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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o I I I<br />

A<br />

Así son esas <strong>de</strong>nsas y tenebrosas sombras húmedas,<br />

que se ven en osarios y sepulcros<br />

dilatadas, y extendidas, por una sepultura nueva.<br />

l día siguiente Montoni envió una segunda excusa a Emily, que se sorprendió por ello. «¡Es muy raro! —se dijo a sí misma—. Su conciencia le dice que retrase mi visita, y él la difiere, para evitar una<br />

explicación». Casi tomó la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> hacerse la encontradiza, pero el terror <strong>de</strong>tuvo sus intenciones, y el día transcurrió para Emily como el anterior, excepto con un mayor grado <strong>de</strong> expectación por lo que se<br />

refería a la noche, que agitaba la calma que había prevalecido hasta entonces en su mente.<br />

A la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, la segunda parte <strong>de</strong>l grupo que había hecho la primera incursión en las montañas regresó al castillo. Según entraban en <strong>los</strong> patios, Emily en su remota habitación oyó sus gritos y sus<br />

voces exaltadas, como las orgías <strong>de</strong> las furias en algún horrible sacrificio. Incluso temió que fueran capaces <strong>de</strong> cometer algún acto <strong>de</strong> barbarie; una suposición <strong>de</strong> la que Annette la liberó al <strong>de</strong>cirle que aquel<strong>los</strong><br />

hombres sólo se entretenían con el botín que habían traído con el<strong>los</strong>. Esta circunstancia le confirmaba <strong>de</strong> nuevo su creencia <strong>de</strong> que Montoni se había convertido efectivamente en capitán <strong>de</strong> bandidos y que<br />

¡esperaba recuperar su perdida fortuna con las riquezas <strong>de</strong> <strong>los</strong> viajeros! Cuando consi<strong>de</strong>ró todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su situación —en un castillo armado, casi inaccesible, retirado entre montañas salvajes y<br />

solitarias, a cuyas distantes faldas se asentaban ciuda<strong>de</strong>s y villas, por las que ricos viajeros pasaban continuamente—, aquello parecía ser la mejor situación <strong>de</strong> todas para que tuvieran éxito <strong>los</strong> actos <strong>de</strong> rapiña y<br />

cedió <strong>de</strong>finitivamente a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Montoni se había convertido en capitán <strong>de</strong> ladrones. Su carácter, sin principios y sin conciencia, cruel y aventurero, parecía coincidir con la situación. Endurecido en el<br />

tumulto y en las batallas <strong>de</strong> la vida, era igualmente ajeno a la piedad y al temor; su mismo coraje era una especie <strong>de</strong> ferocidad animal; no el noble impulso <strong>de</strong> un principio, como el que inspira la mente contra el<br />

opresor, en la causa <strong>de</strong>l oprimido; sino la dureza constitucional <strong>de</strong> un temperamento que no pue<strong>de</strong> sentir y que, en consecuencia, no pue<strong>de</strong> temer.<br />

Las suposiciones <strong>de</strong> Emily, aunque naturales, eran en parte erróneas, ya que <strong>de</strong>sconocía el estado <strong>de</strong> aquel país y las circunstancias bajo las que se conducían en parte las frecuentes guerras. Los ingresos <strong>de</strong><br />

muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> estados <strong>de</strong> Italia eran entonces insuficientes para soportar ejércitos permanentes, incluso durante cortos períodos, que <strong>los</strong> turbulentos hábitos, tanto <strong>de</strong> <strong>los</strong> gobiernos como <strong>de</strong> las gentes, permitían<br />

pasar en paz y surgió un tipo <strong>de</strong> hombres, <strong>de</strong>sconocido en nuestro tiempo, pero claramente <strong>de</strong>scrito en su propia historia. Los soldados, licenciados al término <strong>de</strong> cada guerra, no podían regresar a ocupaciones<br />

no rentables <strong>de</strong> la paz. En ocasiones se pasaban a otros países y se introducían en <strong>los</strong> ejércitos que seguían en lucha. Otras, se reunían el<strong>los</strong> mismos formando bandas <strong>de</strong> ladrones y ocupando fortificaciones<br />

remotas. Sus caracteres <strong>de</strong>sesperados, la <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> <strong>los</strong> gobiernos a <strong>los</strong> que habían atacado y la seguridad <strong>de</strong> que volverían a ser llamados a <strong>los</strong> ejércitos, cuando su presencia fuera <strong>de</strong> nuevo requerida, les<br />

prevenía <strong>de</strong> ser perseguidos por el po<strong>de</strong>r civil; y, en algunos casos, confiaban su fortuna a un jefe popular, uniéndose a él, y por el que eran llevados a prestar servicio en algún estado, que se establecería con el<br />

precio <strong>de</strong> su valor. De esta última práctica surgió el término condottieri; una palabra que asustaba en toda Italia durante un período que concluyó en la. primera parte <strong>de</strong>l siglo XVII, pero cuyo comienzo no se<br />

pue<strong>de</strong> señalar con tanta seguridad.<br />

Las disputas entre <strong>los</strong> pequeños estados eran entonces, en la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos, asuntos exclusivos <strong>de</strong> ambos, y las probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> éxito se estimaban, no por la formación, sino por el valor personal<br />

