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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o X I V<br />

A<br />

Llámale, que <strong>de</strong>jó a medio contar<br />

la historia <strong>de</strong>l valiente Cambuscan.<br />

la mañana siguiente, mientras Emily estaba sentada en el salón anejo a la biblioteca, reflexionando sobre la escena <strong>de</strong> la noche anterior, Annette entró corriendo en la habitación, y, sin hablar, se <strong>de</strong>jó caer sin<br />

aliento en una silla. Pasó algún tiempo antes <strong>de</strong> que pudiera respon<strong>de</strong>r a las preguntas repetidas y ansiosas <strong>de</strong> Emily sobre la causa <strong>de</strong> su emoción, pero al final, exclamó:<br />

—He visto su fantasma, madame, ¡he visto su fantasma!<br />

—¿A quién te refieres —dijo Emily, con impaciencia extrema.<br />

—Entró por el vestíbulo —continuó Annette—, según cruzaba el salón.<br />

—¿De quién hablas —insistió Emily—. ¿Quién entró por el vestíbulo<br />

—Iba vestido como le he visto tantas veces —añadió Annette—. ¡Ah!, ¿quién podría haberlo dicho...<br />

La paciencia <strong>de</strong> Emily se había agotado y la reprimía por tan alocadas fantasías, cuando entró un criado en la habitación y le informó que un <strong>de</strong>sconocido estaba fuera y suplicaba ser admitido para hablar<br />

con ella.<br />

Emily pensó <strong>de</strong> inmediato que se trataba <strong>de</strong> Valancourt y le dijo al criado que le informara que estaba ocupada y que no podía ver a nadie.<br />

El criado, tras haber transmitido el mensaje, regresó con otro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido insistiendo en la petición y diciendo que tenía algo <strong>de</strong> importancia que comunicar, mientras Annette, que hasta entonces había<br />

permanecido sentada, silenciosa y sorprendida, se puso en pie y gritó: «¡Es Ludovico! ¡Es Ludovico!», y salió corriendo <strong>de</strong> la habitación. Emily hizo una señal al criado para que la siguiera, y, si se trataba<br />

efectivamente <strong>de</strong> Ludovico, le hiciera entrar en el salón.<br />

A <strong>los</strong> pocos minutos apareció Ludovico acompañado por Annette, quien, conmovida por la alegría al extremo <strong>de</strong> olvidar todas las reglas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>coro que <strong>de</strong>bía a su ama, no permitió que nadie fuera oído,<br />

salvo ella, durante algún tiempo. Emily expresó su sorpresa y su satisfacción al ver a Ludovico sano y salvo, y sus primeras emociones aumentaron cuando él le entregó cartas <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> De Villefort y <strong>de</strong> la<br />

con<strong>de</strong>sa Blanche, informándola <strong>de</strong> su última aventura y <strong>de</strong> su situación en aquel<strong>los</strong> momentos en una posada en <strong>los</strong> Pirineos, don<strong>de</strong> se habían visto <strong>de</strong>tenidos por la enfermedad <strong>de</strong> monsieur St. Foix y la<br />

indisposición <strong>de</strong> Blanche, y añadía que el barón St. Foix acababa <strong>de</strong> llegar para cuidar <strong>de</strong> su hijo en su castillo, don<strong>de</strong> permanecería hasta que estuviera totalmente recuperado <strong>de</strong> sus heridas, y que entonces<br />

regresaría al Languedoc, pero que su padre y ella misma proseguirían su camino a La Vallée, don<strong>de</strong> llegarían al día siguiente. Añadía que esperaba la presencia <strong>de</strong> Emily en sus próximas nupcias y le rogaba que<br />

se preparara para marchar, en unos días, al Chateau-le-Blanc. Por lo que se refiere a la aventura <strong>de</strong> Ludovico, lo <strong>de</strong>jaba en manos <strong>de</strong> él; y Emily, aunque muy interesada por conocer el medio por el que había<br />

<strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> las estancias <strong>de</strong>l lado norte, tuvo el <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> prohibirse la satisfacción <strong>de</strong> su curiosidad, hasta que hubiera tomado algún alimento y hubiera conversado con Annette, cuya alegría, al verle sano y<br />

salvo, no habría sido más exagerada si le hubiera visto salir <strong>de</strong> la tumba.<br />

