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www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía de la Universidad ARCIS 192máquina del capital. Este horizonte epocal puede ser filosóficamente definido, como se trató deargumentar en el segundo capítulo, como una caída en la pura inmanencia, en la medida en que lapostmodernidad sintomatiza la desaparición de todos los tradicionales puntos de anclaje quepermitían que la dispersión de los hechos, la bruta facticidad de la experiencia, fueran alzados auna trascendencia conceptual y pensados como totalidad positiva. Con la completa colonizacióndel planeta y la eliminación de toda coexistencia de modos de producción, la comprensión mismadel presente como realidad histórica, relativa y cambiable se ha vuelto problemática. No es otracosa lo que Jameson tiene en mente cuando habla de la “decadencia [waning] del sentido de lahistoria” en la postmodernidad. Nada se parece tanto a la naturaleza como el capitalismo tardío,precisamente el sistema social que la ha abolido de una vez por todas.En América Latina la introducción de esta nueva etapa del capital fue precisamente elpapel epocal que jugaron las dictaduras. De nuevo, vale la pena recordar la frase de EduardoGaleano: se torturó al pueblo para que los precios pudieran ser libres. Si la función de lasdictaduras fue la instalación de la etapa posmoderna del capital, la tarea de la escritura en laspostdictaduras posmodernas será necesariamente distinta a la de las postdictaduras anteriores. Elimperativo del duelo se impone ahora en un contexto en que la literatura se ha visto forzada aabandonar su papel modernamente privilegiado - la imaginación de una otredad no reificada, laredención de lo poético dentro del prosaísmo de la vida cotidiana alienada, el vislumbre de unaepifanía redentora. La firma moderna, una vez singular e inconfundible, se disuelve ahora en elanonimato o es barajada en la multiplicidad de firmas apócrifas. La empresa misma de la literaturaparece haber llegado, a partir de la crisis de esa relación constitutiva con el nombre propio quesiempre le ha caracterizado, a una situación tendencial de guetoización irreversible. En estesentido, el duelo postdictatorial sería también un duelo por lo literario.Al oscilar entre las posiciones de objeto y sujeto del duelo, la literatura postdictatorial seencuentra, entonces, perennemente al borde de la melancolía. En su sentido freudiano estricto, ladistinción entre duelo y melancolía estriba en el locus de la pérdida, situada ya sea fuera delsujeto, ejerciendo en él un profundo impacto pero siendo al fin y al cabo comprensible como lapérdida que sufre uno de algo o alguien (duelo), o ubicua hasta el punto de incluir al sujetodoliente en la pérdida misma, de modo que desaparece la separación entre sujeto y objeto de lapérdida (melancolía). Varios de los libros analizados aquí muestran escenas en que se percibe (yasea a través de un personaje, un narrador-protagonista, o del mismo autor implícito) que uno yano puede escribir, que escribir ya no es posible, y que la única tarea que le queda a la escrituraes hacerse cargo de esta imposibilidad. La pérdida con la cual la escritura intenta lidiar hatragado, melancólicamente, a la escritura misma: el sujeto doliente que escribe se da cuenta deque él es parte de lo que ha sido disuelto. Esta percepción tiene lugar en ese espacio gris en queel duelo bordea con la melancolía. La melancolía emerge así de una variedad específica delduelo, de aquel duelo que ha cerrado un círculo que incluye al propio sujeto enlutado comoobjeto de la pérdida.De ahí mi insistencia no sólo en el carácter alegórico de los textos analizados, sinotambién en la primacía epocal de la alegoría en la postdictadura. La alegoría es el tropo de loimposible, ella necesariamente responde a una imposibilidad fundamental, un quiebreirrecuperable en la representación. Si una de nuestras premisas aquí es que la derrota históricaque representan los regímenes militares ha implicado también una derrota para la escritura

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