Discurso crítico y Modernidad. Ensayos escogidos - gesamtausgabe
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Bolívar Echeverría<br />
pudo ser, en la modernidad capitalista, una liberación a medias, vigilada<br />
e intervenida. No todas las formas de la creatividad que son reclamadas<br />
por los seres humanos en la perspectiva social-natural de su existencia<br />
pueden serlo también por parte del “sujeto sustitutivo”, el capital, en la<br />
perspectiva de la valorización del valor. El código para la construcción<br />
(producción/ consumo) de significaciones prácticas pudo potenciarse — di-<br />
namizarse, ampliarse, diversificarse— , pero sólo con la mediación de un<br />
correctivo, de una sub-codificación que lo marcaba decisivamente con un<br />
sentido capitalista. La interiorización semiótica “natural” de una antigua<br />
estrategia de supervivencia venía a ser substituida por otra, “artificial”,<br />
de efectividad diferente, pero también inclinada en sentido represivo: la<br />
de una estrategia para la acumulación de capital.<br />
Cosa parecida aconteció en la vida del discurso. Rotas las barreras<br />
arcaicas (religiosas y numinosas) de la estructura mítica de las lenguas<br />
— la que, al normarlas, les otorga una identidad propia— , otras limitaciones,<br />
de un orden diferente, aparecieron en lugar de ellas. Al recomponerse<br />
a partir de una épica y una mitopóyesis básicamente burguesas pero<br />
de corte capitalista, la estructura mítica de las lenguas modernas se vio<br />
en el caso de reinstalar unas facultades de censura renovadas. El “cadáver<br />
de Dios”, esto es, la moral del autosacrificio productivista como vía<br />
de salvación individual — que haría del vulgar empresario un sujeto de<br />
empresa y aventura, y daría a su comportamiento la jerarquía de una actividad<br />
de alcance ontológico— se constituyó en el único prisma a través<br />
del cual es posible acceder al sentido de lo real.<br />
Destronado de su logocracia tradicional y expulsado de su monopolio<br />
del acceso a la realidad y la verdad de las cosas, el ámbito del discurso<br />
quedaba así, en principio, liberado de su servicio al mito intocable (escriturado)<br />
de un re-ligamiento despótico de la comunidad. Pronto, sin embargo,<br />
recibió la condena de una refuncionalización logocrática de nuevo<br />
tipo. Según ésta, el momento predominante de todo el “metabolismo entre<br />
el Hombre y la Naturaleza” — caracterizado ahora por el desbocado pro-<br />
ductivismo abstracto del Hombre y por la disponibilidad infinitamente<br />
pasiva de la Naturaleza— se sitúa en la apropiación cognoscitiva del referente,<br />
es decir, en la actividad de la “razón instrumental”. Recompuesto<br />
para el efecto sobre la base de su registro técnico-científico, el lenguaje<br />
resulta ser el lugar privilegiado y exclusivo de ese logos productor de conocimientos;<br />
resulta ser así, nuevamente aunque de manera diferente, el<br />
lugar donde reside la verdad de toda otra comunicación posible.<br />
Este, sin embargo, su dominio restaurado sobre la semiosis práctica,<br />
le cuesta al lenguaje una fuerte “deformación” de sí mismo, una reducción<br />
referencialista del conjunto de sus funciones comunicativas, una fijación