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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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alta un libro que sirviera para corromperlos. Era de esa forma que los caminos para<br />

la Revolución eran preparados hasta incluso en las clases ínfimas de la sociedad.<br />

Las pesquisas que Bertin hizo para llegar a la fuente de esa propaganda lo<br />

condujeron a un escritorio de preceptores, creado y dirigido por D’Alembert.<br />

Ese escritorio se ocupaba también en conseguir preceptores en las ciudades y<br />

colocar profesores en los colegios. Los adeptos, esparcidos de un lado y de otro, se<br />

informaban sobre las plazas vacantes, instruían a D’Alembert y a sus coadjutores y<br />

daban, al mismo tiempo, informaciones sobre los que se presentaban para llenarlas.<br />

Antes de enviarlos, los instruía de las reglas de conducta a seguir y las precauciones<br />

a tomar según los lugares, las personas y las circunstancias. Ya entonces, la<br />

francmasonería había comprendido que nadie podría mejor difundir sus ideas,<br />

mejor servir a sus designios de que el preceptor.<br />

Para apoderarse del pueblo, se recurrió incluso a otros medios. Barruel señala<br />

particularmente a aquel empleado por los que se autodenominaban “economistas”,<br />

porque se decían amigos del pueblo, preocupados con sus intereses, deseosos de<br />

aliviar su miseria y de hacer observar más orden y economía en la administración.<br />

La humanidad no está perdida. “Sus obras, dice Barruel, están llenas de trazos que<br />

anuncian la resolución de sustituir por una religión puramente natural a la Religión<br />

revelada”. Como prueba él aporta el análisis que él hace de los economistas<br />

de M. le Gros, preboste de Sanit-Louis du Louvre.<br />

Esos economistas habían persuadido a Luis XV de que el pueblo de los campos<br />

y los artistas de las ciudades corrompían en una ignorancia fatal a sí mismos y al<br />

Estado, y que era necesario crear Escuelas profesionales. Luis XV, que amaba al pueblo,<br />

acogió ese proyecto con desvelo, y se mostró dispuesto a tomar recursos propios<br />

para fundar esas escuelas. Bertin lo disuadió. “Hace mucho tiempo, dijo él,<br />

que yo observaba a las diversas sectas de nuestros filósofos. Comprendí que se trataba<br />

mucho menos de dar a los hijos del labrador y del artesano lecciones de agricultura<br />

de que impedirlos de recibir las lecciones habituales del catecismo o de la<br />

religión. No dudé en declarar al rey que las intenciones de los filósofos eran bien<br />

diferentes de las suyas”.<br />

Bertin no se engañaba. Barruel relata los temores y los remordimientos que<br />

manifestó, tres meses antes de su muerte, un gran señor que había ejercido las funciones<br />

de secretario de ese club de los “Economistas”: “Nosotros sólo admitíamos<br />

en nuestra sociedad a aquellos respecto de los cuales estábamos muy seguros.<br />

Nuestras asambleas se realizaban regularmente en el palacio del barón d’Holbach.<br />

Por miedo de que sospechasen del objetivo, nos hacíamos llamar de economistas.<br />

Tuvimos a Voltaire como presidente honorario y perpetuo. Nuestros principales<br />

miembros eran D’Alembert, Turgout, Condorcet, Diderot, La Harpe, Lamoignon,<br />

ministro de Justicia, y Damilaville, a quien Voltaire atribuyó como aspecto principal<br />

del carácter el odio a Dios”. Para terminar de esclarecer al rey, Bertin explicó el<br />

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