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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 127sino más bien de una negociación entre una élite colonial y una corona portuguesa ya apenasdistinguibles la una de la otra (esta última había establecido raíces en Brasil en 1808 huyendo delas guerras napoleónicas), fue sobre todo Tiradentes el que llenó el espacio heroico en elimaginario nacional. Deshacer el mito de Tiradentes en Brasil es un poco como deconstruir a SanMartín en Argentina, a Bolívar en Venezuela, o incluso a Thomas Jefferson en los EstadosUnidos. La diferencia fundamental es que Tiradentes fue el líder (o ha sido retrospectivamenteconstruido como tal) de una rebelión fracasada. Mientras que en Hispanoamérica las fábulas deidentidad nacional reposan sobre líderes militares victoriosos, machos cuya única derrota espóstuma - situada en la implementación de su legado - en Brasil el legado mismo de laindependencia es la derrota, emblematizada en la insignificancia simbólica del 7 de septiembrepara la articulación de cualquier proyecto popular en el país. La derrota es entonces acolchonadaen la ideología pacificadora del martirio, es decir, transformada imaginariamente y reactivamenteen victoria, en un sentido no muy distinto al cristianismo, que en el análisis nietzscheanoparadójicamente emerge victorioso al someterse incondicionalmente a la derrota, al encontrar enella mórbido placer. El enigma de Tiradentes sería así un retorno del enigma de Cristo: ambosinstituyen un nuevo sistema de valores exactamente al ofrecerse a sí mismos como chivosexpiatorios - siendo ello, sin duda, su goce narcisista.Lo que separa al chivo expiatorio del héroe victorioso es, en cierto sentido, el secretomismo. Tiradentes mantiene el secreto de la insurrección ante sus ejecutores al negarse a revelarlos demás nombres, mientras que Cristo mantiene el secreto de su divinidad al rechazar latentación de realizar el milagro público que la podría confirmar. Los derrotados se revelanvictoriosos - imaginariamente, para una posteridad hegemonizada por una historiografía narcótica- al mantener el secreto que contiene la clave de su derrota. Este secreto es lo que hace posibleque la historia se reconstruya de tal manera que la derrota aparezca, retrospectivamente, como loúnico que de hecho buscaban desde el principio. ¿No podría ello ser tomado como el significadodel axioma cristiano de que Jesús bajó a la Tierra para ser crucificado? ¿No nos dice la versiónoficial de la Inconfidência Mineira, subrepticiamente, que el objetivo último de la rebelión no eraconseguir la independencia nacional, sino ofrecer al futuro la imagen de un mártir decapitado ydesmembrado, legando a la posteridad esta tremenda carga de culpa?El cuento de Graciliano sobre Cláudio Manuel revela las raíces de la política del secreto,la política entendida como conspiración. Cabe aquí subrayar el elemento iterativo que atraviesa lahistoria brasileña: en 1792 una élite local rompe la alianza republicana ya establecida con otrasclases sociales, optando por solucionar sus diferencias con la corona sin tocar la estructura de laproducción; Graciliano escribe en 1937, dos años después de que un Partido Comunista yaestalinizado, que había estado defendiendo la quietista teoría del “socialismo en un solo país,”intentara recuperar algo de legitimidad popular con la fracasada insurrección putschista conocidadespués como “Intentona Comunista” (la cual, a propósito, dio a Vargas la excusa perfecta parala represión); Santiago escribe a finales de los 70, menos de una década después de que variosgrupos de izquierda, desilusionados con la política conciliatoria del PC, se lanzaran a la boca dellobo, en una guerrilla completamente desprovista de apoyo popular o de proyecto político. Aquíla repetición toma la forma gregaria del eterno retorno de lo mismo: “Qué largo y fatigosomonólogo que es nuestra historia!” (EL 34). “La lectura de libros y documentos se tornamonótona: los mismos hechos son repetidos hasta el cansancio. Es así que se impone la verdad

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