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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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El poder oculto siempre actúa de esa manera. Cuando se encuentra desconcertado<br />

por los acontecimientos, lo que hace es suscitar un pretendido salvador o<br />

dar su apoyo a aquel que las circunstancias el momento colocan en evidencia. En<br />

razón de sus orígenes, este queda condenado a no salvar absolutamente nada. Al<br />

contrario, continúa enflaqueciendo al país material y moralmente. Fue lo que aconteció<br />

con Napoleón I y Napoleón III, ambos dejaron a Francia llagada por la invasión<br />

sangrienta en el flanco y también agotada, tanto de alma cuanto de cuerpo.<br />

Entre tanto, subiendo al trino, Napoleón III había comprendido, o por lo menos<br />

pareciera comprender, donde estaba la salvación de Francia y lo que el interés<br />

de su dinastía exigía. El pronunció palabras bonitas y buenas, dio satisfacciones al<br />

clero, pero ninguna de aquellas que pudiesen perjudicar las conquistas de la Revolución<br />

sobre la Iglesia. Así fue que, habiendo pedido a Pío IX que viniese a consagrarlo,<br />

el Papa le respondió: “Con mucho placer, pero bajo la condición de que los<br />

artículos orgánicos sean derogados”. Napoleón prefirió renunciar a la consagración.<br />

En la obra que él había publicado anteriormente bajo el título Idées napoléoniennes,<br />

Luis Napoleón puso al desnudo el fondo de sus pensamientos. “Los grandes<br />

hombres tienen esto de común con la divinidad, ellos jamás mueren enteramente;<br />

el espíritu sobrevive a ellos, y la idea napoleónica surgió de la tumba de<br />

Santa Helena, así como la moral del Evangelio se elevó triunfante a pesar del suplicio<br />

del Calvario… Napoleón, al llegar en el palco del mundo, vio que su papel era el de ser<br />

el ejecutor testamentario de la Revolución… El enraizó en Francia e introdujo en todas<br />

partes de Europa los principales beneficios de la gran crisis del ’89… El emperador<br />

debe ser considerado como el Mesías de las nuevas ideas” 1 .<br />

Ideas nuevas, nuevo Evangelio, nuevo Mesías, ninguna palabra podría mejor<br />

caracterizar lo que la Revolución quiso introducir en el mundo, y aquello de que<br />

Napoleón III, después de Napoleón I, se constituyó servidor… El fue más disimulado<br />

pero también más determinado que su primo, que, en el Senado, el día 25 de<br />

febrero de 1862, hacia suyas las palabras de Thiers en 1845: “Comprended bien mi<br />

sentimiento. Yo soy del partido de la Revolución, tanto en Francia cuanto en Europa.<br />

Deseo que el gobierno de la Revolución permanezca en las manos de los hom-<br />

carrera; asegurad la felicidad de todos, tomando la corona imperial sobre vuestra noble frente; aceptad nuestros<br />

homenajes y permitidnos hacerlo oír al grito de nuestros corazones: ¡Viva el Emperador!”<br />

1 Œuvres de Napoléon III, t. I. Ver las páginas 7, 28, 65, 102 y 125. Hace cinco años, el heredero de los Napoleones<br />

decía en un manifiesto: “Conocéis mis ideas. Hoy creo ser útil precisarlas para mis amigos. Recordaos que sois<br />

los defensores de la Revolución de 1789. Napoleón, según su propia expresión, “rehabilitó a la Revolución”. El<br />

mantuvo con vigor sus principios”.<br />

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