el héroe popular de lagauchesca, termina la Vuelta (1879), de José Hernández -- el retorno del héroe siete añosdespués de su debut en La Ida (1872) -- hablando un lenguaje legalista e impersonal,(con)fundiendo justicia y ley, hablando, de hecho, desde el punto de vista de la ley. Lo queBorges hizo con el Martín Fierro de Hernández fue ponerlo en la posición en que Hernández lohabía dejado en la Vuelta, es decir, como un representante de la emergente legalidad estatal. En“El fin” borgeano, Fierro, convertido en funcionario estatal, encuentra la derrota a manos de lajusticia popular representada ahora por un sirviente negro. El momento de cierre del género habíasido el abandono definitivo, por parte de Hernández, del ventriloquismo de la “voz” del gaucho -intento de representación de una autoctonía gaucha, visible en la Ida - en el momento en que lafigura del gaucho pasa a confundirse, en la Vuelta, con la del estado. Borges restaura la justiciapopular oral - en su no coincidencia, su diferendo irreductible con la ley estatal codificada - alhacer que el criado se vengue de un Martín Fierro ya completamente convertido en funcionarioestatal. De cierto modo, Borges le hizo a Hernández lo que Hernández le había hecho a Fierro: lamemoria del héroe popular se había convertido, en la apropiación letrada de Hernández, en unazona de tránsito cubierta ya por la unificación jurídica estatal. Borges procede llevando a suslímites la estrategia más propia del género. Si Fierro había abandonado las filas de la memoriapopular, convirtiéndose en ejemplo de patriotismo domesticado, entonces había que sacrificarlo amanos del miserable anónimo: el sirviente negro vence a Fierro en un duelo abierto, justo, utópico.La justicia popular se venga de la ley, y la ley del género encuentra su cierre epocal.Borges clausura, entonces, según la interpretación de Piglia, las dos líneas maestras de laliteratura argentina del siglo XIX. De ahí la afirmación de Renzi, en Respiración artificial, de queBorges fue el mejor escritor argentino del siglo XIX, “lo que no es poco mérito si uno piensa queen ese entonces escribían Sarmiento, Mansilla, Del Campo, Hernández” (CF 123). Elanacronismo deliberado del aserto, pronunciado en esos términos epigramáticos y concluyentesque reserva Piglia para las proposiciones teóricas intercaladas en la ficción, 139 producía el138 Josefina Ludmer, El género gauchesco: Un tratado sobre la patria (Buenos Aires:Sudamericana, 1988), 225. La hipótesis de Ludmer acerca del género se estriba en la fórmula “lavoz (del) ‘gaucho’,” donde son significativos tanto las comillas como el genitivo entre paréntesis. Elgénero separa la legalidad de la ilegalidad, define el espacio de enunciados posibles sobre el gaucho,mapea y disciplina los cuerpos. El género elabora el sistema de leyes según el cual la representacióndel gaucho se hace concebible: “el género es un tratado sobre los usos diferenciales de las voces ypalabras que definen los sentidos de los usos de los cuerpos” (31). Para el género, el gaucho existecomo un cuerpo usable, coextensivo a la emergencia del signo social del gaucho patriota. Comotales, los gauchos se vuelven citables por el género a cambio de ser al final incorporados a laempresa unificadora estatal. La gauchesca hace legible esa época, “porque está escrita en la voz, enla escritura de la voz del otro” (43). El género hace la crónica del exilio de la voz “gaucha.” Si elcierre del género tiene lugar con la Vuelta de Martín Fierro, de José Hernández (1879), donde lavoz “gaucha” se convierte en una institución absorbida por la legitimidad estatal, Borges pone fin almomento histórico caracterizado por “el uso del género para pasar a otro género literario” (41).139 Sobre lo epigramático en la ficción de Piglia, véase la interesante entrevista de MarinaKaplan, “Between Arlt and Borges: Interview with Ricardo Piglia,” New Orleans Review 16(1989): 64-74.

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