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LA CONJURACION ANTICRISTIANA - AMOR DE LA VERDAD

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yor sea el tiempo de permanencia de los religiosos, cuanto más actúen, cuanto más<br />

enseñen, hay y habrá no solamente dos juventudes, sino que dos Francia, la Francia<br />

católica y la Francia masónica, teniendo cada una un ideal diferente e incluso<br />

opuesto, luchando entre sí y buscando su propio triunfo. Y como la masonería y el<br />

catolicismo, se extienden por el mundo entero, en todas partes las dos ciudades<br />

estarán involucradas, en todo tiempo y lugar en la misma batalla. Por todas partes<br />

se le ha declarado la guerra a las órdenes religiosas, y el lema en todo el mundo es<br />

ir a la caza de ellas, de destruirlas. Son las leyes, los decretos que la francmasonería<br />

ha promulgado contra ellas, en todos los países, no sólo en el siglo XIX.<br />

Pero la destrucción de la vida monástica no es ni puede ser, como dice Waldeck-Rousseau,<br />

sino que “el punto de partida”. Después de los religiosos quedan<br />

los sacerdotes, y si los sacerdotes se dispersan, continuará la Iglesia, como en los<br />

tiempos de las catacumbas, manteniendo la fe en un cierto número de familias y en<br />

cierto número de corazones, en un momento para otro, la fe atraerá a los sacerdotes<br />

y a los religiosos, como lo hizo en 1800.<br />

Pero tiene que haber algo más.<br />

En primer lugar, acabar sometiendo a la Iglesia, para luego, destruirla. Se intenta<br />

primero someterla por “la aplicación estricta del Concordato”; y luego, destruirla<br />

por la ley de separación de la Iglesia y del Estado.<br />

Mientras más rigurosa era una observancia religiosa, más excitaba la cólera del humanismo. (L’Eglise et les<br />

Origines de la Renaissance, par Jean Guéraud, page 305)<br />

Los enciclopedistas tenían respecto a las Órdenes religiosas los mismos sentimientos que los humanistas.<br />

El 24 de marzo de 1767, Federico II, rey de Prusia, escribió a Voltaire: “He observado, y otros lo han hecho<br />

como yo, que el pueblo es el que más ciegamente está comprometido con la superstición (el cristianismo). No<br />

cabe duda de que si tenemos éxito en la destrucción de estos asilos de fanatismo, el pueblo se convertirá en un<br />

foco de indiferencia y tibieza frente a estos objetos que actualmente son de su veneración. Procedamos a destruir<br />

los claustros, al menos empecemos a reducir su número…”<br />

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