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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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mencionaba con frecuencia en las conversaciones que mantenían Bertolini y Verezzi, y por este motivo reñían. Montoni había perdido gran<strong>de</strong>s sumas jugando con Verezzi, por lo que existía la temible posibilidad<br />

<strong>de</strong> que sus pretensiones fueran cambiarla por la <strong>de</strong>uda; pero, como ella ignoraba que había alentado anteriormente las esperanzas <strong>de</strong> Bertolini, cuando éste le prestó un <strong>de</strong>terminado servicio, no sabía cómo<br />

explicarse las disputas entre Bertolini y Verezzi. La causa <strong>de</strong> ellas no parecía tener importancia, porque veía que se acercaba su propia <strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> muchos modos, y sus ruegos a Ludovico para que la<br />

ayudara a escapar y para que viera <strong>de</strong> nuevo al prisionero fueron más insistentes que nunca.<br />

Por fin le informó <strong>de</strong> que había visitado <strong>de</strong> nuevo al chevalier, que le había indicado que confiara en aquel guardia <strong>de</strong> su prisión, <strong>de</strong>l que ya había recibido algunas muestras <strong>de</strong> gentileza, y que le había<br />

prometido permitirle que saliera por el castillo durante media hora a la noche siguiente, cuando Montoni y sus acompañantes estuvieran embriagándose.<br />

—Es realmente amable, es cierto —añadió Ludovico—, pero Sebastián sabe que no corre riesgo alguno al <strong>de</strong>jar salir al chevalier porque, si fuera capaz <strong>de</strong> rebasar <strong>los</strong> barrotes y las puertas <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong>l<br />

castillo, tendría que ser astuto <strong>de</strong> verdad. El chevalier me ha pedido que acuda a vos inmediatamente y que os ruegue que le permitáis visitaros esta noche, aunque sea sólo un momento, porque no pue<strong>de</strong> vivir<br />

bajo el mismo techo sin veros. Por lo que se refiere a la hora, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir nada, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> las circunstancias (como vos dijisteis, signora), y en cuanto al lugar <strong>de</strong>sea que lo indiquéis vos para que sea el<br />

mejor teniendo en cuenta vuestra seguridad.<br />

Emily estaba tan agitada ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l próximo encuentro con Valancourt que durante algunos momentos no pudo contestar a Ludovico o consi<strong>de</strong>rar el lugar <strong>de</strong> su encuentro. Cuando lo hizo, no vio<br />

ninguno que fuera tan seguro como el corredor, próximo a su propia habitación, que no se atrevía a rebasar ante <strong>los</strong> temores <strong>de</strong> encontrarse con alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> invitados <strong>de</strong> Montoni en camino hacia su cuarto, y<br />

rechazó <strong>los</strong> escrúpu<strong>los</strong> que oponía la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za al tener que evitar <strong>los</strong> peligros <strong>de</strong> encontrarse con el<strong>los</strong>. En consecuencia, se estableció que el chevalier se encontraría con ella en el corredor a una hora <strong>de</strong> la<br />

noche que Ludovico, que estaría vigilante, juzgara segura; y Emily, como se pue<strong>de</strong> imaginar, pasó ese intervalo en un tumulto <strong>de</strong> esperanza y alegría, ansiedad e impaciencia. Nunca, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada al castillo<br />

había contemplado con tal placer cómo se ocultaba el sol tras las montañas y las sombras <strong>de</strong>l crepúsculo y el velo <strong>de</strong> oscuridad que cubría el paisaje, como aquella noche. Contó las campanadas <strong>de</strong>l gran reloj y<br />

escuchó <strong>los</strong> pasos <strong>de</strong> <strong>los</strong> centinelas al cambiar la guardia con la satisfacción <strong>de</strong> que había pasado otra hora. «¡Oh, Valancourt! —dijo—, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo lo que he sufrido, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> nuestra larga, larguísima<br />

separación, cuando pensé que nunca te vería más, vamos a encontraos <strong>de</strong> nuevo. ¡Oh, yo que he soportado el dolor, la ansiedad y el terror, no <strong>de</strong>bo caer bajo el peso <strong>de</strong> la alegría!»<br />