<strong>de</strong>l general y <strong>los</strong> soldados. La habilidad, que era necesaria para conducir las tediosas operaciones, era valorada en muy poco. Bastaba con saber cómo una partida podía ser conducida contra sus enemigos, con<br />

el mayor secreto, o llevada en el or<strong>de</strong>n más compacto. El oficial <strong>de</strong>bía precipitarse en medio <strong>de</strong> la situación, en la que, <strong>de</strong> no haber sido por su ejemplo, <strong>los</strong> soldados no se habrían aventurado; y, como <strong>los</strong><br />

grupos opuestos sabían poco <strong>de</strong> la fortaleza <strong>de</strong>l otro, <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong>l día quedaban con frecuencia <strong>de</strong>cididos en la sorpresa <strong>de</strong> <strong>los</strong> primeros movimientos. Los condottieri eran extraordinarios en tales<br />

servicios, y en el<strong>los</strong>, en <strong>los</strong> que siempre se veían concluidos con el éxito, sus personalida<strong>de</strong>s adquirían una mezcla <strong>de</strong> intrepi<strong>de</strong>z y libertinaje, que asustaba incluso a aquel<strong>los</strong> a <strong>los</strong> que servían.<br />

Cuando no estaban comprometidos en tales empresas, su jefe, que tenía normalmente su propia fortaleza, les recogía en ella o en la vecindad, don<strong>de</strong> disfrutaban <strong>de</strong> un <strong>de</strong>scanso irregular. Aunque sus<br />

necesida<strong>de</strong>s eran cubiertas en parte por la propiedad <strong>de</strong> <strong>los</strong> habitantes, las discutidas distribuciones <strong>de</strong> sus trofeos impedían que fueran <strong>de</strong>l todo <strong>de</strong>testables, y <strong>los</strong> campesinos <strong>de</strong> aquellas zonas compartían<br />

gradualmente la personalidad <strong>de</strong> sus visitantes guerreros. Los gobiernos vecinos a veces <strong>de</strong>cidían, aunque rara vez lo ponían en práctica, suprimir estas comunida<strong>de</strong>s militares; tanto porque era difícil llevarlo a<br />

efecto, como porque conseguían con ello una protección disfrazada, ya que el servicio para sus guerras, un cuerpo <strong>de</strong> armas, no podía ser sostenido a tan bajo precio y tan perfectamente cualificado. Los<br />

capitanes confiaban incluso en esta política <strong>de</strong> varios po<strong>de</strong>res, visitando las capitales; y Montoni, tras haberlo encontrado en las partidas <strong>de</strong> juego <strong>de</strong> Venecia y Padua, concibió el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> emular sus<br />

personalida<strong>de</strong>s, antes <strong>de</strong> que su fortuna arruinada le tentara a adoptar sus prácticas. Con objeto <strong>de</strong> arreglar su plan <strong>de</strong> vida, sostuvo aquellas reuniones a medianoche en su mansión <strong>de</strong> Venecia, en las que<br />

Orsino y algunos otros miembros <strong>de</strong> su nueva comunidad le habían ayudado con sus sugerencias, sobre lo que el<strong>los</strong> habían llevado a efecto ante la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> sus fortunas.<br />

En la noche <strong>de</strong> su regreso, Emily volvió a colocarse ante el ventanal. Ya había salido la luna y se elevaba sobre las copas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, su luz amarilla le servía para que iluminara la solitaria terraza y <strong>los</strong><br />

alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> modo más claro que lo habría hecho el titilar <strong>de</strong> las estrellas y le prometía a Emily ayudarla en sus observaciones en caso <strong>de</strong> que regresara la forma <strong>misterios</strong>a. Sobre este tema, se perdió <strong>de</strong><br />

nuevo en conjeturas y dudó si <strong>de</strong>bía o no hablar con la figura, para lo que se vio presionada por un fuerte y casi irresistible interés; pero el terror, a interva<strong>los</strong>, le hizo dudar <strong>de</strong> ello.<br />