Mientras tanto, Emily volvió a leer las cartas <strong>de</strong> sus amigos, cuyas expresiones <strong>de</strong> estima y <strong>de</strong> bondad eran consue<strong>los</strong> necesarios para su corazón, <strong>de</strong>spierto como estaba por la última entrevista y conmovido<br />

por el dolor y el lamento.<br />

La invitación al Chateau-le-Blanc la manifestaban con tal gentileza el con<strong>de</strong> y su hija, que se apoyaba a<strong>de</strong>más en un mensaje <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa, y la ocasión era tan importante para su amiga, que Emily no podía<br />

rehusar el aceptarla, aunque <strong>de</strong>seara permanecer en las tranquilas sombras <strong>de</strong> su lugar <strong>de</strong> nacimiento, a lo que se unía lo impropio <strong>de</strong> permanecer allí sola, puesto que Valancourt estaba <strong>de</strong> nuevo en la vecindad.<br />

En algunos momentos también pensó que el cambio <strong>de</strong> ambiente y la compañía <strong>de</strong> sus amigos podrían contribuir, más que su retiro, a restablecer su tranquilidad.<br />

Cuando Ludovico apareció <strong>de</strong> nuevo, le indicó que quería conocer con todo <strong>de</strong>talle su aventura en las estancias <strong>de</strong>l lado norte y que le dijera cómo había llegado a ser compañero <strong>de</strong> <strong>los</strong> bandidos, con <strong>los</strong><br />

que le había encontrado el con<strong>de</strong>.<br />

Obe<strong>de</strong>ció inmediatamente mientras Annette, que no le había preguntado todavía muchos <strong>de</strong>talles sobre el tema, se dispuso a escuchar, con el rostro lleno <strong>de</strong> curiosidad, aventurándose a recordar a su señora<br />

su incredulidad por lo que se refería a <strong>los</strong> espíritus en el castillo <strong>de</strong> Udolfo y la sagacidad <strong>de</strong> ella misma al creer en el<strong>los</strong>. Emily, enrojeciendo ante la conciencia <strong>de</strong> las últimas cosas que había creído, manifestó<br />

que si la aventura <strong>de</strong> Ludovico podía justificar la superstición <strong>de</strong> Annette, lo más probable sería que no estuviera allí para contarlo.<br />

Ludovico sonrió a Annette, se inclinó ante Emily y comenzó como sigue:<br />

—Recordaréis, madame, que la noche que me senté en la estancia <strong>de</strong>l lado norte, mi señor, el con<strong>de</strong>, y monsieur Henri me acompañaron hasta allí, y que, mientras estuvieron conmigo, no sucedió nada que<br />

<strong>de</strong>spertara su alarma. Cuando se marcharon, encendí el fuego en la alcoba, y, al no tener sueño, me senté junto a la chimenea con un libro que me había llevado para entretenerme. Confieso que algunas veces<br />

eché miradas por la habitación con ciertas aprensiones...<br />

—¡Estoy muy segura <strong>de</strong> eso! —interrumpió Annette—, me atrevería a <strong>de</strong>cir también, si es que se va a saber la verdad, que temblaste <strong>de</strong> pies a cabeza.<br />

—La cosa no llegó a tanto —replicó Ludovico, sonriendo—, pero varias veces, cuando el viento silbaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l castillo y agitaba las viejas ventanas, imaginé que oía ruidos extraños, y, una o dos<br />

veces, me puse en pie y miré a mi alre<strong>de</strong>dor; pero no había nada que ver, excepto las tristes figuras <strong>de</strong> <strong>los</strong> tapices, que parecían amenazarme cuando las miraba. Estuve sentado así cerca <strong>de</strong> una hora —continuó<br />

Ludovico—, cuando creí una vez más oír un ruido, y eché una mirada por la habitación para <strong>de</strong>scubrir <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venía, pero no advertí nada. Volví a leer, y cuando había terminado la historia <strong>de</strong>l libro, me sentí<br />

cansado y que quedé dormido. Poco <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>sperté por el mismo ruido que había oído antes, que parecía venir <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong> la habitación don<strong>de</strong> estaba la cama. Entonces, fuera porque la historia que<br />

había estado leyendo afectara mi ánimo o por <strong>los</strong> extraños informes que han corrido por ahí sobre esas habitaciones, no lo sé, pero cuando volví a mirar hacia la cama, imaginé que veía la cara <strong>de</strong> un hombre tras<br />

las polvorientas cortinas.<br />

Al oírlo, Emily tembló y le miró con ansiedad recordando el espectáculo <strong>de</strong>l que ella misma había sido testigo allí con Dorothée.<br />

