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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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urgo, en 1803. Barruel publicó una segunda edición, “revisada y corregida por el<br />

autor”, en 1818, dos años antes de su muerte, en Lyon, en la casa de Teodoro Pitrar.<br />

Es necesario leer esa obra entera si se quiere conocer la Revolución a fondo.<br />

Para escribirla, el abate Barruel tuvo revelaciones directas de varios personajes de<br />

la época, y encontró en Alemania una serie de documentos de primer orden. “Debo<br />

al público – dice él en las Observaciones preliminares del tercer volumen, donde desvenda<br />

a los Iluministas – una explicación especial de las obras de las cuales saco<br />

mis pruebas”. Él da la lista de las principales, en número de diez, con una nota sobre<br />

cada una, que permiten juzgar su autenticidad. La lista de las obras se completa<br />

con aquella de varios otros documentos menos importantes. Él acrecienta: “Ahí<br />

hay lo suficiente para ver que no escribo sobre los iluministas sin conocimiento de<br />

causa. Gustaría, en reconocimiento, poder nombrar a aquellos cuya correspondencia<br />

me proporcionó muchos nuevos recursos, cartas, memorias, que no podría<br />

apreciar suficientemente; pero ese reconocimiento les sería fatal”. Y más adelante:<br />

“Aquello que yo cito, lo tengo frente a mí, yo lo traduzco; y cuando traduzco, frecuentemente<br />

acontecen cosas impresionantes, cosas que con dificultad se creería<br />

pudiesen ser dichas, cito el propio texto, convidando a cada cual a explicarlas, o<br />

hacerlas explicar y verificar. Yo cotejo los diversos testimonios, siempre con el libro<br />

en la mano. No menciono ninguna ley del Código de la Orden, sin las pruebas de<br />

la ley o de su práctica”.<br />

De vuelta a Francia, fue consultado al respecto de la promesa de fidelidad a la<br />

Constitución, que substituía, por decreto del 28 de diciembre de 1799, todos los<br />

juramentos anteriores. Él publicó, el 8 de julio de 1800, un parecer favorable. Sus<br />

razones, muy claras, anexadas a las explicaciones del Moniteur, declarado diario<br />

oficial, decidieron a Mons. Emery y al consejo episcopal de París a pronunciarse a<br />

favor de la legitimidad de la promesa. Algunos, en esta oportunidad, acusaron a<br />

Barruel de lisonjear a Bonaparte para obtener favores. Lejos de lisonjearlo, el abate<br />

Barruel fue de una audacia inaudita: hablando al primer Cónsul, él lo llama de<br />

“flagelo de Dios”. En 1800, él aduce: “Todos los príncipes de Europa reconocerían<br />

a la República; no veo cómo por eso Luis XVIII haya tenido sido menos verdadero<br />

heredero de Luis XVI. Soy francés. El consentimiento de los otros soberanos sobre<br />

esa materia es para mí tan nulo cuanto el de los jacobinos; él puede disminuir mi<br />

esperanza, suprimir los medios; pero no hace nada al derecho 1 .”<br />

Barruel retornó a Francia solamente en 1802. Tomó la defensa del concordato y<br />

publicó sobre la materia su tratado El Papa y sus derechos religiosos por ocasión del<br />

Concordato. 2<br />

1 L'Evangile et le clergé français. Sur la soumission des pasteurs dans les révolutions des empires, p. 75. Londres.<br />

2 Paris, 1803, dois vol. in-8°.<br />

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