Muerte en amor es la ausencia - voz y verso

y al recio viento, que sopló la muerte,
Logró dar fondo en puertos de la vida:
del ferro más tenaz, peso más fuerte, 5
todo el logro fió de su partida,
porque en los riesgos de una; y otra onda,
la guadaña sirvió de áncora, y sonda. 81
Muy claramente Antonio de Zamora construyó estas composiciones elegíacas
basándose en el concepto horaciano 82 del mar como proximidad de la muerte. El
hombre navega con un navío –símbolo de la vida que está merced siempre de las
inclemencias y de los peligros marítimos– sobre el ancho y profundo mar –símbolo la
existencia humana que irá a desembocar a la muerte. El trayecto finalizará en el puerto –
la definitiva muerte–, echando las anclas –“la guadaña sirvió de áncora, y sonda”.
Este concepto clásico del mar como muerte se reintrodujo en la tradición
literaria española desde antes del asentamiento del renacimiento –acuérdense los
famosos versos de Jorge Manrique en Coplas a la muerte de su padre: «Nuestras vidas
son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir» (“Copla 3º”, vv.1-3)– y, por
supuesto, tuvo enorme fuerza y estuvo muy latente en todo el barroco español, siendo
uno de los pilares del pensamiento pesimista de la segunda mitad del siglo XVII. De
esta forma tan potente y concisa lo muestra Baltasar Gracián en El criticón: «[…] una
nave no es otro que un ataúd anticipado» 83 .
Antes de escribir la Fúnebre numerosa descripción de las reales exequias de
Carlos II, Zamora ya utilizó ese recurso horaciano en Muerte en amor es la ausencia.
Los personajes antes nombrados que caen al agua son precisamente los que verán
lastrado su camino y la consecución de sus objetivos por el capricho del destino. Aristeo
caerá al agua y a punto estará de ahogarse de no ser por el rescate de Atamas. El destino
le pone las cosas difíciles al príncipe de Ignido, con el primer aviso que es esa caída a
las aguas del Janto. Pero, como ocurre en el episodio del río, Atamas, su oponente para
81 Ibíd., pág. 46.
82
Véase especialmente las influencias de ese concepto de Horacio del mar como muerte en las oda
XVI del primer Libro y en la oda X del segundo Libro.
83
Baltasar GRACIÁN, El criticón, Barcelona, Ediciones Orbis - Editorial Origen, 1982, pág.14.
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