Muerte en amor es la ausencia - voz y verso

Este era el panorama y el ambiente al que había degenerado la vida de Antonio
de Zamora entrada la década de los años veinte del siglo XVIII. Aunque seguía
escribiendo y obteniendo el éxito popular –destacan las comedias Quitar de España con
honra el feudo de cien doncellas y Cualquier marido es bueno y el segundo don
Quijote– como muy bien dice Medrano, la envidia de los nuevos hombres incipientes
del mundo cortesano, totalmente italianizado, empezó a corroer seriamente la figura del
dramaturgo y la de sus allegados. Resalta la feroz e infundada crítica destructora que se
le hizo a su zarzuela Angélica y Medoro, compuesta en 1722 para la boda del príncipe
de Asturias. Se cargaron contra «los dramaturgos –Cañizares se encargó de las piezas
breves–, el músico y el decorador. A Zamora, reconocida su trayectoria, se le achacaban
diversas diferencias respecto al argumento de obras homónimas anteriores. Afloraba,
así, el enfrentamiento literario a la vez que cortesano» 34 . Es por eso que, cansado del
mundanal ruido, de la traicionera envidia y del infierno, malvado e interesado trajín de
la Corte, un enfermo Antonio de Zamora decide retirarse los últimos años de su vida en
la apartada y tranquila villa de Ocaña. Es muy posible que allí escribiera su última
pieza, la zarzuela Matarse por no morir y el Hércules furente, estrenada póstumamente.
Se percibe en ella la congoja existencial de saber que le ha llegado la hora, sobre todo
expresado mediante imágenes y un ambiente que muy bien representaría Goya en los
lienzos antes comentados. El teatro y la poesía barroca española murió cuando Antonio
de Zamora expiró. Véanse estos versos de Hércules con que se inicia la citada zarzuela
–de muy intuitivo título:
Horrible monstruo cuyas tres cabezas
si a respirar empiezas,
el fuego activo, el humo ceniciento,
manchan con el abismo el firmamento;
pues justo es en mi brío
(aunque incansable es el aliento mío)
que el mirar fenecido me alboroce
el último trabajo de los doce.
Sigue mi planta, y ya que la alba fría
los primeros crepúsculos del día
introduce a esta obscura parda roca
34 MARTÍN MARTÍNEZ, Antonio de Zamora. Teatro breve…, pág. 20.
~ 26 ~