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radcliffe-ann-los-misterios-de-udolfo

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C a p í t u l o X I I I<br />

E<br />

¡Ah, por qué el <strong>de</strong>stino ocultó sus pasos<br />

en sen<strong>de</strong>ros tormentosos para vagar<br />

alejado <strong>de</strong> todo júbilo natural!<br />

mily, mientras tanto, seguía pa<strong>de</strong>ciendo por la ansiedad que sentía ante lo que hubiera podido ocurrirle a Valancourt; pero Theresa, que había conseguido al fin encontrar a una persona a la que podía confiar<br />

que acudiera al administrador, le informó que el mensajero regresaría al día siguiente; y Emily prometió acudir a su casa, ya que Theresa estaba muy agotada para servirla.<br />

Por la tar<strong>de</strong>, en consecuencia, Emily partió sola para la cabaña, con una preocupación profunda por Valancourt, cuando, tal vez, lo sombrío <strong>de</strong> la hora contribuía a <strong>de</strong>primir su ánimo. Era una tar<strong>de</strong> gris<br />

otoñal próxima al final <strong>de</strong> la estación; nieblas <strong>de</strong>nsas oscurecieron parcialmente las montañas, y una brisa fría, que soplaba a través <strong>de</strong> las ramas <strong>de</strong> <strong>los</strong> árboles, cubrió su sen<strong>de</strong>ro con algunas <strong>de</strong> las últimas hojas<br />

amarillas. Éstas, volando en círcu<strong>los</strong> y anunciando el año que moría, le dieron una imagen <strong>de</strong> <strong>de</strong>solación que en su fantasía parecía anunciar la muerte <strong>de</strong> Valancourt. En realidad había tenido más <strong>de</strong> una vez un<br />

fuerte presentimiento sobre ello y estuvo a punto <strong>de</strong> regresar a su casa, sintiéndose incapaz <strong>de</strong> hacer frente a la certidumbre que anticipaba, pero luchando con sus emociones consiguió dominarlas para proseguir<br />

su camino.<br />

Mientras paseaba entristecida, contemplando las formas <strong>de</strong> la niebla que se extendían por el cielo y contemplaba a las gaviotas moverse por el viento, <strong>de</strong>sapareciendo un momento entre las nubes<br />

tormentosas y emergiendo <strong>de</strong> nuevo en círcu<strong>los</strong> por el aire calmado, las aflicciones y vicisitu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la última etapa <strong>de</strong> su vida parecían reflejarse en estas tristes imágenes. Así meditaba en el tormentoso mar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong>l último año, con pocos y cortos interva<strong>los</strong> <strong>de</strong> paz, si paz podría llamarse, lo que sólo era retraso <strong>de</strong> <strong>los</strong> males. Y ahora, cuando había escapado <strong>de</strong> tantos peligros, se había liberado <strong>de</strong> la voluntad<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> que la habían oprimido y se había encontrado como señora <strong>de</strong> una gran fortuna, ahora cuando razonablemente podía haber esperado la felicidad, se daba cuenta que estaba tan distante <strong>de</strong> ella como<br />

siempre. Se habría acusado a sí misma <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad e ingratitud por sufrir así en sus sentimientos las varias bendiciones que poseía, y que una sola, superaba todas sus <strong>de</strong>sgracias, si esa <strong>de</strong>sgracia la afectara sólo<br />

a ella; pero cuando había llorado por Valancourt lágrimas <strong>de</strong> compasión que se mezclaban con las <strong>de</strong> arrepentimiento, y mientras se lamentaba por un ser humano <strong>de</strong>gradado por el vicio y consecuentemente en<br />

la miseria, la razón y la humanidad reclamaban esas lágrimas, y la fortaleza no había conseguido aún enseñarle a separarlas <strong>de</strong> las <strong>de</strong>l amor. En aquel momento, no obstante, no estaba segura <strong>de</strong> su culpabilidad,<br />

pero el temor por su muerte (una muerte <strong>de</strong> la que ella misma, aunque inocentemente, parecía haber sido en alguna medida el instrumento) la oprimía. Su miedo aumentó al aproximarse la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la certeza, y<br />

cuando tuvo ante sí la casa <strong>de</strong> Theresa se sintió tan <strong>de</strong>scompuesta y tan abandonada por su resolución, que, incapaz <strong>de</strong> seguir, se sentó en un banco junto al sen<strong>de</strong>ro. El viento que gemía entre las ramas le<br />

pareció a su imaginación transportar <strong>los</strong> sonidos <strong>de</strong> un lamento distante, y en las pausas <strong>de</strong> la brisa creyó oír las notas débiles y lejanas <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación. Su atención la convenció <strong>de</strong> que se trataba<br />