El reloj dio finalmente las doce. Abrió la puerta para escuchar si llegaba algún ruido <strong>de</strong>l castillo y oyó <strong>los</strong> gritos distantes <strong>de</strong> la fiesta y las risas que <strong>de</strong>spertaron débiles ecos por la galería. Supuso que el<br />

signor y sus invitados estaban en el banquete. «Estarán ocupados toda la noche —se dijo—, y Valancourt estará pronto aquí». Tras cerrar con suavidad la puerta, recorrió la habitación con pasos impacientes y<br />

hasta se acercó a la ventana para escuchar el laúd, pero todo estaba silencioso. Su agitación aumentaba a cada momento, no pudo mantenerse en pie y se sentó junto a la ventana. Annette, que retuvo a su lado,<br />

estaba mientras tanto tan locuaz como <strong>de</strong> costumbre; pero Emily casi no oía nada <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cía, y tras acercarse una vez más a la ventana, percibió las notas <strong>de</strong>l laúd, arrancadas con mano expresiva, y a<br />

continuación la voz que había oído antes acompañándolas.<br />

¡Ora muestran creciente amor, ora grata congoja;<br />

alientan tiernos susurros a través <strong>de</strong>l corazón;<br />

ora se <strong>de</strong>sliza una tensión sagrada, más suave,<br />

como cuando manos seráficas imparten una alabanza!<br />

Emily lloró en dudosa alegría y ternura, y cuando la melodía cesó, consi<strong>de</strong>ró que se trataba <strong>de</strong> una señal y que Valancourt estaba a punto <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la prisión. Poco <strong>de</strong>spués oyó pasos en el corredor: eran<br />

ligeros, rápidos, <strong>de</strong> esperanza; casi no podía mantenerse en pie al oír<strong>los</strong>. Abrió la puerta <strong>de</strong> la habitación y avanzó para encontrarse con Valancourt y, al momento siguiente, cayó en brazos <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido.<br />

Su voz, su rostro, la convencieron al instante y perdió el conocimiento.<br />

Al recobrarse, se encontró en brazos <strong>de</strong> aquel hombre que vigilaba su reacción con rostro <strong>de</strong> inefable ternura y ansiedad. Emily no tuvo ánimo para replicar o para preguntar, explotó en lágrimas y se liberó<br />

<strong>de</strong> sus brazos, mientras la expresión <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sconocido cambió a la sorpresa y al <strong>de</strong>sencanto, y se volvió a Ludovico pidiendo una explicación. Annette dio la información que Ludovico no podía<br />

aportar.<br />

—¡Oh! —dijo con voz trémula interrumpida por sollozos—. ¡Oh, señor!, no sois el otro chevalier. Esperábamos a monsieur Valancourt, pero no sois vos. ¡Oh, Ludovico! ¿Cómo has podido engañaos así<br />

¡Mi pobre señora no podrá recobrarse nunca!<br />

El <strong>de</strong>sconocido, que parecía muy agitado, trató <strong>de</strong> hablar, pero le fallaron las palabras, y golpeándose la frente con la mano, con gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, se volvió hacia el otro extremo <strong>de</strong>l corredor.<br />

Annette se secó <strong>de</strong> pronto las lágrimas y le habló a Ludovico.<br />

—Quizá —dijo—, el otro chevalier no es éste; tal vez el chevalier Valancourt esté también abajo.<br />

