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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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La reacción se dio, inicialmente, en el orden religioso.<br />

El catolicismo no pudo ser enteramente sofocado. Su doctrina y su moral no<br />

habían dejado de vivir en una multitud de corazones, y, su culto, no dejó de ser<br />

practicado, incluso arriesgando la vida. Así que aquel, que concibió la idea y que se<br />

impuso el poder para restablecer un cierto orden en la sociedad, quiso ponerse a<br />

trabajar, comprendiendo que, para levantarse de sus ruinas, era preciso, necesariamente,<br />

comenzar por la restauración del culto. Portails lo había perfectamente<br />

demostrado en el discurso que pronunció en el Cuerpo Legislativo, en la sesión del<br />

15 del germinal del año X. Pero, ¿qué culto? Ningún otro que no fuese el católico<br />

habría sido aceptado, ningún otro habría sido viable. Todo el mundo se daba bien<br />

cuenta de ello, y Napoleón mejor que cualquier uno. Ahora bien, el culto católico<br />

sólo podía ser restaurado por el Papa: y de ahí la necesidad de entenderse con él.<br />

Napoleón lo comprendió y luego puso en marcha las negociaciones que deberían<br />

redundar en el Concordato de 1801. Entre tanto, la francmasonería estaba siempre<br />

presente y ella, absolutamente, no renunciaba al proyecto de liquidar al catolicismo<br />

y, con él, a la civilización cristiana. Se puso entonces a trabajar para ese objetivo, no<br />

más con la impetuosidad del 93, sino que discreta y lentamente, y, pensaba ella,<br />

con más seguridad 1 .<br />

Desde el día de la conclusión del Concordato – si fue hecho bajo inspiración<br />

masónica es difícil decir 2 – comenzaron las restricciones, y pronto fue retomado el<br />

espíritu anticristiano. Después de un siglo de incesante trabajo, ese espíritu consiguió,<br />

en nuestros días, consolidar todas las conquistas que la Revolución hizo, y<br />

que se había visto obligada a abandonar bajo la presión del espíritu católico.<br />

La religión católica restaurada debería haber sido, como otrora, la religión del<br />

Estado 3 . Parece que la cosa se presentaba exactamente así al espíritu de Napoleón,<br />

1 Ver, para la Historia de la Iglesia de Francia en el siglo XIX (1802-1900), las conferencias hechas por L. Bourguin<br />

a los católicos. Dos volúmenes in-12. P. Téqui Editor, rue de Tournon, 29, Paris.<br />

2 Lo que es cierto, es que Talleyrand, Grégoire, Fouché, los constitucionalistas, los viejos jansenistas readmitidos<br />

en los consejos del gobierno, los revolucionarios de la Corte de Bonaparte, los escépticos y los impíos que<br />

sitiaban a Malmaison, desesperando de impedir al Cónsul de negociar, reunieron sus esfuerzos para falsear el<br />

espíritu y la letra del Concordato.<br />

3 La religión del Estado no es la religión que el Estado impone a alguien, sino la que él practica por su propia<br />

cuenta. La República tiene una religión, el ateísmo, y ella lo impone a sus súbditos.<br />

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