únicamente <strong>de</strong> su fantasía, pero el aumento <strong>de</strong> la oscuridad, que parecía cerrar el día inesperadamente, no tardó en avisarla <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía seguir, y con pasos inseguros se dirigió a la cabaña. A través <strong>de</strong> la<br />

ventana se veía el agitar alegre <strong>de</strong>l fuego, y Theresa, que había visto que Emily se acercaba, ya estaba en la puerta para recibirla.<br />

—Es una tar<strong>de</strong> muy fría, madame —dijo—, se acerca la tormenta y pensé que os gustaría el fuego. Sentaos en esta silla junto a la chimenea.<br />

Emily, tras darle las gracias por su consi<strong>de</strong>ración, se sentó, y <strong>de</strong>spués, mirándola a la cara, en la que el fuego lanzaba su brillo, se volvió a conmover por sus temores y se hundió en la silla con el rostro tan<br />

preocupado que Theresa comprendió al instante el motivo, pero permaneció callada.<br />

—¡Ah! —dijo Emily—, no es necesario que pregunte por el resultado <strong>de</strong> tu investigación; tu silencio y tu mirada lo explican todo suficientemente. ¡Está muerto!<br />

—¡Pobre <strong>de</strong> mí!, mi querida señorita —replicó Theresa, con <strong>los</strong> ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas—. ¡Este mundo está hecho <strong>de</strong> problemas! ¡Los ricos tienen su parte como <strong>los</strong> pobres! ¡Pero todos <strong>de</strong>bemos tratar<br />

<strong>de</strong> soportar lo que el Cielo <strong>de</strong>sea!<br />

—¡Está muerto, entonces! —interrumpió Emily—. ¡Valancourt ha muerto!<br />

—¡Qué día, Dios mío! Me temo que sí —replicó Theresa.<br />

—¡Te lo temes —dijo Emily—, ¿sólo lo temes<br />

—Sí, madame, lo temo. Ni el administrador ni ningún miembro <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Epourville han tenido noticias <strong>de</strong> él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salió <strong>de</strong>l Languedoc, y el con<strong>de</strong> está muy afligido por él, porque dice que<br />

siempre fue puntual en escribir, pero que no ha recibido ni una sola línea <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Dijo que estaría en casa hace tres semanas, pero ni ha ido ni ha escrito y temen que le haya sucedido algún acci<strong>de</strong>nte.<br />

¡Nunca creí que viviera lo suficiente para llorar su muerte! Soy vieja, y podía haber muerto sin que me echaran <strong>de</strong> menos, pero él...<br />

Emily estaba perdiendo el conocimiento y pidió agua. Theresa, alarmada por el tono <strong>de</strong> su voz, corrió en su ayuda, y, mientras acercaba el agua a sus labios.<br />

—¡Mi querida señorita —continuó—, no lo toméis tan a pecho; el chevalier pue<strong>de</strong> estar vivo y bien; esperemos lo mejor!<br />

—¡Oh, no!, no puedo esperar —dijo Emily—, estoy al tanto <strong>de</strong> todas las circunstancias que no me permiten esperar. Me encuentro algo mejor y puedo escuchar lo que tengas que <strong>de</strong>cirme. Te ruego que<br />

me cuentes todos <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles que conozcas.<br />

—¡Estad tranquila mientras os mejoráis un poco, tenéis un aspecto muy triste!<br />

—¡Oh, no, Theresa, cuéntamelo todo mientras tenga fuerzas para oírlo —dijo Emily—, dímelo, te lo suplico.<br />

—Bien, madame, lo haré. Pero el administrador no dijo mucho, porque Richard siempre parece tímido cuando habla <strong>de</strong> monsieur Valancourt, y lo que supo fue por Gabriel, uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> criados, quien dijo<br />

que lo había oído <strong>de</strong>l servidor <strong>de</strong> mi señor.<br />

