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Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe

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Bolívar Echeverría<br />

Contado “a contrapelo” — como Walter Benjamin decía que un materialista<br />

debe contar la historia— , el cuento deslumbrante de la modernidad<br />

capitalista, de sus progresos y sus liberaciones, mostraría el lado<br />

sombrío y sangriento de ésta; su narración sería entonces lo mismo la<br />

historia secreta de las represiones íntimas, de las opresiones y explotaciones<br />

cotidianas de todo tipo, que la historia abierta de los innumerables<br />

sacrificios colectivos que han tenido lugar durante los siglos en que<br />

ha prevalecido, y en especial durante el siglo X X 200.<br />

El verdadero objeto de la violencia destructiva del estado moderno capitalista<br />

— puede decirse en conclusión— es siempre, en definitiva, aquello<br />

que Georg Lukács llamó “conciencia de clase del proletariado” y que<br />

no sería otra cosa sino la rebeldía de la forma natural de la vida contra la<br />

“dictadura del valor autovalorizándose”; una rebeldía que se manifiesta<br />

en todo tipo de intentos de reconquistar para el sujeto humano la sujetidad<br />

que le tiene arrebatada el capital.<br />

5. El principal encargo que recae sobre violencia monopolizada por<br />

la entidad estatal moderna es una tarea política; debe proteger la reproducción<br />

de la forma capitalista de la reproducción social, garantizar el<br />

continuum de su historia. Resistirse a esa forma, atentar contra ese con-<br />

tinuum, equivale a ejercer violencia contra la marcha consagrada de las<br />

cosas; por esta razón, toda actividad política que se atreva a no comportarse<br />

“constructivamente” con respecto al “proyecto de nación” tras el que<br />

se escuda el estado capitalista es ya, en principio, violenta: implica un<br />

atentado, un boicot, una acción destructiva. Su contra-violencia, que en<br />

el escenario consagrado de la política aparece como si fuera una violencia<br />

inicial y no una violencia que responde, sería esa “violencia contraria a la<br />

civilización” que el estado adjudica a la izquierda política. Cabe señalar,<br />

sin embargo, que la violencia destructiva del estado capitalista llega en<br />

ocasiones a ejercerse de manera indirecta y refleja; que puede completarse<br />

— en una movida perversa— convirtiendo en instrumento suyo a la<br />

200 Teniendo esto en cuenta, el retorno que hemos vivido actualmente, tan seguro<br />

de sí mismo, a la figura ortodoxa del estado liberal, el intento de restablecer a la<br />

política como pura supraestructura de la sociedad civil burguesa — sin “ruido”<br />

de ningún tipo, ni comunitario ni republicano, esto es, ni “natural” ni “ciudadano”—<br />

, no parecen anunciar tiempos de menor barbarie, sino más bien de todo lo<br />

contrario. Cuando es el estado autoritario el que ejerce la violencia destructiva,<br />

ésta es elogiada sin reservas por el discurso neoliberal: como si la sociedad no<br />

pudiera más que entregar a la desgracia y la muerte a una parte de sí misma<br />

con el fin de rescatar de la crisis y la barbarie al resto, y garantizarle la abundancia<br />

y la civilización. Cuando su elogio es pasivo, el discurso neoliberal es<br />

simplemente un discurso cínico; cuando lo hace de manera militante se vuelve<br />

un discurso inconfundiblemente fascista.<br />

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