—Confieso, madame, que mi corazón dio un vuelco en aquel instante —continuó Ludovico—, pero la repetición <strong>de</strong>l ruido <strong>de</strong>svió mi atención <strong>de</strong> la cama y en ese momento lo oí claramente, como <strong>de</strong> una<br />

llave abriendo una cerradura, pero lo más sorpren<strong>de</strong>nte para mí era que no veía puerta alguna <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que pudiera llegarme ese ruido. Al momento siguiente, sin embargo, el tapiz próximo a la cama cedió<br />

lentamente y una persona apareció tras él, entrando por una pequeña puerta que había en el muro. Se <strong>de</strong>tuvo un momento, como retirándose a medias, con la cabeza inclinada bajo el tapiz que ocultaba la parte<br />

superior <strong>de</strong> su rostro, excepto <strong>los</strong> ojos que brillaban bajo la tela según la sostenía; y, entonces, mientras lo levantaba bastante, vi la cara <strong>de</strong> otro hombre <strong>de</strong>trás mirando sobre su hombro. No sé lo que sucedió,<br />

pero, aunque mi espada estaba sobre la mesa que tenía <strong>de</strong>lante, no tuve fuerzas para cogerla y me quedé sentado, inmóvil, contemplándolo, con <strong>los</strong> ojos medio cerrados, como si estuviera durmiendo. Supongo<br />

que pensaron que lo estaba y dudaban en lo que <strong>de</strong>berían hacer, porque <strong>los</strong> oí susurrar y siguieron en la misma postura durante un minuto. Después me pareció ver otras caras en la oscuridad, más allá <strong>de</strong> la<br />

puerta, y oí susurros más intensos.<br />

—Lo <strong>de</strong> la puerta me sorpren<strong>de</strong> —dijo Emily—, porque tenía entendido que el con<strong>de</strong> había mandado quitar <strong>los</strong> tapices y había examinado <strong>los</strong> muros, sospechando que pudieran ocultar un pasadizo por el<br />

cual te hubieras marchado.<br />

—No me parece extraordinario, madame —replicó Ludovico—, el que esa puerta no fuera advertida, porque está situada en un compartimento estrecho que parece formar parte <strong>de</strong> un saliente <strong>de</strong>l muro, y<br />

si el con<strong>de</strong> no pasó por él, pudo pensar que no tenía sentido buscar una puerta don<strong>de</strong> no es posible imaginar que comunique con un pasadizo, pero lo cierto es que ese pasadizo está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l mismo muro.<br />

Pero, regreso a <strong>los</strong> hombres, a <strong>los</strong> que vi <strong>de</strong> modo impreciso tras la puerta y que no me hicieron esperar mucho dudando sobre sus intenciones. Entraron todos en la habitación y me ro<strong>de</strong>aron, aunque no antes<br />

<strong>de</strong> que tirara <strong>de</strong> mi espada para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme. Pero ¿qué pue<strong>de</strong> hacer un hombre contra cuatro No tardaron en <strong>de</strong>sarmarme, y tras atarme <strong>los</strong> brazos y amordazarme, me obligaron a cruzar aquella puerta,<br />

<strong>de</strong>jando mi espada sobre la mesa, para que, como dijeron, <strong>los</strong> que llegaran por la mañana, me buscaran tras haber luchado contra <strong>los</strong> fantasmas. Me condujeron por pasadizos muy estrechos, cortados, según<br />

supuse en <strong>los</strong> muros, porque no <strong>los</strong> había visto nunca antes, y tras bajar varios tramos <strong>de</strong> escalera, llegamos a las bóvedas bajo el castillo. Allí, abriendo una puerta <strong>de</strong> piedra que podía tomarse por el muro<br />

mismo, fuimos por un largo corredor y bajamos otros escalones cortados en la roca y otra puerta nos condujo a una caverna. Tras recorrer las galerías <strong>de</strong> la misma durante algún tiempo, llegamos a su boca y<br />

MILTON

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