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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 41del boom. El ala derecha de la esfera literaria en Argentina - es decir, el grupo del Sur: Borges,Ocampo, Bioy Casares, Mujica Láinez - nunca estableció grandes puentes con la nueva narrativalatinoamericana, gran parte de ella escrita, claro está, bajo la inspiración del mismo Borges.Muchos contrastarían esto con la presencia ubicua del boom en Casa de las Américas,afirmando que el marxismo había “tomado el poder” en la literatura del continente. Obviamente,esta lectura conservadora no se hacía cargo de la complejidad del legado político del boom (¡lofácil que sería si la herencia de uno fuera realmente tan incontaminada y desprovista deambigüedad!), pero se prestaba a ser leída como sintomática en el contexto argentino: los sesentapresencian la pérdida definitiva de hegemonía de Sur en el campo cultural. Ni siquiera en “asuntosestrictamente estéticos”, como le gustaba al grupo ponerlo, representaban ya la vanguardia en lasimportaciones primermundistas. Mientras Sur se resigna a introducir nombres menores comoGraham Green o Aldous Huxley, el mejor modernismo anglo-americano - Joyce, Faulkner,Fitzgerald, etc., - entra a Argentina por otras vías (con la única excepción de la traducciónborgeana de Las palmeras salvajes, de Faulkner, producida en un momento en que Sur todavíarepresentaba la rama dominante en la vanguardia estética). Dentro de la tradición nacional lareevaluación de escritores despreciados por Sur, como Roberto Arlt y Leopoldo Marechal,había estado en vías de realización por más de una década, debido sobre todo a los esfuerzos delos contornistas. Además, la profesionalización de la crítica literaria en los sesenta volvióanacrónico el método de la revista, fuertemente dependiente de nociones románticas de genialidady creación. Tiene razón, entonces, Ricardo Piglia, al sugerir que la literatura argentina terminó noobedeciendo el pronóstico de Sur, ya que lo mejor de la literatura reciente bebe en las fuentes deLeopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Roberto Arlt, más que en la constelaciónprivilegiada por Sur. 74A partir del cordobazo en 1969, una serie de protestas populares comienza a minar lasbases de sostenimiento de la dictadura militar. Tras el retorno de Perón y su victoria en laselecciones presidenciales de 1973, la militarización de la política no hace más que crecer enArgentina. La figura del intelectual comienza a fundirse con la del activista guerrillero. En el campoliterario gana terreno una profunda sospecha de la teorización: la izquierda peronista recibía “esapequeñísima parcela del poder - la cultura - como recompensa por sus servicios o como trampaen la que iban a caer”. 75 El culto de la espontaneidad y un cierto empirismo populista gananterreno, y la figura del “intelectual europeizado” pasa a representar el villano más atacado. Paraalgunos sectores de la esfera literaria el crecimiento del paternalismo y del mesianismo instalabanun dilema faustiano: especializar y profesionalizar la cultura letrada manteniendo y radicalizando, almismo tiempo, el compromiso político que esa misma especialización había hecho imposible oinútil, al menos en las formas populistas que tomó. La política “real” había sido enviada al otro74 Ricardo Piglia, Crítica y ficción, 118. Para un análisis detallado del campo intelectual enArgentina durante los sesenta, véase Oscar Terán, Nuestros años sesentas, y Silvia Sigal,Intelectuales y poder. Para un estudio de los cruces entre el boom literario y la literatura argentina,consúltese Adolfo Prieto, “Los años sesenta”, Revista Iberoamericana 125 (1983): 891-901.75 Noé Jitrik, Las armas y las razones: Ensayos sobre el peronismo, el exilio y laliteratura 1975-1980 (Buenos Aires: Sudamericana, 1984), 210.

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