—¿Qué es lo que oyó —dijo Emily.<br />

—Veréis, madame, Richard tiene muy mala memoria y no pudo recordar ni la mitad <strong>de</strong> ello, y si no fuera porque le hice muchas preguntas, me habría enterado <strong>de</strong> muy poco. Pero dice que Gabriel dijo que<br />

él y otros criados tenían gran<strong>de</strong>s problemas con monsieur Valancourt, porque había sido un joven caballero encantador, todos el<strong>los</strong> le querían como si hubiera sido su propio hermano, y ahora, ¡pensar en lo que<br />

había sido <strong>de</strong> él! Solía ser muy cortés con todos el<strong>los</strong> si cometían alguna falta, monsieur Valancourt era el primero en persuadir a mi señor para que <strong>los</strong> perdonara. Y a<strong>de</strong>más, si alguna familia pobre estaba<br />

<strong>de</strong>sesperada, monsieur Valancourt era también el primero en ayudarla, aunque otras personas, que no viven muy lejos, podían haberlo hecho con menos sacrificios que él. Después, Gabriel dijo que era tan gentil<br />

con todo el mundo y que tenía un aliento tan noble que nunca daba ór<strong>de</strong>nes ni reclamaba, como algunas gentes <strong>de</strong> su igual hacen, y que nunca le hicieron <strong>de</strong> menos por ello. No, dijo Gabriel, precisamente por<br />

eso le atendíamos mejor, y todos habríamos corrido para obe<strong>de</strong>cerle con una sola palabra y más <strong>de</strong>prisa que si se lo hubieran or<strong>de</strong>nado otras personas. A<strong>de</strong>más temían <strong>de</strong>sagradarle, mucho más que a <strong>los</strong> que<br />

usan palabras rudas con nosotros.<br />

Emily, que ya no consi<strong>de</strong>raba peligroso escuchar que le alababan, que elogiaban a Valancourt, no intentó interrumpir a Theresa, sino que continuó sentada atenta a sus palabras, aunque casi dominada por el<br />

dolor.<br />

—Mi señor —continuó Theresa— está muy triste por monsieur Valancourt y más aún porque dice que han sido muy duros con él últimamente. Gabriel dice que lo ha sabido por el valet <strong>de</strong> mi señor, que<br />

monsieur se había comportado mal en París y había gastado gran cantidad <strong>de</strong> dinero, más <strong>de</strong> lo que le gustaba a mi señor, porque se preocupa más <strong>de</strong>l dinero que monsieur Valancourt, que ha sido tratado<br />

tristemente. Por ello, monsieur Valancourt fue llevado a prisión en París, y mi señor, dice Gabriel, se negó a sacarle y dijo que merecía sufrir, y, cuando el viejo Gregoire, el mayordomo, se enteró <strong>de</strong> ello,<br />

compró un bastón para irse andando a París a visitar a su joven amo, pero lo siguiente que se supo era que monsieur Valancourt regresaba a casa. Fue un día <strong>de</strong> alegría cuando llegó, pero estaba tristemente<br />

alterado y mi señor le trató con mucha frialdad y él se puso más triste. Poco <strong>de</strong>spués volvió al Languedoc, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces nadie le ha visto.<br />

Theresa se <strong>de</strong>tuvo, y Emily, suspirando profundamente, permaneció con <strong>los</strong> ojos fijos en el suelo, sin hablar. Tras una larga pausa, preguntó qué más había oído Theresa.<br />

—¿Sin embargo para qué voy a preguntarte —añadió—, lo que me has dicho es <strong>de</strong>masiado. ¡Oh, Valancourt! ¡Te has ido para siempre! Y yo... ¡Yo te he asesinado!<br />

Estas palabras y el rostro <strong>de</strong>sesperado que las acompañaron, alarmaron a Theresa, que empezó a temer que la conmoción que acababa <strong>de</strong> recibir Emily al enterarse había afectado su sentido.<br />

—Mi querida señorita, recomponeos —dijo—, y no digáis esas espantosas palabras. ¡Vos asesinar a monsieur Valancourt, es imposible!<br />

BEATTLE

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