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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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Papas) el apoyo de vuestras fuerzas, a fin de que yo, Pedro, os cubra con mi protección<br />

en este y en el otro mundo”.<br />

Francia era todavía fiel a esa misión en el siglo XIX; ella restableció a Pío IX en<br />

el trono y montaba guarda junto de él. La secta anticristiana sufría eso con temblor.<br />

El exigió de Napoleón que retirase de Roma la bandera francesa, a fin de que el<br />

Piamonte pudiese entrar. Europa no consintió completamente con ese crimen,<br />

manteniendo a sus embajadores junto al Papa y conservando así su posición entre<br />

los soberanos. De su parte, los Papas Pío IX, León XIII y Pío X no cesaron de protestar,<br />

y, con eso, de impedir que la prescripción pudiese suceder. Los Papas mantuvieron<br />

así el derecho por entero.<br />

Los jefes de Estado católicos se impusieron como ley de no visitar, en Roma,<br />

al rey de Italia, a fin de no parecer, a los ojos de los pueblos, reconociendo la soberanía<br />

que los príncipes de Saboya se atribuían ilegítimamente. Los soberanos de<br />

Austria, España, Portugal, Saxe, Baviera, Bélgica, con ese objetivo, se prohibieron<br />

incluso las visitas de familia a Roma sin carácter político, a din de no colocarse en<br />

la obligación moral de saludar al usurpador. Los emperadores y los reyes de las<br />

naciones cismáticas, cuando iban a Roma, manifestaban la misma voluntad de salvaguardar,<br />

ellos también, los derechos de la Santa Sede. Debiendo ser admitidos a<br />

presentar sus homenajes al Papa, ellos recurrieron a esta combinación: fijaron domicilio<br />

en las embajadas de ellos, que hacían parte del territorio de sus naciones, y<br />

de ahí iban al Vaticano, frecuentemente en vehículos que habían hecho venir directamente<br />

de sus países, haciendo así al Papa-Rey una visita en la cual profesaban<br />

ignorar la presencia del usurpador en Roma.<br />

La secta soportaba eso impacientemente. Ella resolvió ponerle fin a eso y se<br />

sirvió para ello del Presidente de la República francesa. Ella encontró en eso tres<br />

ventajas: hacer con que Francia repudiase su papel providencial; que el Papado<br />

perdiese el último vestigio de su soberanía, y que la República tuviese un pretexto<br />

para su ley de separación. Porque ella pensaba con razón que el Papa no dejaría<br />

pasar una tal injuria sin protestar, y ella se armaría con esa protesta para motivar<br />

una estrepitosa separación.<br />

El escenario fue armado punto por punto. El viaje de Loubet fue anunciado a<br />

la Cámara, a la cual le fueron solicitados los créditos necesarios. Estos fueron concedidos.<br />

Los aliados dejaron al conde Boni de Castellane, en la Cámara, y a Dominique<br />

Delahaye, en el Senado, la honra de defender el derecho pontificio y la honra<br />

de Francia; y, lo que es aun más deplorable, dos sacerdotes diputados, uno, Gay-<br />

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