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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 81sos” (PP 139 195). No hay lugar para la piedad o la solidaridad en los personajes de Arlt; laficción nunca los mide por ningún valor transcendental, moral, sino por su mera voluntad depoder.En la lectura de Piglia el burdel también surge como la gran alegoría de la instituciónliteraria; para Arlt ser criticado implica, explícitamente, perder dinero. El comentario se reduce asía la desnudez de su estatuto de mediador económico y clave para la venta de más libros. En estaperspectiva el crítico literario es el que maneja, aunque precariamente, los códigos de acceso alreconocimiento del mercado. También aquí se ha abandonado toda mala fe, se ha puesto ensuspenso toda moral. Tal suspensión abre camino a la alegorización del crítico literario en la figuradel rufián. El canon literario toma la forma de un inmenso mercado de cuerpos, donde todo valorde uso ha sido reducido a puro valor de cambio. En Los siete locos y Los lanzallamas, Arltretrata al Rufián Melancólico (patrocinador de la revolución bolchevique-tecno-místico-fascistaplaneada por el Astrólogo) como el lector ingenioso y experiente del mundo, el que percibe que,al fin y al cabo, no hay diferencia cualitativa entre un proxeneta y un empresario. El Rufián es elúnico, de hecho, que maneja citas literarias en la novela: evoca a Bernal Díaz del Castillo, planeasu retiro en Brasil o en Francia, donde “leería a Victor Hugo y las macanas de Clemenceau” 147 y,como una especie de Sócrates nietzscheano (valga el oxímoron) introduce a Erdosain a laamoralidad de todas las cosas.Lo que me interesa aquí es la manera en que Piglia lee a Arlt alegóricamente, en unprocedimiento de lectura que no está lejos de la manera como Benjamin leyó a Baudelaire. Arltsurge no sólo como la contrapartida argentina de Baudelaire, es decir, como el primer cronista deuna modernidad marcada por la experiencia del choque entre las masas urbanas, la vertiginosidadde lo transitorio, la muerte de Dios y el devenir-distopía de la utopía. No sólo emergenincontables analogías entre Baudelaire y Arlt (véanse los notables paralelos entre el tratamientoarltiano del dinero como falsificación y el gesto desconcertante de ofrecer monedas falsas comolimosna en “La fausse monaie,” de Baudelaire 148 ). Además de estas convergencias, elprocedimiento de Piglia, su protocolo de lectura, es en sí alegórico: al aislar mónadas en el textode Arlt y arrancar de ellas - sin olvidar lo que se sabe acerca del curso posterior de la historia -todo el conflicto entre fuerzas contradictorias que operan a lo largo de la literatura argentina,Piglia ofrece una alternativa al método corriente, simbólico, de presuponer una totalidadarmoniosa y sin fracturas, para después asignar una posición a cada pieza dentro de un todo yadomesticado. Es decir, en lugar de asumir la historia pasada de la literatura argentina como untodo orgánico en el que a Arlt se le asignaría magnánimamente un rincón en el panteón --haciéndolo así coexistir sin problemas con Sarmiento, Borges, etc., todos ellos atestiguando la“riqueza” y “diversidad” del todo (en lugar de replicar el procedimiento usual de los manuales de147 Arlt, 231.148 Para un comentario sobre “La fausse monaie ”, de Baudelaire, dentro de una reflexiónsobre las paradojas del don, véase la obra de Jacques Derrida, Donner le temps I: la faussemonnaie. (París: Galilée, 1991). La pregunta de Derrida gira alrededor de lo que le pasa a un donque “parece no dar nada” (115) y se cancela a sí mismo como don: el dinero falso.

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