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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 166en la facticidad de la experiencia. La primera estrategia se remonta a una constelación que incluyetanto a Italo Calvino como a Thomas Pynchon - la profusión de historias, la infinidad de loapócrifo, la multiplicación de los nombres -, mientras que la segunda trae a la mente un linajebastante distinto, más en sintonía con Peter Handke, Maurice Blanchot y Pierre Klossowski - lalenta desaparición, el paulatino desvanecimiento del nombre propio.El Bildungsroman en suspenso de Noll sería una crónica, entonces, de la disolución deese punto arquimediano una vez representado por el flâneur moderno. Sumergidos enacontecimientos cuya significación ha sido agotada en su mera facticidad, entendiendo el tiempovacía y homogéneamente, viajando por tierras que ya no ofrecen otredades desde las que afirmarla identidad, los personajes de Noll se enfrentan a la imposibilidad de aprender a partir de laexperiencia y constituir un nombre propio. Sabemos, por Benjamin, que la experiencia en susentido fuerte presupone una incorporación de la memoria individual a marcos de la tradicióncolectiva. Éste puede ser entonces el momento de plantear la pregunta respecto al estatuto de locolectivo en estos textos altamente fragmentados y privatizados. Las dos nouvelles más recientesde Noll, O Quieto Animal da Esquina y Harmada, proveen un marco interesante en el queplantear este problema, puesto que ponen la típica rarefacción de la escritura de Noll en contactocon la polis.O Quieto Animal da Esquina es narrada por un joven, un pobre poeta alojadomisteriosamente por una familia rica de estancieros inmigrantes alemanes, convertidos, sin razónaparente, en sus benefactores. Sin pedir nada a cambio, excepto quizás que les ayude a escaparde su aburrimiento, traen al poeta y ex pequeño ladrón a su opulenta estancia. El protagonistaoscila constantemente entre huir y recuperar algo significativo para la experiencia, o conservar lacomodidad que se le ha dado, al precio, desde luego, de perder la posibilidad misma de vivirhistorias personales. En algún punto le asalta la duda: “no sería preferible abandonar aquellahabitación e intentar olvidar la existencia de Kurt, de Gerda, y buscar una situación menos ciega”(QAE 46). Más tarde, el impulso es de “irme acostumbrando al silencio de todos los motivos queme hacían estar allí y no más como invasor de un edificio miserable, y todo estaría bien” (QAE43). Su mala fe le brinda una fantasía de “encontrar una mujer para acompañarme, era menesterque Kurt bendijera esa unión . . . me daría en vida quizás la mitad de sus tesoros” (QAE 54-5).El protagonista es entonces un individuo desgarrado de la existencia colectiva, y experimenta esaseparación a veces como liberación y luego como motivo de culpa y melancolía.La barrera que separa las historias colectivas de las subjetivas es sacudida en dosocasiones en la narrativa, la primera durante una protesta de los sin tierra en el inmenso latifundioimproductivo. Los dueños de la tierra obviamente sueltan todo el aparato represivo de la policía yperros entrenados, mientras que el protagonista mira desde la ventana, recordando su pasado enlas villas miseria:. . . más arriba en la calle los sin tierra encendían fósforos, una ínfima llama se apagaba ypronto otra se encendía cerca, me asomé a la ventana, me vino a la memoria una canciónque la patota solía cantar en los tiempos de Glória, pero yo no lograba pasar del primerverso, y aquel único verso era como si se diluyese en mi cabeza, en algunos minutos sedeshizo, en realidad parecía que de repente mi destino me había atravesado, a mí y atodas las canciones que solían salir de mi boca, de tal modo que llegaría un tiempo en que

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