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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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<strong>Discurso</strong> <strong>crítico</strong> y m odernidad<br />

sentido para la vida y el discurso cotidianos”, en una “verdad” revelada<br />

a la comunidad y conservada en su tradición. Se diría que a la “caída de<br />

los grandes relatos”, en la que Lyotard reconocía una de las principales<br />

características de esa “condición postmoderna”, el espíritu postmoderno<br />

realmente existente responde cada vez más con una (re-)caída en los<br />

grandes prejuicios.<br />

En la historia de la autoconciencia crítica de la cultura europea a lo<br />

largo de los últimos cien años puede observarse un periplo cuyo itinerario<br />

mayor incluye más o menos las siguientes estaciones. Primero, la nostalgia<br />

romántica que versaba sobre “\o otro”-, aquello capaz de compensar y<br />

corregir la prepotencia torpe del espíritu burgués, ciegamente progresista.<br />

Luego, la crítica despiadada de toda la historia occidental y sus valores<br />

fundamentales. Después, la identificación salvadora con la revolución<br />

proletaria y su solidaridad universalista. Y finalmente, la desilusión y el<br />

desfallecimiento, que abre el retorno a una reconciliación con aquello de<br />

lo que se pretendía huir: la figura burguesa, provincial-europea e incluso<br />

cínicamente capitalista de lo occidental. Después de tanta veleidad exo-<br />

tista, de tanto “auto-odio”, la complacencia en la propia identidad parece<br />

haber vuelto al espíritu europeo. La lección que ha sacado de este siglo y<br />

medio de historia parece ser la siguiente: “Los otros, en quienes buscábamos<br />

el complemento y la compensación de lo propio, han resultado no<br />

ser mejores que nosotros. Tal vez no sean peores [lo que es cada vez más<br />

discutible]; pero nosotros estamos más a gusto entre nosotros mismos. Al<br />

menos nos conocemos; sabemos quiénes somos; percibimos nuestra identidad<br />

como un trasfondo seguro.”<br />

El asunto de las “identidades colectivas” ocupa tal vez el primer lugar<br />

entre los asuntos que suelen plantearse y resolverse en el terreno de los<br />

prejuicios — de las verdades reveladas, tan seguras de sí mismas que no<br />

necesitan ser dichas— y que justamente por ello reclaman con urgencia<br />

una reconsideración crítica. Pero la resistencia que él ofrece al trabajo de<br />

la razón es también la mayor. Una necesidad social especialmente intensa<br />

de su enclaustramiento en el prejuicio ha creado todo un discurso especial<br />

que versa sobre estas identidades colectivas pero que parece estar ahí justamente<br />

para escamotear su tematización crítica. Este discurso, al que sería<br />

de llamar “folclorizador”, parece encargarse en la vida de la civilización<br />

moderna de esconder por igual los extremos deseables y los odiosos tanto<br />

de sí mismo como del otro. Lo característico de este discurso espontáneo<br />

sobre lo social es que echa mano de un dispositivo especial de tipificación<br />

y homologación para trabajar con él sobre las peculiaridades naturales de<br />

las innumerables figuras concretas de lo humano que coinciden necesariamente<br />

en el escenario mercantil. Se trata de un dispositivo que es capaz de<br />

í 227 ]

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