Muerte en amor es la ausencia - voz y verso

- La funcionalidad oficial del estreno
- La posible identificación de los elementos de la acción con acontecimientos
actuales [y no oficiales]
- La interpretación del argumento y de los protagonistas como representantes
de la vida humana en general
Desde el punto de vista de la importancia histórico-política, después de «la
funcionalidad oficial del estreno» –que es la celebración del trigésimo sexto aniversario
de Carlos II– queda la incursión de los acontecimientos históricos no oficiales. Es en
estos donde recae toda la voluntad política e ideológica del autor.
A pesar del indudable valor histórico de las fiestas cantadas que he subrayado,
«la obra de arte tampoco admite una interpretación puramente histórica, según la cual la
obra sería un documento de época. Tal aproximación es tan poco útil, en tanto que
interpretación, como la mera aproximación estética» 90 . El autor siempre añade matices
propios, versiona o adapta a su parecer ideológico o a las exigencias del homenajeado y
del gusto de la época el tema a tratar. El filtro del autor, aunque no tan exagerado como
a partir del romanticismo, hay que tenerlo en cuenta. Sus obras son muchas veces los
únicos testimonios que conservamos de los autores. En ellas están las claves para
vislumbrar sus ideas políticas, filosóficas, morales o de gusto. Es por ellas que
descubriremos y entenderemos que Antonio de Zamora, al llegar la crisis de la sucesión
española tras la muerte de Carlos II, sea partidario de los Borbones y apueste por un
cambio de dinastía que permita entrar aires de renovación y desarrollo.
En el aspecto de la “ocasionalidad” en Muerte en amor es la ausencia hay que
remarcar un nombre propio: Juan Tomás Enríquez de Cabrera (Génova, 21 de diciembre
de 1646 - Estremoz, 29 de junio de 1705). Fue el último Almirante de Castilla –antes
que Felipe V aboliera ese título–, VII duque de Medina de Rioseco, X conde de Melgar
y conde de Módica, gobernador de Milán desde 1678 a 1685, virrey de Cataluña durante
1688 –en substitución de Diego Felipe de Guzmán, marqués de Leganés, por el
levantamiento popular que Tomás Enríquez sofocó con dureza–, miembro del Consejo
de Estado durante el reinado de Carlos II y su caballerizo mayor, teniente general de
90 Ibíd., pág. 5.
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