Muerte en amor es la ausencia - voz y verso

y reflexivo de los primeros tonos (“Amado hijo Mercurio” y “Ya sobre la verde
espalda”) a uno cada vez más elevado y exhortativo haciendo referencia a la voluntad de
convencer a Júpiter por parte de Mercurio y Marte (“Ocultamente adornaste”). Pero el
punto más álgido tanto musical, literario como escenográfico de estas escenas entre
dioses es la aparición de Apolo. Y, por supuesto, así lo muestra la música, que «expone
un episodio “muy airoso” de 28 compases cantado por Apolo, que será retomado por
Mercurio y por Júpiter, pero no por Marte. Ni que decir que se trata de una hermosa
pieza con una música muy elocuente» 76 .
Pero si con esto no fuera poco para elogiar a la música y a la poesía por
conseguir un auténtico momento de clímax dramático y de espectacularidad, la
escenografía de esta escena es también una de las más rotundas, espectaculares y
prestigiadas. Con el final del drama mitológico llega la catarsis completa de la obra con
todas las artes partícipes. A destacar es la resolución física de la trama (el rapto de
Ganimedes por Júpiter para que sirva en el Olimpo), donde, mientras la sensibilidad de
Juno canta el tono “Mi voz solamente”, aparecerá «abriéndose las bambalinas se verá en
lo superior un alcázar brillante y dentro de él Júpiter sentado a una mesa dorada, saldrá
Ganimedes y arrodillándose le servirá la copa mientras canta la Música la redondilla
sig[uien]te» (Acot. 2779). Es decir, que en medio de la poesía y la música que están
captando toda la atención del espectador estalla la escenografía con un efecto visual
impresionante y apoteósico. La obra total. Violines –por supuesto– ensalzan el
momento catártico por antonomasia del drama mitológico, justo en la penúltima escena.
Solucionadas casi todas las acciones dramáticas con tal culminante y
grandilocuente desenlace, el final se produce con el tono “Pues ya de la esfera”.
Marcará el final, aparte del cuatro que cante y repita la cuarteta irregular final, la música
instrumental. Violines, clarines, un timbal –con el que se dará el toque anunciador del
final– y, muy probablemente, el conjunto de flautistas alemanes irán elevando la
tonalidad hasta estallar, junto con las cuatro voces y todos los personajes en la última
escena, en el espectacular y sublime final. .
Como hemos visto, si la poesía de los soliloquios de Tidoris o de Júpiter, por
ejemplo, son desgarradores y conmocionados, la música y el delicado canto (las pocas
76 Ibíd., pág. 10.
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