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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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“Durante mil doscientos años y aún más, según la expresión enérgica de Taine, el<br />

clero había trabajado en la construcción de la sociedad como arquitecto y como<br />

constructor, en primer lugar solo, luego, casi solo”; en determinado momento, se lo<br />

vio en la imposibilidad de continuar su obra, y se lo quiso poner en la imposibilidad<br />

de nunca reanudarla. Luego se suprimió la realeza, el vínculo vivo y perpetuo<br />

de la unidad nacional. Se deshizo de la nobleza, guardiana de las tradiciones y de<br />

las clases trabajadoras, que son las más conservadoras del pasado. Luego de apartar<br />

a todos estos centinelas, se pusieron manos a la obra, mucho para destruir lo<br />

que era fácil, poco por reedificar, lo que era menos.<br />

No tenemos que hacer aquí el cuadro de estas ruinas y estas construcciones.<br />

Digamos solamente que, en lo referente al edificio político, que el Renacimiento<br />

había soñado para la misma Roma, y que los protestantes habían ya intentado<br />

hacer en Francia substituyendo a la monarquía, y las obras que hoy realizan, son<br />

exactamente las queridas por la francmasonería.<br />

Discípulos de J. J. Rousseau, los miembros de la Convención de 1792 pusieron<br />

como fundamento del nuevo edificio este principio: que el hombre es bueno por<br />

naturaleza; al respecto, enarbolaron la trilogía masónica: libertad, igualdad, fraternidad.<br />

Libertad para todos y para todo, puesto que el hombre tiene buenos instintos;<br />

igualdad, porque, también siendo buenos, los hombres tienen derechos iguales<br />

en todo; fraternidad, o ruptura de todas las barreras entre individuos, familias, naciones,<br />

para unir al género humano abarcándolo todo en una sola República Universal.<br />

En lo que toca a la religión, se organizó el culto de la naturaleza. Los humanistas<br />

del Renacimiento ya habían manifestado su deseo de hacerlo. Los protestantes<br />

no se habían atrevido a llevar la Reforma hasta allí. En cambio, nuestros revolucionarios<br />

sí lo intentaron.<br />

No llegaron a este exceso en el primer intento. Comenzaron invitando al clero<br />

católico participar en sus fiestas.<br />

Talleyrand preside el 14 de julio de 1790, la gran fiesta de la Federación, rodeado<br />

de 40 uniformados de la guardia nacional, portando sus banderas de bandas<br />

tricolores, orquestado por 1.800 músicos, y en presencia de 25.000 diputados y<br />

400.000 espectadores. Pero pronto no quiso ya seguir estas exposiciones más “patrióticas”<br />

que religiosas: “no conviene, decía, que la religión aparezca en las fiestas<br />

públicas, lo religioso debe descartarse.<br />

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