Emily levantó la cabeza.<br />

—No —replicó Ludovico—, monsieur Valancourt nunca ha estado abajo si este caballero no es él. Si vos, señor —dijo Ludovico dirigiéndose al <strong>de</strong>sconocido—, hubierais tenido la bondad <strong>de</strong> confiarme<br />

vuestro nombre, este error se habría evitado.<br />

—Efectivamente —replicó el <strong>de</strong>sconocido hablando en mal italiano—, pero era muy importante para mí que mi nombre permaneciera oculto a Montoni. Señora —añadió entonces dirigiéndose a Emily en<br />

francés—, permitidme que os presente mis excusas por el dolor que os he ocasionado y que os explique a vos a solas mi nombre y las circunstancias que me han conducido a este error. Soy francés, soy<br />

compatriota vuestro, nos encontramos en un país extranjero.<br />

Emily trató <strong>de</strong> animarse, aunque dudaba en acce<strong>de</strong>r a su ruego. Finalmente indicó a Ludovico que esperara en la escalera y retuvo a Annette, indicando al <strong>de</strong>sconocido que la sirviente sabía muy poco<br />

italiano y le rogó que le comunicara lo que <strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>cir en esta lengua.<br />

Tras haberse retirado Ludovico a una parte distante <strong>de</strong>l corredor, el <strong>de</strong>sconocido, con un profundo suspiro, dijo:<br />

—Vos, madame, no me sois <strong>de</strong>sconocida, aunque haya sido tan <strong>de</strong>sgraciado porque no me conocierais. Me llamo Du Pont. Soy francés, <strong>de</strong> Gascuña, vuestra provincia natal, y hace largo tiempo que os<br />

admiro y, ¿por qué he <strong>de</strong> ocultarlo, hace largo tiempo que os amo. —Se <strong>de</strong>tuvo, pero al momento siguiente continuó—. Mi familia, señora, probablemente no os es <strong>de</strong>sconocida, ya que vivimos a pocas millas<br />

<strong>de</strong> La Vallée y he tenido algunas veces la felicidad <strong>de</strong> encontraros en visitas a la vecindad. No os ofen<strong>de</strong>ré repitiendo cuánto me interesáis, cuánto me ha gustado pasear por <strong>los</strong> escenarios que vos frecuentabais,<br />

cuántas veces he visitado vuestro pabellón <strong>de</strong> pesca favorito y lamentado la circunstancia que, en aquel tiempo, me impidió revelaros mi pasión. No os explicaré cómo caí en la tentación y fui poseedor <strong>de</strong> un<br />

tesoro que era para mí inestimable, un tesoro que entregué a vuestro mensajero hace unos días con esperanzas muy distintas a las presentes. No diré nada <strong>de</strong> aquellas circunstancias, porque sé que dirían poco<br />

en mi favor; permitidme únicamente que os suplique mi perdón y que me retoméis el retrato que yo he <strong>de</strong>vuelto con tan poca fortuna. Vuestra generosidad perdonará el hurto y me <strong>de</strong>volverá el premio. Mi <strong>de</strong>lito<br />

ha sido mi castigo, porque el retrato que robé ha contribuido a acrecentar mi pasión, que se ha convertido en mi tormento.<br />

Emily le interrumpió:<br />

—Creo, señor, que <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>jar a vuestra integridad el <strong>de</strong>cidir si, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que acaba <strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r en relación con monsieur Valancourt, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>volveros el retrato. Creo que reconoceréis que no sería<br />

generosidad y me permitiréis añadir que sería hacerme una injusticia. Debo consi<strong>de</strong>rarme honrada por vuestra buena opinión, pero —y dudó— el error <strong>de</strong> esta noche hace innecesario que diga nada más».<br />

—¡Así es, señora, así es! —dijo el <strong>de</strong>sconocido, quien, tras una larga pausa prosiguió—, pero me permitiréis que mi interés, ya que no mi amor, sirvan para que aceptéis <strong>los</strong> servicios que os ofrezco. Sin<br />

embargo, ¿qué servicios puedo ofrecer Estoy prisionero, sufro como vos. Pero, pese a lo importante que es para mí la libertad, no correría por ella la mitad <strong>de</strong> <strong>los</strong> riesgos <strong>de</strong> <strong>los</strong> que pudiera encontrar para<br />

liberaros <strong>de</strong> este lugar <strong>de</strong> vicio. Aceptad <strong>los</strong> servicios ofrecidos por un amigo; no me rehuséis el premio <strong>de</strong> intentar al menos merecer vuestro agra<strong>de</strong>cimiento.<br />