«Si se trata <strong>de</strong> una persona que ha sido traída al castillo —se dijo—, mi curiosidad pue<strong>de</strong> ser fatal para mí; no obstante, la música <strong>misterios</strong>a, y las lamentaciones que oí, tenían que proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> él: si es así,<br />

no pue<strong>de</strong> ser un enemigo».<br />

Pensó entonces en su <strong>de</strong>sgraciada tía, y, tiritando con pena y horror, las impresiones <strong>de</strong> la imaginación dominaron su mente con toda la fuerza <strong>de</strong> la verdad, y creyó que la forma que había visto era<br />

sobrenatural. Tembló, respirando con dificultad; una frialdad helada tocó sus mejillas, y sus temores, durante un rato, le oscurecieron el juicio. Todo hizo que tomara una resolución: que si la figura aparecía, no<br />

hablaría con ella.<br />

Pasaba así el tiempo, sentada junto a la ventana, inquieta por la expectación y por lo sombrío y tranquilo <strong>de</strong> la medianoche. Sólo vio oscuramente las montañas y <strong>los</strong> bosques a la luz <strong>de</strong> la luna, un racimo <strong>de</strong><br />

torres, que formaban el ángulo oeste <strong>de</strong>l castillo, y la terraza que se extendía por <strong>de</strong>bajo; y no oyó sonido alguno, excepto, <strong>de</strong> vez en cuando, la solitaria voz <strong>de</strong> alerta que se pasaban <strong>los</strong> centinelas <strong>de</strong> servicio, y,<br />

poco <strong>de</strong>spués, <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres que venían a cambiar la guardia y a <strong>los</strong> que vio en la distancia en la muralla por sus picas, que reflejaron <strong>los</strong> rayos <strong>de</strong> la luna, y, a continuación, por las pocas y breves<br />

palabras, con las que <strong>de</strong>seaban buena guardia a sus compañeros. Emily se retiró al interior <strong>de</strong> la habitación, mientras pasaban por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la ventana. Cuando regresó a la terraza, todo estaba <strong>de</strong> nuevo<br />

tranquilo. Era muy tar<strong>de</strong>, estaba cansada <strong>de</strong> mirar y empezó a dudar <strong>de</strong> la realidad <strong>de</strong> lo que había visto la noche anterior; pero siguió apoyada en la ventana, ya que su cabeza estaba <strong>de</strong>masiado agitada para<br />

po<strong>de</strong>r dormir. La luna brillaba con un lustre claro, que le permitía una visión total <strong>de</strong> la terraza; pero vio únicamente a un centinela solitario, paseando al final <strong>de</strong> la misma; y, al fin, cansada por la inquietud, se<br />

retiró para <strong>de</strong>scansar.<br />

Sin embargo, tan fuerte había sido la impresión que le había <strong>de</strong>jado en su mente la música y las quejas que había oído anteriormente, así como la figura que imaginaba que había visto, que <strong>de</strong>cidió repetir su<br />

vigilancia a la noche siguiente.<br />

Al día siguiente, Montoni no dio señal alguna <strong>de</strong> ocuparse <strong>de</strong> la cita solicitada por Emily, pero ella, más inquieta que antes por verle, envió a Annette a preguntar a qué hora podría recibirla. Él mencionó que<br />

a las once, y Emily fue rigurosamente puntual, para lo que tuvo que reunir toda la energía posible si quería superar la emoción que su presencia y <strong>los</strong> terribles recuerdos le provocaban.<br />

Estaba en el salón <strong>de</strong> cedro con varios <strong>de</strong> sus oficiales; al ver<strong>los</strong> se <strong>de</strong>tuvo y su agitación aumentó, mientras él continuaba conversando con el<strong>los</strong>, aparentemente sin advertir su presencia, hasta que uno <strong>de</strong><br />

sus oficiales, al volverse, vio a Emily y lanzó una exclamación.<br />

Estaba a punto <strong>de</strong> retirarse cuando la voz <strong>de</strong> Montoni la <strong>de</strong>tuvo.<br />

Con voz temblorosa le dijo:<br />

—¡Hablaré con vos, signor Montoni, si podéis en este momento!<br />

—Estoy con mis amigos —replicó Montoni—, sea lo que sea lo que quieres <strong>de</strong>cirme, el<strong>los</strong> pue<strong>de</strong>n oírlo.<br />

Emily, sin replicar, se volvió evitando la ruda mirada <strong>de</strong> <strong>los</strong> chevaliers, y Montoni la siguió entonces al vestíbulo y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí la condujo a una pequeña habitación, cerrando la puerta con violencia. Al mirar su<br />

gesto sombrío, volvió a pensar que estaba ante el asesino <strong>de</strong> su tía; y su mente estaba tan conmovida por el horror que no tenía po<strong>de</strong>r para explicar el propósito <strong>de</strong> su visita y para llegar a mencionar el nombre<br />

MILTON

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