www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 60represión, invitando así asociaciones con los militares en las dictaduras latinoamericanas. Lasvíctimas de tal violencia son mayoritariamente los niños, desprovistos de todo poder de decisión,así como los nativos, productores de la riqueza material de los Ventura. Las ambigüedadespolíticas de la familia se reflejan en la estructura laberíntica de la casa: la planta baja, los salones yparques acogen los rituales públicos, hipócritas y aparentemente democráticos, mientras que lasnegociaciones secretas y las deliberaciones tienen lugar en los sótanos y en los dormitorios de losadultos. La acción se divide en dos partes: “La partida”, que narra el viaje de los adultos a laciudad, durante el cual los niños, aliados con los nativos, se rebelan contra la dominación y hacena Adriano Gomara, el único adulto aliado (y figura fantasmal de Salvador Allende a lo largo de lanovela), el nuevo líder. Se quitan las barreras protectoras, se invita a entrar a los nativos, setoman medidas igualitarias, sólo para ver, sin embargo, a los adultos regresar en la segunda parte(“El regreso”) e imponer una dictadura feroz sobre niños y nativos. Al mismo tiempo los adultosservilmente se someten a los “extranjeros”, que habían venido a comprar y tomar posesión de lacasa. La ausencia de los adultos dura, según los niños y los nativos, un año; de acuerdo con losadultos, sólo un día, en una polémica que tiene una interesante réplica histórica en la pelea acercade la significación y legado del gobierno de Allende. Casa de campo, a diferencia de El vuelodel tigre, no termina con un asalto revolucionario, sino con la casa invadida por hierbas ysemillas, que vuelven el aire irrespirable y arrojan tanto a los adultos como a los niños al suelo,dejando una caótica imagen final de destrucción.La tercera y última máquina alegórica de la cual brevemente se tratará aquí, A Hora dosRuminantes, de José J. Veiga, fue escrita inmediatamente tras el golpe de estado brasileño. Unpoco como en El vuelo del tigre, de Moyano, los habitantes del pueblo imaginario de Veiga,Manarairema, se despiertan un día y notan un gran campamento junto al río. Puesto que losforasteros nunca vienen al pueblo a hacer compras, no parecen interesados en hacer amigos y norespetan ninguna de las reglas de cortesía criolla, la gente del pueblo empieza a inquietarse por supresencia. En los raros contactos con los extranjeros, los locales se sorprenden por sudescortesía y desprecio. Las conversaciones empiezan a ocuparse de la autosuficiencia desafiantede esos invasores, que no parecían necesitar al pueblo para nada, pero no se iban. Algunos de loshombres más valientes del pueblo gradualmente se transforman en vergonzosos criados enpresencia de los de fuera. Durante su estancia en Manarairema el pueblo sufre dos invasionescatastróficas y surreales, la primera de perros y la segunda de bueyes. La población se aterrorizaprimero cuando el pueblo se llena de incontables perros hambrientos, todos ellos originarios delcampamento de los extranjeros. Los perros ponen la ciudad cabeza abajo, cazando y matandopollos, asustando a la gente para fuera de sus casas, haciendo sus necesidades en cualquier parte,etc. Aquí, como en la actitud vergonzosa de los nativos hacia los forasteros, Veiga pone otra vezel énfasis en la relación entre el miedo y la complicidad:Pero al ver que los perros no tenían prisa por irse, el pueblo comenzó a cambiar deactitud. Las porras, la correas, las escopetas iban siendo escondidos y sustituidos portentativas de cariños, buenas palabras y ofrecimientos de comida ... si una criaturadesavisada agarraba un látigo preparado por el padre y amenazaba a un perro másatrevido, era inmediatamente parado y castigado con el mismo látigo. La orden erarespetar a los perros ... si un perro se aproximaba a una fuente, no faltaba quien corriera
www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 61con las manos en forma de copa para evitarle al perro la inconveniencia de beber de lafuente (36-7). 117Cuando los perros se van es hora de tragarse la humillación, fingir que nada ha pasado y abrazarel olvido: “nadie quería hablar de los perros; pero el recuerdo de ellos estaba en todas partes”(38). Con la segunda invasión el pueblo queda prácticamente destruido. Miles de bueyesaparecen como de la nada, atascando las calles, la iglesia, llenando las carreteras hasta lospueblos vecinos e impidiendo que la población salga de sus casas: “cuando una ventana eraabierta no se la podía ya cerrar, no había fuerza que pudiera tirar de aquella masa elástica decuernos, cabezas y pescuezos que habían ocupado el espacio” (84). La ocupación parece duraruna eternidad: muchos habitantes del pueblo se mueren de hambre, mientras otros mueren en elintento de llegar a casas de familiares andando sobre las espaldas de los bueyes. Tras una largaestancia los bueyes desaparecen del mismo modo que vinieron, y los sobrevivientes se juntan,eufóricos con las noticias pero completamente incapaces de reconstruir un pueblo lleno de barro yexcrementos. Encienden una hoguera en la cima de una colina y miran incrédulamente al paisajedesolado. Alguien les informa que también los extranjeros se han ido.Las tres novelas nos retrotraen al inmenso problema de la alegoría. La primeraobservación crucial que hay que hacer tras leer estas representaciones alegóricas de la dictadura(y las décadas recientes han testimoniado una verdadera proliferación de ellas) 118 es que la antiguaconfrontación mágico-realista entre una visión de mundo subalterna, “maravillosa”, y el lugar deenunciación moderno o secular desde el que esa subalternidad precapitalista era representada (o,mejor aún, la sumisión de la primera a la segunda) ha desaparecido. En otras palabras, el efectomágico en Asturias, García Márquez, o el Carpentier de El reino de este mundo, o incluso elelemento fantástico en Cortázar, surgían de alguna instancia irreductible al mundo moderno delcapitalismo, de la separación de esferas y de la racionalización, sea la calidad seductora de lascosmogonías indígenas o precapitalistas en lo real maravilloso o mágico, sea, en lo fantástico, lasingular epifanía estética que desautomatizaba la repetición insoportable de la atrofiadaexperiencia moderna. Los realismos mágico y fantástico dependían, entonces, para su efecto, delconflicto, o al menos de la yuxtaposición, de dos lógicas irreconciliables. En el caso de lassociedades más rurales en que floreció el realismo mágico de estirpe asturiana, este conflicto eraprontamente reconocible como el de dos modos de producción: un aparato narrativo yamodernizado luchaba con un material folklórico o cosmogónico que no se dejaba incorporar adicho aparato sin una previa domesticación, subyugación constitutiva de ningún modo desprovista117 Los números de página se refieren al original portugués, A Hora dos Ruminantes, 1966,decimosexta edición (São Paulo: DIFEL, 1984).118Véase, entre otros, Cuarteles de invierno, de Osvaldo Soriano (Buenos Aires:Sudamericana, 1988), en que el mundo de los deportes alegoriza la lucha entre varias clasesargentinas respecto al legado del peronismo, o Incidente em Antares, de Érico Veríssimo, 1971, 29aedición (Rio: Globo, 1978), en que el imaginario pueblo de Antares - representación microcósmicade la política oligárquica brasileña - sirve como perturbador escenario en que los muertos selevantan para afirmar sus derechos.