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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 147intervalo entre ellas, posponiendo tanto el momento climático de comunión con los destituidoscomo el inevitable momento matutino de silenciamiento y apagamiento de las luces. Toda la tramade la antinovela de Eltit se deja leer como un teatro de lo que sucede en tal intervalo, un dramaque relata el fracaso de la coincidencia prosopopéyica entre L. Iluminada y los mendigos -fracaso emblematizado en la escena final, en que la protagonista se corta el pelo en una plaza yavaciada. Este acto de “humillación, contrición, duelo, excomunicación y exclusión social” 245 aíslael cuerpo y voz de L. Iluminada de una plaza en que “casi la totalidad [de los autos] pertenecen apatrullas que vigilan las calles” (188).Eugenia Brito ha notado la importancia de Lumpérica en cuanto texto que recupera parala ficción chilena una renovada posibilidad de narrar la ciudad. 246 Después de agotados losrepertorios tropológicos del costumbrismo, del color local criollista, o de las fábulas militantes,Lumpérica abrió el camino para una inserción corpórea en el tejido de la polis. El texto de Eltitanunciaba, de forma críptica y clandestina, la imagen de una ciudad reconquistada para laexperiencia. Tal anuncio se daba, sin embargo, sin ninguna traza de celebración, puesto que laefímera reconquista de una ciudad utópica no se confunde, en ningún momento, con la llegada dealgo que se pudiera caracterizar como “libertad.” La posterioridad que caracteriza el imaginariode Lumpérica respecto a la dictadura, es decir, su naturaleza postdictatorial en cuanto novela(aunque publicada, obviamente, en el auge del régimen de Pinochet), surge no de unatransposición carnavalesca - una fácil inversión que nos permitiría imaginar una ciudad de algunamanera “liberada” - sino de la aceptación del duelo que es el telos, el punto de llegada y matrizorganizadora del texto. La reconquista de la ciudad puesta en escena en Lumpérica sería así elmomento de abrazo de tal imperativo.La antinovela de Eltit diferencia claramente entre la actividad de la escritura y el espaciosancionado como “literatura.” Por un lado, las palabras “escritura” y “escribir” nombran enLumpérica una cierta escena, momentos de iluminación en que el cuerpo siempre está implicadode forma activa: “Este lumperío escribe y borra imaginario, se reparte las palabras, los fragmentosde letras, borran sus supuestos errores, ensayan sus caligrafías, endilgan el pulso, acceden a laimprenta” (105). Por otro lado, la literatura aparece como la esfera de las instituciones, losnombres propios, los documentos, las poses, es decir, la esfera de la representación en cuanto tal.La oposición entre escritura y literatura equivale, entonces, al corte entre una experiencia colectivade inscripción y su representación tardía e inadecuada: “no hay literatura que los haya retratadoen toda su inconmensurabilidad, por eso ellos, como trabajo cotidiano, se aferran a sus formas ycada gesto cuando se tocan conduce al clímax” (97). La pulsión fundamental del texto lo lleva asubrayar ese residuo de trabajo colectivo que no podría ser contenido por ningún mecanismorepresentacional propio de la literatura en cuanto discurso sancionado. De ahí la resistencia deLumpérica a ser literatura, expresada definitivamente en su resistencia a ser novela, y suinsistencia en una cierta dimensión inscriptiva y experiencial - llamémosla poética -, que el textove como irreductible a la maquinaria representacional de la literatura.Los vigilantes (1994) se presta a ser leída en contrapunto con las cuestiones planteadas245 Kadir, 191.246 Brito, 12.

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