Muerte en amor es la ausencia - voz y verso

varía el tratamiento, debía de ser en esencia el mismo mito. Por eso Júpiter tiene que
raptar a Ganimedes, para seguir la tradición. El final no ha cambiado, pero han
cambiado las formas. El mito se cumple, pero no según la manera clásica. Estas
licencias que el autor se toma son el meollo de la creación, la guinda que le da su razón
de ser y, por supuesto, la calidad literaria y artística en general de la obra.
Trillado y preparado el campo para la nueva versión, la significación y las
referencias de “ocasionalidad” adquieren gran importancia para el correcto y delicado
desarrollo del espectáculo. Ahora, con Ganimedes atado a su destino por el
encaprichamiento de Júpiter con su amada, la tarea de Zamora era delimitar los
personajes y/o elementos que mostrasen relación con la situación histórica de la corte.
No se podía equiparar completamente a Carlos II con Júpiter, por muy dios de los
dioses que fuera: había actuado por impulso, pasión, venganza y sin templanza alguna
enamorándose de Tidoris, cosa que no puede ser admitido en un monarca modélico –
como supuestamente, o así debía de mostrarse, era Carlos II. Además, su falta de juicio
y de sobriedad para decidir –Júpiter pide ayuda a Mercurio, Marte y Venus para saber
elegir bien qué hacer con Ganimedes– distaban mucho de las capacidades y
responsabilidades de un rey. El rey puede ser comparado con Júpiter –siempre «el dios
de la fiesta de corte es, sin embargo [frente a Dios de los autos sacramentales], un dios
mundano, es el príncipe» 105 , “teatro de dioses para los dioses mundanos–, pues los
monarcas se reconocen en los dioses como una tentativa de perfección lúdica, de la
máxima expresión lírica de las pasiones mundanas y excelsas. A parte de esto –que
podría verse en otros personajes como Ganimedes, Tidoris, Atamas o Feriadna, por lo
que desbancaría el paralelismo en cuanto a elemento lírico y teatral con los monarcas–,
lo único que comparten Carlos II y Júpiter es el poder divino, la sabiduría y el poder que
le confiere ser la personalidad por excelencia del Estado o del Olimpo 106 . Además, no
105 NEUMEISTER, Mito y ostentación…, pág. 40.
106
Este único rasgo que comparten Carlos II y Júpiter resalta la cristianización de la mitología antigua
en los dramas mitológicos, ya desde Calderón. Como se contempla en Muerte en amor es la ausencia y
en absolutamente todas las fiestas cantadas, los dioses no están ataviados ni caracterizados con los
poderes y los valores omnipotentes y divinos de la religión antigua, sino que son tratados como
personajes de carne y hueso (exceptuando el comentado estatus de una supuesta superioridad jerárquica,
obligada por seguir el modelo de la mitología clásica). El elemento mitológico es solamente poético y
estético, no alegórico ni interpretativo, cosa que sí ocurre en los autos sacramentales. La palabra, la
escenografía y la música enfatizan, agrandan y unifican ese nuevo valor de lo mitológico. No hay que
olvidar que las piezas mitológicas no tendrían razón de ser, atendiendo a la “ocasionalidad” obligada de
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