—Ya lo merecéis, señor —dijo Emily—; el <strong>de</strong>seo merece mis más encendidas gracias, pero me excusaréis por recordaros el peligro en que incurrís prolongando esta entrevista. Será <strong>de</strong> gran consuelo para<br />

mí recordar, tanto si vuestros amistosos intentos <strong>de</strong> liberarme tienen éxito como si no, que tengo un compatriota que tan generosamente podría protegerme.<br />

Monsieur Du Pont cogió su mano, que ella trató débilmente <strong>de</strong> retirar, y puso en ella sus labios respetuosamente.<br />

—Permitidme respirar otro ferviente suspiro <strong>de</strong> vuestra felicidad —dijo—, y consolarme con ese afecto que no puedo conseguir.<br />

Según <strong>de</strong>cía esto, Emily oyó un ruido proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> su habitación, y al volverse vio que la puerta <strong>de</strong> la escalera estaba abierta y que un hombre entraba en su cámara.<br />

—Te enseñaré a conseguirlo —gritó mientras avanzaba por el corredor enarbolando un estilete que dirigió a Du Pont, que estaba <strong>de</strong>sarmado.<br />

Éste dio un paso atrás y evitó el golpe, lanzándose <strong>de</strong>spués sobre Verezzi para arrebatárselo. Mientras peleaban, Emily, seguida por Annette, corrió por el corredor llamando a Ludovico, que se había ido a<br />

la escalera, y según avanzaba aterrorizada e insegura sobre lo que <strong>de</strong>bía hacer, un ruido distante, que parecía proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l vestíbulo, le recordó <strong>los</strong> peligros en <strong>los</strong> que podría verse envuelta. Envió a Annette en<br />

busca <strong>de</strong> Ludovico y regresó al lugar don<strong>de</strong> Du Pont y Verezzi luchaban por la victoria. Era su causa la que se <strong>de</strong>cidiría con el primero <strong>de</strong> el<strong>los</strong>; su conducta, in<strong>de</strong>pendientemente <strong>de</strong> esta circunstancia, le<br />

interesaba para su éxito, incluso aunque no le temiera ni le <strong>de</strong>sagradara Verezzi. Se <strong>de</strong>jó caer en una silla y les suplicó que <strong>de</strong>sistieran <strong>de</strong> más violencia, hasta que, finalmente, Du Pont logró que Verezzi cayera al<br />

suelo, don<strong>de</strong> quedó conmocionado por la violencia <strong>de</strong>l golpe. Entonces animó a Du Pont a escapar, antes <strong>de</strong> que Montoni o sus gentes pudieran aparecer, pero él se negó a <strong>de</strong>jarla <strong>de</strong>sprotegida, y, mientras<br />

Emily, más atemorizada por él que por sí misma, trataba <strong>de</strong> convencerle, oyeron pasos que subían por la escalera privada.<br />

—¡Oh, estáis perdido! —gritó—, son <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> Montoni.<br />

Du Pont no contestó, pero sostuvo a Emily, mientras con el rostro firme aunque inquieto, esperó su aparición. Sin embargo fue Ludovico quien apareció en la puerta. Echó una mirada preocupada por la<br />

habitación:<br />

—¡Seguidme —dijo—, si valoráis en algo vuestras vidas; no tenemos minuto que per<strong>de</strong>r!<br />

Emily preguntó lo que ocurría y a dón<strong>de</strong> tenían que ir.<br />

—No puedo quedarme aquí para contároslo, signora —replicó Ludovico—. ¡Huid! ¡Huid!<br />

Le siguió inmediatamente, acompañado por monsieur Du Pont, escaleras abajo, cuando recordó que había quedado Annette y preguntó por ella.<br />

—Nos espera más a<strong>de</strong>lante, signora —dijo Ludovico casi sin aliento—, las puertas estaban abiertas hace un momento para que entrara un grupo que viene <strong>de</strong> las montañas. ¡Me temo que serán cerradas<br />

antes <strong>de</strong> que lleguemos a ellas! Por esa salida, signora —añadió Ludovico bajando la lámpara—. ¡Tened cuidado! Hay dos escalones.

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