LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD
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Las congregaciones. ― Rouland aconsejaba que no se tolerase más ningún establecimiento<br />
nuevo de los religiosos, que se fuese severo para con las congregaciones<br />
de mujeres y que no más se aprovechasen, sino con mucha dificultad, los<br />
presentes y legados que serían hechos a unos y a otras.<br />
El clero secular. ― Se esforzaron en sembrar la cizaña en el campo de la Iglesia,<br />
mediante la oposición de los intereses del clero inferior a los del episcopado.<br />
“Nada sería más hábil y al mismo tiempo más preciso, dice Rouland, de que aumentar<br />
las rentas del clero inferior”. Pero, al mismo tiempo, él pide que se suscite “una<br />
reacción anti-religiosa, que la policía haría con las faltas del clero, y formaría en<br />
torno de él un círculo de resistencia y de oposición que lo comprimiría”. En lo que<br />
dice respecto a los obispos, Rouland había dictado esa manera de proceder: “Escoger<br />
resueltamente como obispos piadosos, hombres honrados (no se dice: instruidos<br />
y de carácter firme), pero conocidos por su sincera adhesión al emperador y a<br />
las instituciones de Francia…, sin que el Nuncio tenga en eso la menor interferencia”.<br />
En la ejecución del plan, se dejó de convidar, como se hacía cada cinco años, a<br />
los arzobispos y obispos, para designar, confidencialmente, a los eclesiásticos que<br />
ellos juzgaban los más dignos de ser promovidos al episcopado. Además, se prohibió<br />
a los obispos que se reuniesen. Habiendo siete arzobispos y obispos juzgado<br />
señalar, en Le Monde, una respuesta colectiva sobre la necesidad de considerar los<br />
intereses de la Iglesia en las elecciones, Rouland les escribió que, así actuando, ellos<br />
habían realizado una especie de concilio particular, sin consideración a los artículos<br />
orgánicos, y los denunció ante el Consejo de Estado.<br />
El pensamiento del emperador y de su equipo fue más lejos aun. Llegó el<br />
momento en que ellos pensaran en una ruptura con Roma.<br />
Un prelado, que pasaba por ser devoto de la dinastía, Monseñor Thibault,<br />
obispo de Montpellier, fue mandado a París. El Ministro del Culto comenzó por<br />
encerrar al pobre obispo en un cuarto y de censurarlo por la hostilidad de los Pie,<br />
de los Gebert, de los Salinis, de los Plantier, de los Dupanloup contra la política del<br />
gobierno francés. Después Napoleón lo recibió en audiencia privada. El soberano<br />
explicó que se trataba de salvar la Iglesia de Francia y de oponer una barrera al<br />
progreso de la religión. El prelado prometió consagrarse a la tarea que se esperaba<br />
de él y asumió el compromiso de hacer florecer “las tradiciones y las doctrinas de<br />
Bossuet”.<br />
Pero, apenas salió Monseñor Thibault de las Tullerías, su conciencia le reprobó<br />
el consentimiento criminal que acababa de dar al que no era sino un proyecto<br />
de cisma. Inmediatamente él ordena al cochero conducirlo a la residencia del<br />
arzobispo de París. Era el cardenal Morlot quien entonces ocupaba la silla de San<br />
Denis. “Eminencia, comenzó Monseñor Thibault, yo soy muy culpable. Acabo de<br />
aceptar del emperador la misión de favorecer la ruptura de la Iglesia de Francia<br />
con la Santa Sede…” Esas últimas palabras acababan de expirar en los labios del<br />
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